Opinión

Ucrania pierde y Rusia no gana

Quinientos años de historia enmarcada por el chovinismo gran ruso y la rusofobia, el anticomunismo, la contrarrevolución, el antisovietismo, el nacionalismo y el fascismo; sí, como manipulaciones pasadas y presentes, sustancian la trágica historia de las relaciones entre Rusia y Ucrania que, de modo avieso Occidente explota en su favor. La guerra entre Rusia y Ucrania deberá figurar en la antología de los disparates y sinsentidos políticos.

Muchos de los ucranianos que huyen de su país para ponerse a salvo de las bombas, los misiles y las balas rusas, se refugian en Rusia, precisamente el país que los ataca. De lo que se trata es que en Ucrania se libran dos guerras civiles, una entre Ucrania y Rusia y otra entre Ucrania y Donbass. Si bien todas las guerras son estúpidas, las civiles son estúpidamente fratricidas.

Al concluir las guerras entre los Estados, los contendientes que no se conocen ni se odian, no celebran victorias ni lamentan derrotas, sino que brindan por la paz. Finalizadas las guerras civiles, nadie se marcha para ningún lado, sino que están obligados a convivir y rumiar los odios. Las guerras civiles siembran vientos.

Según el presidente Vladimir Putin, con el colapso de soviético, Rusia perdió 25 millones de habitantes. Se trata de rusos que en aquel momento radicaban en alguna de las 15 repúblicas que integraban la Unión Soviética y formaron allí familias casándose con nativos y nativas con los cuales tuvieron descendencia. Si calculan tres por cada uno se trata de 75 millones personas.

Se estima que actualmente 11 millones de rusos que viven en Rusia tienen familiares en Ucrania. Incluidos estos, y contando los habitantes de Donetsk y Lugansk, más de la mitad de los cuales nacieron, crecieron y se educaron en Ucrania, cerca de 20 millones de ucranianos tienen parientes rusos. Muchos de los que ahora huyen a Rusia o están confinados en Donbass, añoran la paz para retornar a Ucrania donde quedaron familias, viviendas, negocios, bienes, amigos y afectos.    

La presencia rusa en todo el Imperio data de los tiempos del zar que los necesitaba para ejercer la dominación y avanzar en la rusificación, el más importante objetivo de la dominación, surgido no del paternalismo, sino del chovinismo “gran ruso” cultivado por la nobleza y asimilado por importantes sectores de la población que además de las elites incluye a parte importante de las masas.

Con el triunfo de la Revolución Bolchevique, en cuyo programa figuraba liberar a las naciones oprimidas del imperio y favorecer con políticas apropiadas a las que aceptaran permanecer unidas a Rusia, surgió la posibilidad de unir a la revolución política, un vasto programa de desarrollo económico y social. Aunque el proyecto fue entorpecido por los acuerdos de Brest-Litovsk que obligaron a Rusia a entregar a Alemania vastos territorios no rusos que formaban parte del Imperio, fue retomado.

Consumada la independencia de Polonia, Finlandia, las repúblicas bálticas y otros territorios, a partir de 1918, en medio de una cruenta y extendida guerra civil, se inició la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un proceso extraordinariamente complejo, enrarecido por la acción contrarrevolucionaria que explotó el nacionalismo, el anticomunismo.

Setenta años de fecunda interacción en la cual los errores y las inconsecuencias condujeron al  nada glorioso final signado por el colapso soviético, se produjo la disgregación de la Unión Soviética, una catástrofe geopolítica que, no obstante, fue saldada sin ofensas y sin violencias, realizando esfuerzos para salvar lo que pudiera ser salvado y que hoy, treinta años después es desmentido por una operación militar de una brutalidad insólita.

La dirección política rusa tiene razón en todos sus reclamos, es verdad que Occidente la hostigó y la ignoró por treinta años, pero también lo es que quedaban opciones, que desde Ucrania no se lanzó contra Rusia ni una bengala y que un país que ha luchado con impar fiereza contra los invasores de todas las razas y en todas las épocas debieron comprender que otros pueblos harían lo mismo.