Opinión

El Ángel Negro de Crimea

Mi amigo Esteban Morales, recientemente fallecido, no podrá leer estas líneas. De él aprendí que: “Las razas no existen, pero el color sí”. A él, que fue de los más brillantes y honestos académicos e intelectuales de su generación, dedico estas líneas. Las guerras las provocan y convocan los políticos muchas veces con fines mezquinos, las dirigen generales y almirantes y las luchan hombres y mujeres sencillos.

Con esta nota les presento a una de ellas. Mary Seacole (1805-1881) (Grant de soltera). Mujer, negra, enfermera empírica y jamaicana. Los soldados heridos la llamaron el Ángel negro de Crimea. Ahí les va. En las referencias a la Guerra de Crimea, inevitablemente se recuerda a una mujer, Florence Nigthingale, que en la contienda, con sus acciones médicas eficaces, compasivas y heroicas, echó las bases de la enfermería moderna y de la medicina militar en campaña.

La exaltación de sus méritos es tan pertinente como injusta fue la omisión y el olvido que padeció otra mujer que compartió aquellos avatares. Se trata de Mary Seacole una enfermera empírica jamaicana, nacida de padre escocés y madre lugareña, olvidada durante años. Ángel negro de Crimea o madre de los soldados británicos heridos en aquella contienda. Seacole se casó en 1836 con Edwin Horatio Hamilton Seacole, un empleado británico que falleció en 1844.

Adquirió conocimientos de medicina tradicional y curaciones en Jamaica junto a su madre y acumuló experiencias al lidiar con dos epidemias de cólera, una en Kingston y otra en Panamá, donde aportó su experiencia incorporando la higiene personal y de los hospitales al tratamiento. Antes de radicarse en Inglaterra vivió y aprendió en Cuba, donde conoció y reaccionó frente a la esclavitud y la discriminación, experiencias que plasmó en sus escritos.

Amparada por un hermano se estableció en Panamá donde colaboró en la lucha contra una epidemia de cólera. Cuando estalló la Guerra en Crimea marchó a donde iban los regimientos británicos entre los cuales realizó una encomiable labor humanitaria. Su fi gura emergió cuando la BBC promovió una encuesta para elegir al británico moderno más relevante, distinción que recayó en Winston Churchill. Debido a las críticas por la ausencia de personas negras en la consulta, se realizó una investigación alternativa en la cual emergieron el nombre y las hazañas de Mary Seacole.

En tales circunstancias, el Real Colegio de Enfermería de Londres reconoció que Mary Jane fue víctima de prejuicios raciales. Cuando en 1854, con casi 50 años, en Londres trató de inscribirse como voluntaria para servir en Crimea como enfermera, se le respondió que “Ya no la necesitaban”.

Obviamente se trataba del color de su piel. No obstante, por su cuenta llegó al teatro de las acciones y se integró al trabajo, llegando a fundar un local al que llamaron “British Hotel” para asistir y alimentar a heridos y enfermos. A propósito, sus detractores argumentaron que vendía refrescos y bocadillos a las tropas, omitiendo el hecho de que lo hacía para sostenerse porque por su trabajo en la asistencia a heridos y enfermos nunca recibió salario alguno.

Después de la guerra Mary Jane Seacole regresó a Inglaterra, agotada, pobre y sin reconocimiento. La salvó la prensa que reflejó su labor en Crimea, especialmente William Howard Russell, quien, en sus crónicas destacó la abnegada labor de Mamá Seacole, movilizando a la opinión pública para una gala benéfica en su honor, momento en que fue saludada por la Reina Victoria.

En esa época escribió sus memorias tituladas “Las maravillosas aventuras de la señora Seacole”, en cuyo prólogo, William Howard Russell escribió: “Confío en que Inglaterra no olvide a quien cuidó a sus enfermos y heridos y realizó los últimos oficios para muchos de sus muertos en el campo de batalla”.

En 1991 se le concedió a título póstumo la Orden del Mérito de Jamaica y en 2004 fue proclamada “la más grande británica negra”; una fundación de la Unesco lleva su nombre y frente al Saint Thomas Hospital de Londres se le erigió una estatua. En Ucrania, Crimea y Sebastopol donde trabajó y sirvió, soplan otra vez intensos aires de guerras que arrastran crueldad, pero también hacen flotar humanismo y grandeza.