El incremento de la criminalidad, las dificultades para mantener el orden público y aplicar la ley, el estímulo a los suicidios y diferentes aspectos ligados al desempeño de la policía, y otros asuntos asociados al libertinaje en el comercio de armas y la tolerancia en cuanto a poseerlas, portarlas y usarlas, se ha convertido en uno de los problemas más profundos y graves de la sociedad estadounidense.
Las armas en los Estados Unidos, preceden a los Estados Unidos, de ahí que se afirme que el gusto por ellas y el culto a la violencia que generan y que afecta a millones de norteamericanos es explicable por razones ancestrales incorporadas a la cultura, creando el estereotipo de que cada persona es responsable de su propia seguridad, cosa cierta en el siglo XVI, aunque insostenible casi 600 años después.
Entre el arribo de los primeros colonos a Massachusetts en 1620, y las 10 primeras enmiendas a la Constitución de Estados Unidos en 1791, transcurrieron 171 años en los cuales surgieron las premisas para la adopción de la Segunda Enmienda que, en el momento de su redacción, 231 años atrás, no concitó problema alguno, cosa que no ocurre hoy cuando, entre otras cosas, ha dejado de ser racional.
En ese siglo y medio, en pequeños grupos continuaron arribando colonos, entre ellos mujeres y niños, que se enfrentaban a un medio inhóspito y hostil, lo cual incluía a las fieras, y planteó la necesidad de armas para la defensa ante los aborígenes y en los conflictos entre los colonos.
Así surgió el comercio de armas, pólvora y proyectiles que en poco tiempo se convirtió en un negocio en el cual participaron los efectivos coloniales y los funcionarios británicos, incluso los militares. En 1791 cuando se adoptó la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, según la cual:
“Siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a tener y portar armas no debe ser infringido”, no existían policía ni ejército, por lo cual los ciudadanos eran responsables de su seguridad y, en no pocas ocasiones se asociaban para la defensa común.
Entonces los 3 millones 929 mil 326 habitantes del país estaban dispersos por áreas rurales y como promedio existían menos de dos personas por kilómetro, hoy son 34. Las pistolas disparaban un solo tiro, eran de “avancarga”, es decir se cargaban por la boca de cañón, los proyectiles eran redondos y estaban separados de la pólvora, por lo cual recargarlas demoraba varios minutos. Las armas carecían de órganos de puntería y ninguna alcanzaba más de 50 metros.
Entonces, sólo uno de cada veinte estadounidenses vivía en áreas urbanas. Actualmente, lo hacen cuatro de cada cinco. Los Estados Unidos son el país con el modelo policiaco más descentralizado del mundo con unas 20 mil diferentes fuerzas policiales y 70 mil agencias de mantenimiento de la ley, sin contar los cientos de miles de vigilantes privados contratados por entidades y personas para su seguridad. Todos esos cuerpos y dependencias están entrenados y dotados de armas, equipos y aparatos electrónicos y digitales para la vigilancia.
Las guerras contra los indios, la Guerra Civil y la conquista del Oeste, los incontables conflictos armados en los que Estados Unidos se ha involucrado, la anárquica permisividad en el comercio de armas y las absurdas fórmulas para contener la violencia con armas de fuego, como es la de armar a los maestros y permitir que las armas sean ostentosamente exhibidas en la vía pública, son ideas cuya irracionalidad, en lugar de ir hacía soluciones, avanzan hacía problemas cada vez más graves