Opinión

La lucha ideológica no es una cuestión circunstancial de los partidos o las tendencias, tampoco una confrontación entre virtuosos y malvados, sino un ejercicio múltiple y perenne que las sociedades realizan para perfeccionar la convivencia y compartir aspiraciones. Las metas compartidas por toda la especie y no privativas de una parte de ella forman la esencia humana.

En los aproximadamente mil años que median entre las Cruzadas (1095) y la Revolución Francesa en el siglo XVIII, se desplegaron las Cruzadas, la Inquisición (1231), la Reforma Religiosa, la reunificación de España y la aventura Atlántica (1492), que propició el encuentro de Europa con la naturaleza, la cultura y los pueblos de América, completando la redondez cultural del planeta y propiciando procesos globales para crear la dimensión occidental del mundo.

Occidente no es una aberración ni una antípoda respecto a Oriente, sino un activo de la cultura universal, probablemente la síntesis perfecta de las más altas aspiraciones humanas a las que pueblos de todas las latitudes, en todas las épocas, han mirado con admiración y ansias de compartir.

En el período mencionado, en el cual se incluyen también la Ilustración y el Renacimiento, la humanidad experimentó una aceleración en la cual la energía y la legitimación ideológica provinieron de la religión y del clero cuyo enfoque, entre místico y despótico, no dio espacio para alternativas alguna, creando una opresiva contradicción entre los dogmas de la fe aplicados a la vida social, la razón y la inteligencia. La mezquindad de los intereses y la codicia ha sido un elemento decisivo.

Finalmente, tras veinte siglos de feudalismo, en los cuales, excepto la Iglesia y las coronas, apenas existían instituciones por lo cual el poder era ejercido directa, despótica y muchas veces violentamente. Los reyes y los Papas no necesitaban ser populares, los esclavos, los siervos, los braceros y aprendices eran social, política y jurídicamente nulidades.

Por esos caminos, espontánea y gradualmente, se llegó a las revoluciones modernas, primero en Norteamérica y luego en Francia, que constituyeron los primeros eventos políticos con trascendencia en la configuración del mundo moderno a partir de los cuales, al instalarse las libertades individuales, el derecho y la democracia, la violencia y el poder, aunque, circunstancialmente continúan vigente, son cada vez menos protagonistas.

Alrededor de esos eventos se gestaron los más relevantes documentos políticos concebidos por el intelecto humano: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Declaración del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, caminos por los cuales, se llegó a la Carta de la ONU con sus mandatos: “Igualdad soberana de los Estados, soberanía, independencia y autodeterminación nacional y solución pacífica de las diferencias.

Así, en los ámbitos políticos terminó la prehistoria de la humanidad. Desde entonces los procesos globales están regidos por ideas avanzadas y por la lucha ideológica. El florecimiento de las ideas llegó con la democracia o para quien lo prefiera a la inversa, cuando el liberalismo y la tolerancia permitieron la pluralidad, que la libertad y el libre albedrío otorgado por el Creador se complete con el aportado por el derecho y las leyes.

La democracia o, lo que es lo mismo, la pluralidad ideológica y política, asociándose a la revolución tecnológica, la escolarización, la información y la palabra ejercidos libérrimamente son la base de la participación política y los ejes de la lucha política. Mientras más libres y participativos son los pueblos, más empujan los límites para alcanzar sus aspiraciones más altas. Se puede vivir sin democracias ideales, lo que no se puede es vivir sin aspirar y luchar por ella.

Las ideas liberales y socialistas, por un lado, y la religiosidad inspirada en la fe auténtica, así como la práctica continuada de la libertad, son los ejes de la batalla ideológica contemporánea, única confrontación legítima porque es pacífica, es plural y convive con el progreso y lo auspicia. Ninguna idea o palabra acaba con una vida. Hagamos la paz, no la guerra. El tema da para más.