Opinión

De Rusia para el mundo

El mundo -acaba de anunciar el presidente de Rusia Vladimir Putin-, se mueve hacia una nueva era. “La meta de Rusia es convertirse en un ejemplo en los estándares y la calidad de vida, la protección de los valores tradicionales y los altos ideales humanistas”, dijo. Por segunda vez en poco más de 100 años Rusia emite un mensaje de esa naturaleza.

El anterior fue en 1917 cuando, asociado con la obsolescencia del régimen zarista y a las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas políticas rusas forzaron la abdicación del Zar, estableciendo el primer régimen liberal en Rusia que, ocho meses después, dio paso la primera revolución socialista inspirada en los preceptos de la teoría marxista que efectivamente inauguró una nueva era en la historia humana.

En la estación de ferrocarril, donde a los acordes de La Marsellesa, fue recibido por el Comité Bolchevique de Petrogrado y los representantes del Gobierno Provisional, Vladimir Ilich Lenin, que regresaba tras 15 años de destierro, presentó credenciales: “¡No nos interesa la república parlamentaria… ¡No es nuestra república (...) La misión de los bolcheviques consiste en derribar al gobierno imperialista (…) Iniciaremos la revolución mundial.”

La hazaña de Lenin consistió en fusionar en tiempo y espacio las ideas políticas y sociales más avanzadas, sostén teórico del más audaz proyecto político que había sido concebido con el primitivismo político, el atraso económico, social, tecnológico y cultural, la ruina de la industria, la agricultura, el comercio y el aislamiento ruso acentuados por la guerra.

Lograr que las masas de un imperio medieval integrado una miríada de nacionalidades y grupos étnicos asimilaran las ideas y consignas de Karl Marx e injertar las relaciones de producción socialistas en una sociedad agrícola patriarcal con estructuras, métodos de gestión y composición clasista semifeudales, definen a Lenin como un forjador que, al percibir una oportunidad para avanzar, sin vacilar desvió la historia por un atajo y se propuso construir el socialismo en un país atrasado.

Siguiendo el calco leninista, 30 años después, Iosip Stalin, de común acuerdo con Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, con astucia política, determinación y sentido del momento histórico, maniobró para instalar el socialismo en los países de Europa Oriental liberados de los nazis por las tropas soviéticas, blindar las fronteras de la URSS protegidas por países hermanos y crear el campo socialista de Europa a quien luego se sumaron China y Vietnam y más tarde Cuba, dando lugar al sistema mundial del socialismo con que soñaron los bolcheviques de 1917.

El resto de la historia es conocida. Debido a trascendentales errores políticos cometidos en la Unión Soviética y en los países de Europa Oriental, del que por cierto Vladimir Putin fue parte, aquel sistema implosionó y dio lugar, entre otros fenómenos geopolíticos, a Rusia que no es el imperio de los zares que luchó en la Primera Guerra Mundial ni la Unión Soviética que derrotó a los nazis y bajo el socialismo se convirtió en superpotencia y en protagonista en los asuntos mundiales.

A pesar de ser una sociedad y una cultura milenaria, Rusia no es un producto terminado, sino un proyecto cuyos contornos no son precisos y que, a diferencia de la Unión Soviética, que fue una apuesta por el porvenir, mira más al pasado y avanza a tropezones sin ideologías definidas ni argumentos teóricos atendibles. Anunciar una nueva era en la historia humana son palabras mayores. La declaración de Putin, es una línea de deseos que ojalá se cumpliera, y no una constatación surgida del devenir histórico y se sustenta en su voluntad que, no es poca ni debe ser subestimada, pero carece de avales conceptuales.