Opinión

El puercoespín hace el amor... con cuidado

No existe un eje Beijing-Moscú ni uno Rusia-Turquía, los BRICS no son un formato político. No hay entre ellos otras motivaciones que las comerciales y, la presunta ampliación puede ser más disolvente que aglutinante. Después de lo ocurrido en la embajada de Israel en Buenos Aires, el bombazo en AMIA y el tórpido proceso judicial a que dio lugar, no hay manera de conciliar a Argentina con Irán, ni a Arabia Saudita con Teherán. China no está lista ni motivada para ejercer un el liderazgo político de una agrupación internacional, cosa que Vladimir Putin desea fervientemente, pero carece de los avales.

La estrategia de Putin nunca fue la confrontación con Estados Unidos, sino la asociación, lo cual es coherente con su perfil. Puede que sea un gobernante eficaz o un estadista, pero no es un hombre de izquierdas y en común con el socialismo sólo tiene su pasado. También Irán quiere limar tensiones con los estadounidenses para aliviar las sanciones que ahogan su economía y sus fi nanzas y reactivar el Plan de Acción Integral Conjunto, o acuerdo nuclear. Turquía, que no las tiene todas con Rusia e Irán en Siria, aunque está interesada en los vínculos comerciales, no hará nada que ponga en riesgo sus relaciones con Estados Unidos a quien lo une además la pertenencia a la OTAN.

Con la guerra en Ucrania todos los involucrados pierden, Rusia más que ninguno y solo Estados Unidos gana, no solo porque reactiva su complejo militar-industrial y su industria energética, sino porque refuerza su ascendencia sobre Europa y fortalece su economía. Es cierto que ahora atraviesa una crisis, pero también lo es que antes hubo otras de las que invariablemente salió fortalecido.

La posibilidad de que de la guerra en Ucrania conduzca a una catástrofe mundial está mucho más cerca que la fantasía de que el desastre que allí se gesta pueda dar lugar a un nuevo modelo político para la actual fase del proceso civilizatorio. Lo que puede ocurrir es lo que ya ocurrió en dos ocasiones anteriores cuando los europeos, debido a sus conflictos y sus ambiciones, se enzarzaron en dos guerras mundiales ocasiones en las cuales Estados Unidos acudió a sacarles las castañas del fuego, aprovechando para erigirse en ganador y afianzar su hegemonía, cosa que probablemente ocurra otra vez.

En las últimas semanas, Putin viajó al remoto Teherán para reunirse con los líderes persas y con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, por cierto, muy activo en la búsqueda de paliativos y soluciones para la guerra en Ucrania, y cuya visión estratégica en ese conflicto, sin exagerar, pudiera contribuir a aproximar posiciones para buscar un alto al fuego. Entre tanto el canciller ruso Serguei Lavrov viajo a Egipto un aliado confiable de Estados Unidos, interesado en mantener abiertas sus opciones internacionales, sin comprometerse en nada parecido a una alianza.

No se puede criticar a ningún gobernante por tratar de hacer relevante a su país, alcanzar metas nacionales ni por buscar aliados porque así se crean premisas para los consensos que necesita el mundo y para que la globalización civilizatoria madure, pero tan importante como las metas son los caminos y los modos para alcanzarlas, la guerra es el peor de ellos.

China, cuyos éxitos internacionales no se asocian a la agresividad militar, al proselitismo político o la promoción de influencias ideológicas a favor de causa alguna, y en cuya agenda no fi gura la guerra es un ejemplo de consecuencia, determinación y talento a la hora de escoger sus batallas y de cosechar amistades sin adquirir compromisos que la aparten de su hoja de ruta.

Cuentan que durante la Crisis de los Misiles en Cuba (1962), en un momento de tensiones extremas, el presidente de Estados Unidos John F Kennedy envío a su hermano Robert a entrevistare con Anatoli Dobrinin, embajador soviético en Washington, ocasión en la que le recomendó: “Presiona al máximo a (Nikita) Jruzchov, pero no lo empujes, ni un milímetro más atrás de donde debe estar, sería muy peligroso”. Cierta o no, la anécdota revela que, aun en las más graves coyunturas, hay expectativas de solución, siempre y cuando no se crucen líneas de no retorno. En la presente situación la más sensible es confrontación directa entre Rusia y la OTAN porque involucrará a Estados Unidos.

Rusia debe saberlo, lo importante es que manifieste su voluntad de trabajar para que las aguas retornen a sus cauces. Todos los actores tendrán algo que decir, pero Putin, tanto en el plano político como militar, conserva todavía la iniciativa estratégica, lo cual es una considerable ventaja.

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JG