La tradición de seguridad rusa iniciada por la Ojrana, policía secreta del Imperio Ruso, aunque con otros propósitos, fue continuada por la “Checa”, cuerpo secreto bolchevique y luego por la KGB fundada en 1954 de cuyos legados, en la era postsoviética se nutre el Servicio Federal de Seguridad de Rusia. Dos máximos líderes de la Rusia soviética y post soviética, Yuri Andrópov, secretario general del PCUS en 1982 y Vladimir Putin, actual presidente, han dirigido los servicios de seguridad.
Por una curiosa analogía Andrópov era embajador en Hungría cuando la sublevación e invasión soviética en 1956 y Putin estaba en Alemania Oriental cuando colapsó el socialismo. Por ese pedigrí, no me asombró la espectacular eficiencia con que en 48 horas, el Servicio Federal de Seguridad de Rusia dio por esclarecido el acto terrorista que costó la vida a Daria Dugina, conocida periodista y comunicadora, hija del ultra conservador ideólogo Alexander Dugin.
Aunque sin aportar pruebas, el órgano de investigación afirma que el atentado fue preparado por los servicios especiales ucranianos, y ejecutado por Natalia Vovk (1979), ciudadana de aquel país que, procedente de Letonia (Estado miembro de la OTAN, en guerra con Rusia), ingresó a Rusia por la región de Pskov el 23 de julio con pasaporte emitido por la autoproclamada República Popular de Donetsk, acompañada por su hija de 12 años y unos 20 días después, cumplió la misión presuntamente asignada. Una vez en Rusia, Natalia Vovk alquiló un apartamento en el mismo edificio donde residía su víctima, para lo cual, en su calidad de extranjera, ucraniana para más señas, debe haber mostrado documentos de identificación y suscrito un contrato.
Cambió dos veces la matrícula de su coche y, una vez cometido el crimen regresó a Lituania por donde había llegado, cruzando la frontera con placas de Ucrania. Por esta vez, la eficacia mostrada por la seguridad rusa en la investigación, no impidió el acto terrorista, cuidadosamente planeado y limpiamente ejecutado, ni evitó la espectacular huida de la presunta asesina.
Tampoco llamaron suficientemente la atención los antecedentes de la ucraniana que, según versiones, habría pertenecido al batallón neonazi Azov, incluso servido en las fuerzas armadas ucranianas y cambiado de nombre por el de Natalia Shaban.
El extraño hecho de una terrorista que conduce un auto por varios miles de kilómetros de Ucrania a Moscú pasando por Lituania lo haga con su hija de 12 años, se explica por la monstruosa sospecha de que la niña estuvo involucrada en la ejecución del atentado lo cual, de ser cierto, revela un amateurismo criminal.
La operación consistió en colocar una bomba en el coche de la joven, presumiblemente en el parking del evento cultural “tradición” al cual asistió con su padre que fue explotada a distancia desde un automóvil que seguía al de la víctima. Según la agencia de noticias Ria Novosti, Natalia Makéyeva de la Unión de la Juventud Euroasiática, a la cual pertenecía la víctima, pidió a los participantes del festival que conservaran sus grabaciones de móvil.
No existe explicación sobre si la bomba en la cual, según TASS, se utilizaron 400 gramos de explosivos, fue llevada a Moscú por la presunta terrorista atravesando las fronteras de Lituania con Ucrania y con Rusia, la fabricó ella misma en Moscú o alguien se la proporcionó.
Es poco creíble que una mujer y una niña lo hayan hecho todo ellas. Un dato que introduce confusión es una foto que muestra a Andrej Sergeevich Vovk, presunto marido de la terrorista, en una competición de natación de Azov, no obstante, según otra versión atribuida al periodista ucraniano Denis Kazansky el esposo de Natalia Vovk, es un activista pro ruso y uno de los organizadores del referéndum sobre la escisión de Ucrania en 2014. El hecho de que haya tantos antecedentes que pasen inadvertidos para la seguridad rusa es poco frecuente. Varios días después del atentado, la única reacción conocida del gobierno de Lituania es que la Fiscalía de ese país: “No ha recibido ninguna solicitud o consulta de las autoridades rusas sobre este tema”.
Aunque no se refirió específicamente al hecho, el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, dijo que Estados Unidos “condenan inequívocamente los ataques contra civiles”. No es ocioso investigar y procurar castigar jurídicamente a los autores intelectuales y materiales del bárbaro acto que costó la vida a Daria Dugina, ante lo cual cabe acudir a la fórmula: “No comparto sus ideas, pero lucharía por su derecho a defenderlas”. Quienes no merecen defensa alguna son aquellos que llevaron su nacionalismo y presunto patriotismo a desencadenar la guerra. Los polvos traen lodos. Para parar las muertes, hay que detener la guerra