Opinión

La revolución del ELN

De nuevo un Gobierno colombiano busca la desmovilización del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Esta vez se trata de un gobierno de izquierda, presidido por un exguerrillero que puede serlo en virtud de que dejó las armas acogiéndose al acuerdo de paz que su movimiento, el M19, firmó con el Gobierno en el 1989.

Junto con el M19 se desmovilizaron otras guerrillas menos numerosas y todos iniciaron un camino en la política abierta producto de la cual lograron la segunda votación más alta en la elección de la Asamblea Nacional Constituyente de la cual es fruto la Constitución Política, en la cual actuó como copresidente Antonio Navarro, el líder sobreviviente de esa organización luego del asesinato de su comandante Carlos Pizarro, quien luego de firmar la paz se presentaba como candidato a la presidencia de la República.

Navarro fue ministro de Salud, gobernador de su departamento y alcalde de su ciudad natal. Otros líderes de su movimiento y de los otros que dejaron las armas juntamente con ellos han alcanzado dignidades dentro del Estado y en organizaciones de la sociedad civil y la academia. Pero podemos decir que el principal fruto de su desmovilización fue la carta de derechos que se consagró en la Constitución.

En 2016, las FARC, la guerrilla más antigua y numerosa del país, se desmovilizó y en el acuerdo que fi ja las bases de su entrada en la vida civil se consagró el desarrollo rural integral, base para la reforma agraria que, con altibajos, luego de los intentos del Gobierno de Iván Duque para echarlo por tierra, para este nuevo presidente es uno de los propósitos fundamentales de su presidencia.

Ahora, por décima sexta vez, un gobierno busca firmar un acuerdo de paz con el ELN. Esta organización ha planteado como exigencia principal la participación de la sociedad civil porque considera que su organización es representante de ella y que busca construir una verdadera democracia, lo cual entraña una contradicción fundamental puesto que es difícil considerar que la comunidad participe en igualdad de condiciones con una guerrilla armada.

El problema está en que el ELN no está mintiendo cuando dice considerarse representante de la sociedad; es sincero porque cree que es así. No importa que las voladuras del oleoducto que lo han caracterizado hayan perjudicado principalmente a esas comunidades que dicen representar, ni que el derribo de las torres de energía eléctrica devuelva a esos pobladores a la época en que tenían que alumbrarse con mechones y cocinar con leña.

Esa guerrilla considera que así está golpeando a la oligarquía y al Estado contra el cual se ha rebelado. Recuerdo unas declaraciones de Gabino, su comandante máximo hasta hace unos meses -se rumora que falleció de muerte natural como la mayoría de los comandantes guerrilleros, desde el famoso Tirofijo de las FARC en las que decía con sinceridad que luchaba por la naturaleza y “los animalitos” según sus propias palabras, sin ver ninguna contradicción entre ese deseo y el resultado de sus acciones.

La guerrilla reemplaza al Estado en muchos lugares a donde este no llega; allí impone orden (por muy antidemocrático que sea su método), resuelve conflictos entre vecinos, actúa como juez y presta algunos servicios de obras públicas además de defenderlos de los otros grupos armados. También les dan inducción sobre la justeza de su lucha e inculca principios de orden e ideales revolucionarios de lucha contra las oligarquías y el Estado opresor. Además de imponer un cierto orden entre los campesinos cultivadores de hoja de coca y evitar las disputas sangrientas entre ellos.

Pero eso ocurre solamente en las comunidades donde hacen presencia física que, por muchas que sean, son una ínfi ma minoría en el concierto nacional. En otras, actúan como un ejército de ocupación. Quien haya transitado por los ríos que lindan con los dominios de esa guerrilla ha tenido que bajar de sus chalupas para, en tierra fi rme, hablar con el guerrillero que presta guardia y que se comporta con la prepotencia que le da el arma larga y el resto del armamento que porta. Esto es así independientemente de que quienes se ven obligados a rendir esa pleitesía sean autoridades de primer orden en las regiones.

Lo más curioso es que ocurre en ríos que patrulla el ejército con lanchas artilladas. Ya he tenido oportunidad de hablar en estas páginas de los desencuentros entre el jefe negociador del ELN y el gobierno por precipitud de éste que quiso ver que las cercanías ideológicas que suponía con esa guerrilla lo relevaban de ciertas normas básicas en las negociaciones, y el exceso de orgullo y tal vez prevención de la guerrilla. Parece haberse solucionado este primer tropiezo y es de esperar que en las reuniones que se adelantarán en México el próximo mes pueda concertarse ahora sí el cese del fuego bilateral.

Como esto se da en medio de la propuesta de paz total del gobierno que incluye a grupos sin los compromisos idealistas del ELN, el panorama es complicado y difícil, lo cual no quiere decir que sea fatalmente imposible. Después de tantos años de guerra, dolorosamente hay que aceptar que a veces las acciones de los unos y los otros llegan a confundirse. El ELN tiene el compromiso histórico de ofrecerle al país su concurso para desarrollarse en paz, con participación libre de las comunidades en la construcción de una Colombia más equitativa. Con eso podría transformar su lema de Ni un paso atrás, liberación o muerte, por uno en que se exalte a la vida para todos y por encima de todo.