La invención de la naturaleza, la estupenda biografía de Alexander von Humboldt escrita por Andrea Wulf, muestra como ya en el 1800 este científico, explorador y humanista, advirtió que muchas catástrofes naturales han sido ocasionadas por la acción depredadora de los humanos.
En el 1800, en el lago Valencia, en Venezuela, que había reducido considerablemente su extensión y profundidad, llegó a la conclusión de que la arena encontrada en la cima de sus islotes indicaba que habían estado sumergidos y que la tala de los bosques de sus alrededores y el desvío de sus aguas para regadío habían ocasionado el descenso de sus niveles.
La agricultura crecía y los bosques desaparecían hasta cuando, ya sin el obstáculo de los árboles, las lluvias que venían de las cumbres se desparramaban de los cauces secos de los ríos, barrían el suelo y provocaban las arrasadoras inundaciones: “Todo está estrechamente relacionado”.
Fue el primero en entender que todo estaba entrelazado con mil hilos y esta nueva noción de naturaleza transformó la forma de entender el mundo. A partir de ahí desarrolló su idea del cambio climático y sentenció que la acción de la humanidad en todo el planeta podía tener repercusión en las generaciones futuras.
Mostró por primera vez que la naturaleza era “una totalidad unida, una fuerza global con zonas climáticas correspondientes en todos los continentes” que, todavía hoy, es la base para comprender los ecosistemas. (Más de siglo y medio después, Gabriel García Márquez, en El amor en los tiempos del cólera, señalaría que la tala de selvas en las orillas de la Magdalena para proveer las calderas de los barcos había hecho descender el nivel del río).
Observaciones semejantes hechas en Italia, México, Perú, Colombia, Estados Unidos y la Amazonía lo convirtieron en pionero del movimiento ecologista: “todo es una reacción ecológica en cadena, todo es reacción y reciprocidad”. Y con ello contradijo la visión antropocéntrica de la Biblia, Aristóteles, Descartes y Montesquieu que había dicho que la humanidad había “hecho la tierra más apta para vivir en ella”. Y en Norteamérica la idea general era que derribar árboles hacía el clima más benéfico porque permitía el paso del viento.
A los indígenas, lejos de considerarlos bárbaros como hacían los colonos, los miraba con respeto y consideró que sus lenguas eran tan sofisticadas que no había libro europeo que no pudiera ser traducido a ellas, con palabras para expresar conceptos abstractos “como futuro, eternidad, existencia”. El calendario azteca fue para él una prueba de lo avanzado de sus civilizaciones antiguas. En cambio, hablaba de la barbarie del hombre civilizado viendo el trato que misioneros y colonos les dispensaban, concepciones que lo hicieron un adelantado a su tiempo.
En Cuba deploró, como había hecho en todos los lugares en sus anteriores viajes, la devastación de bosques para sembrar caña. En Estados Unidos pudo compaginar sus investigaciones con el presidente Thomas Jefferson, apasionado por todas las ciencias, interesado en la Filosofía y Matemáticas y quien gustaba presentarse como un granjero protector de la naturaleza. Deslumbró al equipo de Gobierno con sus informes sobre México, al cual ninguno de ellos conocía.
Sobre el sistema que la Corona española mantenía en sus colonias, Humboldt se escandalizaba porque su sed de oro dañara una tierra en donde era suficiente “rascar un poco para producir cosechas abundantes”.
Como si fuera hoy en día. Gustavo Petro centró su discurso la semana pasada en la Asamblea General de Naciones Unidas en la necesaria y urgente lucha contra el cambio climático. Ese énfasis de su lucha política ahora encuentra un oído receptivo en Estados Unidos y en casi todos los países en los cuales Humboldt “inventó la naturaleza”. Venezuela, Chile, Cuba, México, Brasil y Estados Unidos, manifiestan intención de hermanarse en esa campaña en defensa de la vida.
Sus adversarios han pretendido hacer mofa por el ribete lírico con que finalizó su intervención en la Asamblea, pero no puede desconocerse la gravedad del problema, que sigue creciendo y exige acciones urgentes. Ya en Colombia la Corte Constitucional ha declarado los ríos como sujetos de derechos y la protección de la naturaleza hace parte de la lucha por la paz.
Es urgente que el presidente Petro persista en hacer las concertaciones necesarias para que el acuerdo nacional que ha propuesto, pero sobre el cual hay tantas interpretaciones como intereses políticos existen en el país, sea una realidad, con la protección de la naturaleza como uno de sus ejes. La tragedia del cambio climático no da espera