El mundo entero presencia las multitudinarias marchas de protesta contra el genocidio que el Estado de Israel está realizando en Palestina, incluidas las de muchísimos judíos que, espantados por el Holocausto que amenaza acabar con el pueblo palestino, gritan: no en mi nombre.
Pero ese clamor popular, parece no conmover a muchos gobiernos que se resisten a condenar esa matanza que no respeta ni los límites mínimos, no sólo del Derecho Internacional Humanitario sino la esencia misma de la humanidad. Las últimas agresiones de Israel se han hecho más evidentes ahora por su brutalidad y por la visibilidad que brindan las redes sociales, pero eso ocurre desde cuando el proyecto de aniquilar a la población palestina y usurpar totalmente sus tierras hasta borrar su Estado, se hizo consustancial al Estado de Israel.
Así que lo que sucede en estos momentos, ese bombardeo de hospitales, edificaciones civiles y escuelas no surgió de la nada, es la realización de un proyecto sionista de expansión ciega, metódica y brutal que ahora se hace evidente e innegable, pero que ha venido realizándose paulatinamente desde cuando se creó el Estado de Israel. Ya lo dijo Golda Meir, como su primera ministra: “No existe tal cosa como el pueblo palestino”.
América Latina no ha sido la excepción en el silencio cómplice; por eso el escándalo que se armó cuando el presidente colombiano, Gustavo Petro, dijo que condenaba el genocidio a que se estaba sometiendo al pueblo palestino. Y, a la amenaza de Israel, de suspender la venta de material de guerra a Colombia, respondió que, si había que romper relaciones con ese país, las rompería. Después, para bajar tensiones, apareció abrazado con el israelí, pero al mismo tiempo publicó otro abrazado con el embajador palestino.
Ya en el 1982 Colombia había aportado una lapidaria condena a los abusos israelíes. En ese momento fue Gabriel García Márquez, quien, sobrecogido por el asesinato de miles de refugiados palestinos en Sabra y Shatila durante la invasión de Israel a Líbano, sentenció; “Si existiera el Premio Nobel de la Muerte, este año lo tendrían asegurado sin rivales el mismo Menahem Beguin y su asesino profesional Ariel Sharon”, exprimer ministro y exministro de Defensa de Israel, respectivamente.
Y, ante la pasividad de los organismos internacionales en esa ocasión, agregó: “La crisis de Polonia (por la implantación de la Ley Marcial) produjo en Europa una especie de conmoción social… (Y en la invasión de las islas Malvinas en Argentina) el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no esperó 48 horas para ordenar el retiro de las tropas ni la Comunidad Económica Europea lo pensó demasiado para imponer sanciones comerciales”.
Poco han cambiado las cosas: el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, luego de insultar al secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, por haberse atrevido a pedir que pararan la masacre, anunció que no concedería visa a ningún funcionario de ese organismo.
Y apenas ahora, un mes después de ese horror sostenido y tras más de 17 mil civiles muertos, la mayoría mujeres y niños, y la muerte de 130 funcionarios internacionales de esa entidad, se atrevió a invocar el Artículo 99 que insta al Consejo de Seguridad a que “presione para evitar una catástrofe humanitaria” aún mayor en Gaza y se una en un llamamiento a un alto al fuego humanitario total, y advierte que los condenables ataques de Hamás no absuelven a Israel.
Alemania está aplastada por el peso de su culpabilidad por el Holocausto, pero esa culpa se refiere sólo a los judíos. Las otras víctimas de sus campos de concentración: gitanos, comunistas, miembros de la resistencia, eslavos, impedidos físicos y personas con problemas mentales, no son siquiera mencionados. Hoy en día en ese país, quien ose enarbolar una bandera palestina o una pancarta de solidaridad con ese pueblo, es tildado de antisemita y arrestado. La honrosa excepción de España hace evidente el inexcusable silencio de Europa.
En contraste, la protesta ciudadana en el mundo entero crece cada día y los judíos demócratas piden cada vez más que no utilicen su nombre como justificación. El viernes pasado se reunió el Consejo de Seguridad y, como era de temer, Estados Unidos vetó la resolución de alto al fuego. Para efectos prácticos, es como si Israel tuviera asiento en ese Consejo