Con exquisita corrección, un lector me reprocha por escribir de modo abstracto y ambiguo sobre la guerra en Ucrania: “Estás con unos o estás con otros”, me emplaza. Lo curioso es que, para subrayar la ambigüedad, en el mejor estilo de Cantinfl as, el más dialéctico de los mexicanos, admito que tiene y no tiene razón.
En determinadas ocasiones no sólo razono y escribo de modo abstracto y con cierta ambigüedad, sino que lo hago ex profeso, evitando adoptar la posición de quien juzga, lo cual obliga a censurar a unos y absolver a otros, función que no deseo asumir y para la cual, obviamente no estoy habilitado. Al emplear un lenguaje general, lo hago amparado en la convicción de que los valores, la verdad y la justicia no solo son eternos, sino también abstractos, lo cual significa que no están condicionados por el tiempo ni por el espacio, sino que son los mismos en todos los tiempos y latitudes y están más allá de las circunstancias, de las clases o la política, no son unos para los ricos y otros para los pobres, sino iguales para todos.
La Declaración de Independencia de los Estados Unidos uno de los documentos paradigmáticos para la cultura humana enfatiza: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Aquellos revolucionarios, no se refirieron a los pobladores de las 13 Colonias, tampoco a negros o blancos, ni a ninguna clase social específica, porque, en la promoción de los valores, no importa individualizar a quién oprime, miente, roba, mata, sino demostrar que oprimir al prójimo, mentir, robar o matar son conductas éticamente censurables, legalmente penadas y pecaminosas.
Trasladadas a la política y a las relaciones internacionales, regidas también por valores, es legítimo generalizar para condenar las agresiones, las anexiones, la intimidación y el uso de la fuerza, los bloqueos y las sanciones. Ningún estado tiene derechos sobre otros y ningún argumento es válido para que una potencia invada a otro país, le arranque territorios y le imponga sus criterios. Ninguna acción política concita mayor repudio que la agresión y sobre todo la invasión de un país a otro.
La Carta de la ONU, el documento jurídico de mayor jerarquía en la regulación de las relaciones internacionales es tan abstracta como categórica. Concebida para excluir el predominio de unos países sobre otros y eliminar las guerras, no repara en el hecho de que haya países más grandes, desarrollados, y poderosos que otros, sino que asume la generalidad abstracta al postular la “Igualdad soberana de los estados”, el derecho de las naciones al ejercicio de la soberanía nacional y de los pueblos a la autodeterminación.
No obstante, el notable y loable esfuerzo para la regulación jurídica de las relaciones internacionales que condujo a la creación de la ONU, no fue perfecto y falló al otorgar a las cinco mayores potencias de entonces: Estados Unidos, Unión Soviética (ahora Rusia), Gran Bretaña, China y Francia, la potestad de “veto” en la aplicación del Capítulo VII decisivo para el mantenimiento de la paz. Debido a la trascendencia implícita en la aplicación de la fuerza militar de la comunidad internacional contra algún país en particular, el Capítulo VII, no solo fue el más debatido sino el más extenso.
En total incluye 13 artículos (39 al 51) y emplea 1088 palabras. Finalmente se decidió que, para aplicarlo y usar la fuerza para restablecer la paz, se requería el voto unánime de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, es decir de Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia). Un resultado indeseado fue que ninguno de esos estados puede ser criticado, sancionado y mucho menos reducido por la fuerza, por el Consejo de Seguridad al amparo del Capítulo VII, aunque protagonicen actos que atenten contra la paz.
En ese ámbito, la impunidad de tales países es total. Eso explica la parálisis de las Naciones Unidas que nada pueden hacer en el caso de Ucrania porque ninguna resolución puede ser adoptada debido a que cuatro de los protagonistas de esa guerra: Estados Unidos, Rusia, Francia e Inglaterra, tienen derecho a vetar cualquier iniciativa que implique decisiones del Consejo de Seguridad. Debido a que en las presentes circunstancias modificar la Carta de la ONU es inviable, queda el recurso de apelar a la razón.
Del mismo modo que hace 78 años cinco estadistas resolvieron el dilema de la guerra o la paz, los líderes de aquellos mismos estados, tienen hoy el poder y el deber de volver a hacerlo. Se trata de Joe Biden, Vladimir Putin, Xi Jinping, Emmanuel Macron y Rishi Sunak. De ellos depende la paz del mundo y la suya propia.