Difícil de imaginar un dolor más agudo y profundo que el de una madre buscando a su hijo o hija en una fosa clandestina donde se apilan los restos humanos de quizá cientos de personas, bajo la amenaza de ser ella la próxima en quedar oculta entre ese lodo, qué desesperada y ansiosa remueve, si pretende seguir sus intentos de recuperar a un ser amado o de buscar al menos el consuelo de saber en dónde quedaron los restos de aquella o aquel que un día acunó en sus brazos.
Fue así como muchas personas en México pasaron el Día de la Madre, este 10 de mayo, conmemoración inventada en 1922 para contrarrestar la lucha feminista que tuvo su epicentro en Yucatán, con la intención de imponer un solo modelo de mujer, ponderando la abnegación y el sacrificio sobre cualquiera otra virtud femenina.
Sin embargo, más allá de la manipulación patriarcal de nuestro ser y deber ser femenino, y de los intentos por el control de nuestros cuerpos, debemos admitir que no todo lo construido como femenino es negativo.
Más bien deberíamos promover que las tareas asociadas con la maternidad se redistribuyan entre los demás integrantes de la sociedad y no se recarguen exclusivamente en las mujeres; que las virtudes asociadas con ella como la ternura, la empatía y el compromiso, hacia otro ser, se inculquen a toda la humanidad.
En este caso, un ejemplo a seguir es la solidaridad entre las mujeres madres que unidas, y dándose mutuo apoyo, enfrentan valientemente a todo un sistema y a Gobiernos que, no sólo no han podido eliminar la violencia, sino que esta se acrecienta cada día ante la apatía, indiferencia y en algunos casos complicidad de las autoridades.
En México faltan 112 mil 114 personas, según el Registro Nacional de Desaparecidos, así nos informa el Periódico de la Dignidad y Soberanía, y ante esta realidad muchas de las madres que luchan en diversas partes de México por encontrarlos, no les quedó de otra que participar en la XII Marcha de la Dignidad Nacional para exigir la aparición de sus seres queridos y justicia para los desaparecidos.
Gritaron, entre otras consignas: “No nos maten, sólo buscamos a nuestros hijos”, ya que ahora son ellas las que son perseguidas y asesinadas ante el temor de los culpables de que su búsqueda saque a la luz quiénes son y la red de complicidades que se teje detrás de las desapariciones.
Así, mientras muchas familias celebraban en sus hogares, en la ciudad de México diversos colectivos se reunieron en el Parque de la Madre y cientos de madres recorrieron el Paseo de Reforma afirmando que para ellas no había “nada que festejar” y que lo único que las mantenía vivas eran la esperanza de encontrar a sus hijos e hijas o por lo menos obtener justicia.
Lo mismo hicieron cientos de madres en diversos Estados de la república como Durango, Veracruz, Guanajuato, Guerrero, Puebla, Oaxaca y Nayarit, porque tristemente sucede lo mismo en casi todo el país, hombres y mujeres desaparecen sin que sus madres y familiares sepan qué pasó con ellos.
En Cancún, Quintana Roo, las madres buscadoras organizadas bloquearon la avenida Xcaret frente a la Fiscalía del Estado, colocaron carteles en un tendedero, mientras integrantes de la colectiva “Siempre Unidas” pintaban los rostros de sus hijas e hijos con la intención de que las autoridades y quienes trabajan en la fiscalía recuerden que en Cancún y otras ciudades desaparecen personas todos los días.
Y es que el modelo de desarrollo impuesto en el Caribe mexicano ha ocasionado que, en lo que fue territorio de los cruzo’ob, hoy prevalezca la violencia, la prostitución, la trata de personas, crecen las adicciones, y por supuesto, la desaparición forzada de personas sin que las autoridades, ni las de antes, ni las de ahora, hagan mucho por frenar esta terrible realidad.
Las madres buscadoras, de Quintana Roo y otras partes de México, no son muy diferentes a las Madres de la Plaza de Mayo, asociación argentina formada durante la dictadura de Jorge Rafael Videla para la búsqueda de sus hijos e hijas desaparecidos.
Tampoco lo son de las que conformaron la organización ¡Eureka! Integrada por mujeres madres como Rosario Ibarra de Piedra desde 1977 y que igual se dedicaron a la búsqueda de sus hijos e hijas desaparecidas durante los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría.
De nuevo son las madres quienes valientemente se enfrentan al sistema en busca de sus hijos e hijas, y sin bien en el caso de Argentina y de México de los años setenta, las desapariciones fueron ordenadas por Gobiernos represivos con el fin de acabar con movimientos que exigían justicia y democracia.
En este caso que comentamos, las desapariciones tienen que ver más con la red de trata de personas, con la delincuencia organizada y la persecución de ambientalistas y periodistas fundamentalmente, por lo tanto, están involucrados en estas, diversos grupos delincuenciales, asociados muchas veces con mafias económicas y políticas.
En todos los casos, los Gobiernos no han sido capaces de garantizar una vida sin violencia a la ciudadanía, ni de garantizar justicia o al menos otorgar protección a las madres buscadoras.
Es muy oportuno recordar las palabras de Rosario Ibarra de Piedra al recibir la Medalla Belisario Domínguez y dejarla en custodia del Presidente de México: “No quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares”.
A estos añorados familiares del pasado se les suman hoy los buscados por otras madres que sufren el dolor más agudo e inimaginable: perder a sus hijos e hijas y sobrellevar además la pena y la incertidumbre de no saber qué les pasó y dónde están. Este mes de mayo exijamos justicia para estas madres buscadoras.