Kiev y ahora Moscú son las primeras capitales europeas atacadas en casi ochenta años. La última había sido Berlín en 1945. Se trata de la guerra y el regreso a la barbarie, así como de la quiebra del esquema de seguridad colectiva construido mediante negociaciones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética que, aunque fueron adversarios irreconciliables, se respetaban.
En 1918 los bolcheviques trasladaron la capital del país de San Petersburgo a Moscú, alejándola de las fronteras y del mar. El esquema de seguridad se reforzó después de la II Guerra Mundial cuando los países socialistas de Europa Oriental formaron un escudo territorial en torno a la Unión Soviética.
Con la disolución de la URSS esa situación varió porque en sus antiguos territorios surgieron Estados hostiles, como Ucrania y los países bálticos. Polonia, Rumania, Hungría y otros, que antes fueron “países hermanos”, al integrarse a la OTAN colocaron tropas adversarias próximas a Rusia.
La cercanía de Estados hostiles forma parte de las preocupaciones de seguridad de Rusia cuyos argumentos no sólo no fueron escuchados, sino que fueron traicionados por las potencias occidentales que se comprometieron a no expandir la OTAN hacia las fronteras rusas. El ataque con drones al Kremlin confirma las peores presunciones. Para agredir a Rusia no se necesitan ahora misiles intercontinentales ni aviación estratégica. Los cambios geopolíticos y el avance de las armas y las técnicas militares han anulado las antiguas ventajas.
Se puede argumentar que los Estados hostiles están de Rusia a la misma distancia que ellos de Rusia, pero no soslayar que, excepto Bielorrusia, Rusia no cuenta con ningún aliado en Europa, mientras que la OTAN son 31 Estados. Al sumar a Finlandia, la organización belicista alcanzó las fronteras de Rusia, a lo cual se sumó el acceso por mar. De consumarse la inclusión de Suecia que es inminente, el flanco Norte de Rusia estaría seriamente comprometido.
No obstante, desde cualquier punto en el extranjero, incluidas Ucrania y Finlandia, para alcanzar Moscú, un avión, misil o dron deberá volar, como mínimo unos 500 kilómetros sobre territorio ruso. Para los drones con que cuenta Ucrania que no dispone de satélites para operarlos, es una distancia considerable.
Según se aprecia en las nítidas imágenes mostradas por la televisión rusa, probablemente captadas por el dispositivo defensivo o por satélites rusos, el ataque de los drones fue una operación altamente profesional, realizada por operadores expertos con equipamiento apropiado y precisión milimétrica.
Otro asunto es el de las defensas antiaéreas de Moscú que obviamente operan desde accesos lejanos y que, aunque en la etapa final y decisiva cumplieron su tarea, permitieron que las naves hostiles llegaran al blanco sobre el cual, presumiblemente se estrellarían. Queda por saber si hubo demoras en descubrirlos, les permitieron acercarse hasta tener disparos seguros o esperaron órdenes. El comandante a cargo sabrá porqué ocurrió así.
No obstante, existen precedentes. Durante la Guerra Fría, cuando cada día se temía un ataque sobre Moscú, en mayo de 1987, Mathias Rust, un joven alemán de 19 años, tripulando un avión Cessna aterrizó en la Plaza Roja de Moscú. De haber sido un kamikaze hubiera provocado un desastre político-militar.
Sin intenciones hostiles, aunque sin autorización y sin ser molestado, el joven voló durante 750 kilómetros a través del formidable escudo defensivo, que protegía la capital soviética. Hubo quien atribuyó el hecho a la decadencia que entonces afectaba a aquella superpotencia. Mijaíl Gorbachov, líder de la URSS destituyó al ministro de Defensa Serguéi Sokolov y al comandante en jefe de la Defensa Antiaérea, Aleksandr Koldunov.
Para quienes presenciaron el ataque con aviones Boeing 767 a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, y se sobrecogieron con el titular de CNN “ESTADOS UNIDOS BAJO ATAQUE”, la escala del atentado al Kremlin, no es comparable, sí lo es la técnica empleada y la intención hostil.
Aunque Rusia es una superpotencia militar, la OTAN que incluye a Estados Unidos y las estructuras militares de Gran Bretaña, Francia, T?rkiye, Italia, Alemania, España y otros 25 países, representan peligros abrumadores. Tres de ellos disponen de poderío nuclear, aviación estratégica y flotas de submarinos. Una confrontación en esa escala, aun sin armas nucleares, sería devastadora.
De hecho, el mayor peligro para la seguridad, tanto de Rusia, como de toda Europa, incluso de Estados Unidos, es la actual situación de guerra. Tal vez el episodio de los drones sobre el Kremlin no sea un ensayo, aunque es un aviso.