Opinión

La guerra mata, destruye y… confunde

La guerra es una dramática realidad que sólo se puede detener cuando los contendientes comprendan que ganar la paz es la mejor victoria

En torno a la guerra en Ucrania se despliega también una batalla de ideas, figura con la cual no aludo únicamente a las versiones confrontadas propaladas por la prensa Occidental, ucraniana y rusa, ninguna de las cuales admite matices y, en defensa de las posiciones respectivas, sacrifican la verdad, como se sabe la primera víctima en todas las guerras.

Excepto por la labor de comentaristas que aportan opiniones, los órganos Occidentales y rusos son la fuente de los medios mediante los cuales se informa y orienta la opinión pública de todo el mundo. En este orden de cosas, la mayor presencia, acreditación y volumen de los Occidentales, unido a la censura aplicada a los rusos desequilibra la correlación mediática. La notoria ausencia de corresponsales de guerra en los frentes es una carencia notable.

La manipulación y el proselitismo político, no sólo escamotea la verdad, sino que, al hacerlo, confunde a los sectores populares, incluida la izquierda, y presenta la guerra como solución a diferendos y conflictos que pudieran ser resueltos por vía pacífica. De ese modo los defensores de la paz y los críticos de la guerra son aislados y con frecuencia acorralados.

No es la primera vez que tal cosa ocurre ni puede ser comprendida en abstracto porque la guerra, una compleja aberración civilizatoria concreta que logra mezclar los intereses mezquinos de las élites y del poder, con anhelos nacionales.

El fondo del asunto es que la prensa no existe para sí misma ni para complacer a los círculos de poder, sino que debería servir con imparcialidad a todos los sectores de la opinión pública, incluyendo a los minoritarios en cada lugar, concediendo espacios también a los que, con diferente intensidad y grado de militancia critican la guerra, a quienes la instigaron y provocaron, a los que la desataron y a los que son reacios a dialogar, negociar y auspiciar la paz.

La guerra no es hoy, como fue en cierto momento, un hecho abstracto y una posibilidad, sino una dramática realidad que sólo se puede detener cuando los contendientes comprendan que ganar la paz es la mejor victoria.

Durante la Guerra Fría, cuando no había confrontaciones armadas entre las potencias que, en posesión de las armas nucleares se atenían a la doctrina de la “destrucción mutua asegurada” que no era capitalista ni socialista, soviética ni norteamericana, sino bárbara, en toda Europa, incluida la Occidental y la Oriental, en China y Japón existían fuertes movimientos pacifistas que criticaban el armamentismo, abogaban por el desarme nuclear y luchaban, no contra una guerra en marcha, sino contra una probable.

Entonces, se trataba de una contienda ideológica pura, entablada entre los pacifistas contra los guerreristas, de las palomas contra los halcones, en la cual los represores no se sentían directamente atacados, por lo cual no aplicaban a rajatabla la censura ni reprimían, como lo hacen cuando creen que los llamados a la paz favorecen al enemigo y entrañan una crítica a su desempeño.

Por lo que filtra a través de los muros de contención levantados por las políticas informativas trazadas por los contendientes y asumidas por la prensa cooptada, los luchadores por la paz no la tienen fácil en Kiev ni en Moscú y no encuentran suficiente espacio entre las elites comprometidas con alguno de ellos.

Se conoce lo que piensan y por lo que trabajan los círculos de poder y las elites en Europa y los Estados Unidos, también en Moscú y en Kiev, incluso en China, la india e Irán y una larga etcétera, lo que se desconoce es cómo piensan en esas sociedades, las masas, la juventud ilustrada y los militantes de izquierda para quienes la oposición al militarismo y la guerra, sobre todo la agresión, fue siempre una bandera.

No es posible saberlo porque no hay suficiente investigación, no es real la apertura, no existe la objetividad y porque la prensa, agrupada en poderosos consorcios ha perdido mucho de su independencia y los periodistas no son suficientemente libres.

Si tuviera que elegir a quién prodigar mis simpatías, me inclinaría por la filosofía de Gandhi y de Mandela, y apoyaría Xi Jinping, Erdogan, Lula, López Obrador, al Papa Francisco y a cualquiera de los siete mandatarios africanos que realizan gestiones de paz en Moscú y Kiev.

Apoyar a los protagonistas y culpables de la guerra y admirarlos como se admira a un atleta por quien se hincha desde las gradas, es colocarse del lado equivocado de la historia.