En Colombia, donde los acontecimientos se precipitan con velocidad de vértigo, estamos acostumbrados a pasar de las derrotas al triunfo, de grandes dolores a alegrías desbordantes, de la quiebra a la riqueza sin solución de continuidad.
Las semanas anteriores no podían ser la excepción: pasamos del escándalo del lenguaraz embajador en Caracas, que ocasionó su salida y la de la jefa de Gabinete, con investigaciones de la Fiscalía, cuyo máximo rector no es precisamente afecto al presidente, a las marchas de apoyo al presidente Gustavo Petro y su anuncio de que iría a La Habana a firmar el cese al fuego con el ELN, la guerrilla más arisca para acceder a procesos de paz.
Con ese viaje y esa firma, parecía alumbrar un luminoso porvenir para Petro y los habitantes de este país: los discursos fueron civilistas, con interpretaciones de la historia con asidero en la literatura (Gabriel García Márquez fue citado tanto por el Presidente como por los comandantes guerrilleros), se leyó el Protocolo de Acuerdo, con tantas cláusulas e incisos como si hubiera sido diseñado por un notario, pero todos estábamos eufóricos y no era cosa de ponernos criticones.
El baldazo de agua fría vino apenas se levantó la mesa solemne, en una entrevista de prensa a Pablo Beltrán, jefe negociador de la guerrilla, en la cual dijo, en esencia, que los secuestros continuarían en la medida en que el ELN necesitara dinero: las “retenciones” no están incluidas en el cese al fuego y si no son necesarias no se harán: “el ELN continuará realizando operaciones para mantenerse económicamente, ya que aún no se ha concluido un acuerdo sobre dicho asunto”. No quiso referirse al reclutamiento de menores, otro de los temas críticos, por caer bajo la órbita del DIH.
Ruiz Massieu, el delegado mexicano del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el seguimiento y verificación de este proceso, de la misma manera que lo es para el ya logrado con las FARC, ha explicado que esa permisividad con el secuestro llega solamente hasta cuando dentro de seis meses se firme el paso siguiente hacia la desmovilización.
En este ciclo se abordaron dos puntos: el cese al fuego y la participación de la sociedad, porque se supone que con él se irá avanzando en la protección de las comunidades. Ante esto yo me atrevo a complejizar la propuesta de la guerrilla: si no van a parar los secuestros, se supone que la Fuerza Pública, que no pierde competencia para perseguir a los secuestradores, tal como lo ratificó el delegado de la ONU Ruiz Massieu, en sus encuentros armados con ellos traerá inevitablemente zozobra a esas comunidades que el ELN se ha comprometido en proteger. Igual ocurrirá en los enfrentamientos entre esta guerrilla y los demás grupos armados que aún no están en procesos de diálogo con el Gobierno.
Así que esa manzana, a la que quisimos ver tan lozana al cierre del pasado ciclo de negociaciones en La Habana, tiene un gusano que, de no exterminarlo a tiempo, puede malograr la fruta.
Otra gran alegría que nos entibió el corazón a los colombianos fue el rescate de cuatro niños perdidos en la selva amazónica gracias al esfuerzo conjunto de la Fuerza Pública y los indígenas. Habían sobrevivido al accidente de la avioneta en que viajaban con su madre, para reunirse con su padre, quien había tenido que salir huyendo por amenazas de un grupo paramilitar.
Cuarenta días duró la búsqueda de los niños con edades comprendidas entre 13, 9, 4 y un año. La segunda y el último cumplieron años en el transcurso de esta odisea. Todo el país seguía en vilo los reportes permanentes del equipo de búsqueda: los rastros que dejaban los niños, cómo siempre parecían andar en círculos sobre sus huellas, pero sin poder hallarlos.
Hasta que el día 40 después del accidente de la avioneta pudieron encontrarlos. Y, luego de la inmensa alegría de verlos vivos, a pesar de su increíble delgadez y deshidratación, asomó el gusano de la manzana.
Se supo que los niños no querían ser encontrados por temor a los golpes del padrastro de las dos mayores, a quienes, según su abuelo, golpeaba en el cuello con el plan del machete y había intentado violar. Los niños contaron que varias veces vieron a los rescatistas, pero se ocultaron para no ser vistos por temor al padrastro a quien temían más que a las fi eras de la selva.
Supimos también que la madre había sobrevivido tres días a la caída de la avioneta y que en esos días había instruido a Lesly, su hija mayor, sobre lo que debía sacar del equipaje que iba en el aparato y los cuidados que debía tener con sus hermanos, especialmente con el menor, entonces de 11 meses de edad.
Los indígenas decían estar seguros de que Lesly, que ya era adulta (en términos de su cultura) sabría desenvolverse.
Hay que destacar en este evento la persistencia del presidente Petro, que no permitió que desfalleciera el ímpetu del rescate, la unión y colaboración entre Fuerza Pública e indígenas en un esfuerzo compartido y, desde luego, la fuerza interior de estos niños que no les permitió rendirse.
Ahora están recuperándose en un hospital, bajo la supervisión del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), cuyas raciones, arrojadas desde helicópteros por donde se suponía estaban los niños, ayudó a su supervivencia.