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Opinión

¿De quién es la calle?

Cada llamado de Gustavo Petro “al pueblo” para que salgan a la calle a respaldar sus propuestas, la oposición ha respondido. Cada marcha ha tenido su contramarcha

Como viene ocurriendo desde cuando el presidente de Colombia, Gustavo Petro, asumió el poder; a cada llamado suyo “al pueblo” para que salgan a la calle a respaldar sus propuestas de reforma, la oposición ha respondido convocando a sus seguidores a manifestarse en esos mismos espacios. Cada marcha ha tenido su contramarcha.

Petro, un orador que sabe enardecer multitudes, ha utilizado la plaza pública en las campañas electorales, primero para el Senado, después a la Alcaldía y luego en el camino hacia la Presidencia de la República. Cuando fue alcalde, ante las sanciones a las que lo sometió injustamente un procurador general de extrema derecha, convocó en repetidas oportunidades a sus seguidores a que manifestaran en la Plaza de Bolívar y desde el balcón de su despacho, que da directamente a ella, arengaba a las multitudes que se agolpaban para manifestarle su apoyo.

La Plaza de Bolívar se considera ya una unidad de medida del apoyo o rechazo de quienes convocan las marchas: si logró llenarse a tope o si apenas se cubrió la mitad o menos de su capacidad. Ese fue el escenario que escogió Jorge Eliécer Gaitán, el asesinado candidato presidencial cuya muerte ha marcado para siempre nuestra historia, como remate de la marcha del silencio que había convocado para rechazar la violencia.

Así que esa plaza ha pasado a ser también la medida del apoyo o rechazo a Petro, y él, con la imagen de sus triunfos arrolladores como orador, ha convocado “a la calle” a sus seguidores desde cuando llegó a la Presidencia.

Pero ahora ocurre que a cada convocatoria de Petro sale otra de la derecha -la extrema y la de centro- y también muchos progresistas desencantados no de sus propuestas, pero sí del estilo de Gobierno.

Una gran diferencia con las marchas en Gobiernos anteriores es que el ESMAD (policía antimotines) se ha mantenido a la expectativa, sin provocar a los marchantes y, muy llamativo, no ha habido provocadores. Los marchantes antiPetro son personas adultas, muchas ya en la madurez, y de clase alta y media en todas sus franjas por lo cual la fogosidad deja paso a consignas agresivas en carteles.

Luego del lamentable espectáculo que nos brindó el entonces embajador en Venezuela en una llamada telefónica a la jefa de Gabinete de Petro, el país se convulsionó porque entre el lenguaje soez dio a entender que los 15 mil millones de pesos que había recaudado en la costa no provenía de fuentes legales y que si él hablaba se caería el Gobierno. “Nos vamos todos a la cárcel”.

Petro reaccionó de inmediato para conjurar el escándalo destituyendo al embajador y la jefa de Gabinete y dio las explicaciones que consideró lo exculpaban.

Pero como los escándalos se están produciendo en forma de alud, pocos días después se produjo la muerte del coronel de la Policía Óscar Dávila, coordinador de la protección anticipativa presidencial. Prontamente, el presidente Petro informó que el Coronel se había suicidado con la pistola de un escolta que lo acompañaba y que dejó sobre el asiento del carro cuando se bajó a una corta diligencia.

El escándalo se difundió por todos los medios y el Fiscal General se apartó de la imparcialidad que comporta su cargo, actuando más como político que como jefe del organismo investigador para manipular la información a cuentagotas y en los momentos en que consideró que podía causar mayor daño.

Se produjo entonces la marcha de rechazo a Petro y en ella abundaron los carteles por el estilo de: “Coronel Dávila no se suicidó. Lo asesinaron. ¡Justicia!”. Llama la atención que en ella hayan participado reservistas del Ejército con su organización ultraderechista, cuando Petro acaba de aumentar en más del 14 por ciento el salario del Ejército con efecto retroactivo.

Pero, sólo después de concluida la marcha, luego de haber quedado en el ambiente la idea de que el Coronel había sido asesinado, la Fiscalía hizo público el informe forense oficial que confirmaba el suicidio.

Petro reaccionó mal a las marchas y, en vez se convocar a la conciliación de los proyectos de reforma, dos de las cuales -laboral y la que legalizaba la venta de marihuana recreativa para adultos, como antes la de la salud- se hundieron en el Congreso, salió a decir que los manifestantes no habían logrado llenar la Plaza de Bolívar y a criticar a los medios de comunicación, con lo cual logró que los medios de derecha salieran a decir que los estaba amenazando y los independientes, que muchas veces han apoyado sus propuestas, tuvieran que rechazar la descalificación.

Su exministra de Agricultura, Cecilia López, una experimentada economista convencida de la necesidad de la Reforma Agraria, quien fue destituida por haber hecho anotaciones críticas, rompió su silencio para decirle al Presidente que los exministros destituidos junto con ella no son sus enemigos, pero que cree necesario abrirse a la concertación para buscar aliados que respalden sus proyectos.

En general, las ideas de Petro son buenas y sus intenciones están guiadas por un sincero anhelo de justicia social y medioambiental, pero tal vez sea hora de que escuche a quienes desde su misma orilla le piden que no abra tantos e incontrolables frentes de confrontación.

Para ello no tendría que buscar muy lejos. Recordar al jefe del M19, Jaime Bateman, quien decía que para buscar la paz había que hablar hasta con el diablo. Y, desde luego, escuchar.

 

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