Ni durante la Guerra Fría ni después, ninguna de las decenas de conflictos militares tuvo potencial para amenazar la paz mundial, cosa que sólo ocurre cuando se involucran las grandes potencias. Ello se evidenció en el 1950 durante la Guerra de Corea, en el 1956 cuando ante la nacionalización del Canal de Suez Gran Bretaña y Francia, en connivencia con Israel invadieron Egipto, y en 1962, ocasión en que, debido a la instalación de misiles nucleares en Cuba se gestó un conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
El fenómeno ilustra la enorme responsabilidad adquirida por los Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido, Francia y China, las cinco potencias que en la década de los años 40 del pasado siglo diseñaron el sistema de seguridad colectiva basado en la ONU, especialmente en el Capítulo VII de la Carta, que autoriza el uso de la fuerza contra cualquier Estado que atente contra la paz mundial, excepto que sea uno de ellos mismos que cuentan con potestad de veto.
Debido a coyunturas políticas trascendentales, en el Consejo de Seguridad se produjeron dos grandes cambios que, no obstante, respetaron lo acordado en los años 40, manteniéndose el número y la estabilidad al interior del órgano.
La primera mutación tuvo lugar en el 1949 cuando, ante la proclamación de la República Popular China por Mao Zedong, el derrotado Gobierno de la República China, encabezado por Chiang Kai-shek, se replegó a Taiwán donde estableció un enclave que durante más de 20 años ostentó la representación de China ocupando el escaño en la ONU y la condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad. En ese período, de facto existieron “dos chinas”.
Tal situación cesó cuando en el 1971, tras una intensa batalla política y diplomática de más de 20 años culminada cuando la Asamblea General aprobó el ingreso de la República Popular China y retiró la credencial a Taiwán.
El otro cambio trascendental en el Consejo de Seguridad ocurrió en el 1991, cuando la Unión Soviética dejó de existir, desapareció como Estado y, de modo automático, con la anuencia del resto de los miembros, Rusia proclamada heredera de la URSS, asumió la condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad.
Aunque no es la primera vez que una potencia se involucra en conflictos militares y, debido a su condición de Miembro Permanente del Consejo de Seguridad, evita ser cuestionado por ese órgano, la guerra en Ucrania adquiere connotaciones específicas por conllevar el riesgo de una conflagración mundial, sin que el órgano pueda pronunciarse.
La parálisis de la ONU es un daño colateral de dimensiones globales difícilmente reparable, excepto que, en términos aceptables, se restablezca la paz. De momento ninguna iniciativa de diplomacia multilateral puede suplir lo perdido. Al G-7 le faltan China y Rusia, al G-20 le sobran algunos y los BRICS son de pronóstico reservado. Por ahora, lo cierto es que la institucionalidad internacional ha recibido un rudo golpe.