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Las bombas caen, pero en medio de ese infierno, los agricultores sacan sus productos a la calle, los restaurantes abren sus puertas sobre la guerra

Así respondió Victoria Amelina a su compañero de reportería, el exalto comisionado de paz colombiano Sergio Jaramillo, cuando este le preguntó en Kramatorsk, mientras comían apaciblemente, por qué permanecía ahí. Las bombas caen, pero en medio de ese infierno, los agricultores sacan sus productos a la calle, los restaurantes abren sus puertas y la gente quiere convencerse de que la vida prevalece sobre la inhumanidad de la guerra.

Los dos estaban acompañados por Héctor Abad Faciolince, conocido escritor, y Carolina Gómez, periodista de guerra, ambos colombianos. Los tres estaban ahí en compañía de su compañera ucraniana, en desarrollo de su campaña ¡Aguanta Ucrania! que apoya la resistencia de ese país contra la invasión rusa. Victoria Amelina estaba documentando los crímenes de guerra rusos en su país.

Estaban en una pizzería, departiendo tranquilos, sintiéndose protegidos por el derecho de guerra que prohíbe los ataques a la población civil. Pero esa convicción no fue suficiente para un enemigo que ya había evidenciado que para él esas pequeñeces no significan nada; el bombardeo a una represa e hidroeléctrica en el Sur de Ucrania, que obligó a un éxodo masivo de la región, un verdadero ecocidio, dio buena muestra de eso.

Los misiles que cayeron sobre el restaurante les dejaron apenas heridas leves a los tres colombianos, pero la periodista ucraniana aún se debate entre la vida y la muerte. Este hecho ha mostrado la peor cara de esta guerra: esa que nos dice que las normas con que la comunidad internacional se ha ido dotando desde finales de la primera guerra mundial y que se han ido perfeccionando en la medida en que la conciencia de la humanidad asume que la devastación física y moral que acarrea un conflicto armado es un ataque a ella en su conjunto, no importa dónde se produzca.

Héctor Abad comentó que habían elegido esa pizzería porque era el lugar favorito de su colega ucraniana. “El sitio estaba lleno de civiles ucranianos y de otras nacionalidades, como nosotros. Victoria nos había llevado ayer a ver el sitio donde el poeta Volodymyr Vakulenko enterró sus diarios poco antes de ser arrestado, torturado y matado por los invasores rusos. Él sabía lo que le esperaba”. Dice que estaban bromeando sobre la ley seca que los obligó a pedir sólo cerveza sin alcohol cuando, de pronto, cayó al suelo “como fulminado por un rayo…sentí que del centro de la tierra algo brotó, pero en vez de tirarme hacia arriba caí al suelo”.

“Todo empezó a moverse en cámara lenta. Cuando me levanté, Victoria estaba sentada muy pálida, con los ojos cerrados y perfectamente quieta. No se veía herida pero tampoco reaccionaba. Al fin se la llevaron en una ambulancia. Tiene una herida grave en la cabeza. Está entre la vida y la muerte después de ser operada en el hospital 3 de Kreamatorsk”.

La embajada rusa en Colombia emitió un comunicado calificado de cínico por la prensa y la ciudadanía: “A nuestro juicio, la ciudad cercana al frente, convertida en un hub operacional y logístico-militar, no es un lugar apropiado para degustar platos de cocina ucraniana”, como si fuera una guía turística orientando a los visitantes. Juzgó el viaje de imprudente y agregó “insistimos en que los representantes del amigo pueblo colombiano se abstengan de visitar territorios y lugares de acciones bélicas”.

Ante la afirmación de la embajada de que allí había militares, dijo Abad: Si esa es la justificación rusa, entonces pueden tirar una bomba en cualquier parte. En cualquier parte puede haber 10 civiles y un militar. En un supermercado, por ejemplo. Usaron un misil de precisión perfectamente geolocalizado en el sitio donde querían que cayera” La embajada rusa también manifestó su “profunda indignación” porque la emisora WRadio difundió una entrevista a Illya Pomonarev, exdiputado del parlamento de Rusia y portavoz de la Legión de Libertad de Rusia, al parecer conformada por desertores del Ejército ruso (que los califica de terroristas) y que apoyan a Ucrania. A esto la cancillería colombiana respondió que en este país existe libertad de expresión.

El presidente Petro, que se había abstenido, a pesar de las presiones, de condenar la invasión rusa, tal vez con la esperanza de jugar el papel de mediador, ante la victimización de los tres colombianos respondió de inmediato por su Twitter: “Rusia ha atacado a tres civiles colombianos indefensos”. Acusó a Rusia de violar los protocolos internacionales de guerra y ordenó a la Cancillería enviar una nota diplomática de protesta.

Esta reacción del presidente se dio luego de que el alto comisionado para la paz siguiendo la posición -hasta el momento- de su jefe, en su comunicado se abstuvo de condenar las acciones rusas, y la cancillería en el suyo criticó “enérgicamente” las acciones contra civiles.

La Cancillería rusa, que calificó como legítimo el ataque al edificio porque este “acogía un punto temporal de despliegue de comandantes de la 56 Brigada de Infantería Motorizada de las Fuerzas Armadas de Ucrania”, citó al embajador colombiano para dar explicaciones sobre la nota de protesta de la cancillería colombiana y el tuit del presidente Petro.

Ese ataque, condenado por el Derecho Internacional, dejó como saldo la pérdida de vidas y heridas de civiles, la destrucción de edificaciones ajenas al conflicto y por tanto protegidas, la condena de la comunidad internacional y, además, la pérdida de un posible aliado imparcial para la solución diplomática, el presidente de izquierda Gustavo Petro.

 

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