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Jorge Gómez Barata advierte sobre las consecuencias letales de las batallas navales tras las confrontaciones entre Ucrania y Rusia en el Mar Negro

La confrontación en el Mar Negro, que recién se traslada a la desembocadura del río Danubio -que no está en Ucrania ni en Rusia, sino en Rumania, un país de la OTAN-, visibiliza la peligrosidad de las batallas navales que suelen ser altamente letales.

A pesar de su impresionante aspecto, los grandes buques de guerra, tripulados por cientos o miles de hombres, son vulnerables por tratarse de virtuales almacenes flotantes de proyectiles y combustible, fácilmente inflamables. Por ejemplo, en uno de los modernos portaaviones que operan con cerca de 100 aviones, pueden faenar hasta 3 mil marinos, pilotos, técnicos y personal de servicios. Un solo torpedo o misil puede provocar una masacre.

La gran batalla naval de la Primera Guerra Mundial fue la de Jutlandia en el Mar del Norte en el 1916, cuando se enfrentaron unos 100 buques alemanes contra 180 barcos ingleses. En aquel colosal combate, en 24 horas murieron casi 10 mil marinos de ambos bandos. Fue el último encuentro en el mar sin participación de la aviación.

Durante la II Guerra Mundial, en el 1944, en el golfo de Leyte, Filipinas, Océano Pacífico, tuvo lugar la mayor batalla naval entre Estados Unidos y Japón. En la acción intervinieron unos 400 buques, entre ellos varios portaaviones con cientos de aviones. Allí debutaron los kamikaze o pilotos suicidas.

Desde antes, Gran Bretaña y Estados Unidos libraron contra Alemania, la Batalla del Atlántico, que consistió en la lucha contra los submarinos alemanes. El escenario se derivó por la necesidad de apoyar materialmente, desde Estados Unidos a Inglaterra, la extinta Unión Soviética (URSS) y China, así como asistir a la resistencia en otros países aliados mediante el Programa de Préstamos y Arriendos impulsado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt.

Mediante aquel Programa, Estados Unidos apoyó la lucha antifascista con armas, municiones, aviones, tanques, cañones, camiones, combustibles y víveres. La ayuda ascendió a 50 mil 100 millones de dólares de la época (unos 800 mil millones de hoy), lo cual representó casi el 20 por ciento de los gastos de Estados Unidos en la II Guerra Mundial. De ellos. el Reino Unido recibió 31 mil 400 millones; la Unión Soviética, 11 mil 300 millones; Francia 3 mil 200; la República de China, mil 600 millones, y todos los demás países aliados los 2 mil 600 millones restantes, todo lo cual significó el transporte de cientos de millones de toneladas de carga por mar.

Según se cuenta, en diciembre del 1940, el primer ministro británico Winston Churchill escribió a Roosevelt solicitando escolta para los buques que transportaban la ayuda a Inglaterra y la Unión Soviética que fueron hundidos a mansalva por los submarinos alemanes. También pedía el envío de 2 mil aviones al mes y, lo más importante, le comunicaba que Gran Bretaña no podía pagar, como tampoco podían hacerlo la URSS ni China.

Roosevelt convenció al Congreso con el argumento de que “No podemos salvar nuestra piel cerrando los ojos al destino de otras naciones”. Churchill y el líder soviético Joseph Stalin aceptaron las duras condiciones del Programa porque, de no incluir la devolución y el pago, el Congreso estadounidense no lo hubiera aprobado.

La Unión Soviética recibió unos 18 millones de toneladas de carga: 14 mil 795 aviones, 7 mil 537 carros de combate, 8 mil 218 cañones antiaéreos, 131 mil 633 metralletas y 345 mil 735 toneladas de explosivos. Además, 51 mil 503 jeeps, 35 mil 170 motocicletas, 8 mil 700 tractores de artillería, 375 mil 883 camiones de diversos tonelajes y 3 millones 786 mil neumáticos.

Los envíos incluyeron mil 981 locomotoras, 11 mil 155 vagones y 540 mil toneladas de rieles, así como, un millón de kilómetros de cable telefónico y víveres por 312 millones dólares, además de 2 millones 670 mil toneladas de petróleo y 842 mil de productos químicos diversos y 15 millones de pares de botas.

La entrega a la URSS se realizó por el Océano Pacífico (50 por ciento), el Ártico y el llamado Corredor Persa (27 por ciento) que implicaba llegar hasta Irán y de ahí, por tierra, a los frentes de batalla de la Unión Soviética. Inglaterra colaboró enviando 4 millones de toneladas de material de guerra.

Durante la Batalla del Atlántico, los submarinos alemanes hundieron 3 mil 65 buques mercantes, que totalizaron 14 millones 553 mil 819 de toneladas a flote. Estados Unidos respondió echando a pique 785 de los mil 170 submarinos empleados por los alemanes.

La victoria aliada se consumó cuando los astilleros de Estados Unidos produjeron más buques de los que los alemanes eran capaces de hundir, entre ellos el legendario Liberty, de 14 mil toneladas, del cual llegaron a fabricarse dos cada tres días. De un encargo original de 50 barcos, se botaron 2 mil 710. Construidos para operar durante cinco años, algunos navegan todavía.

Del mismo modo que en febrero del 2022, cuando por elección se desencadenó la guerra terrestre en Ucrania, probablemente sus promotores, instigadores y protagonistas en Washington, Kiev y Moscú no calcularon las dimensiones que alcanzaría, tal vez tampoco lo hagan ahora respecto a la confrontación en el Mar Negro. Ojalá no vuelvan a equivocarse.

 

 

 

 

 

 

 

 

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