Opinión

Un mundo regido por reglas

La Carta de la ONU, no fue impuesta sino acordada por las naciones libres. Así aparecieron reglas justas y eficaces para la convivencia internacional

La principal lección de la II Guerra Mundial fue que las Naciones Unidas, nombre que dio Franklin D. Roosevelt a la coalición antifascista, no podían ser vencidas. La unidad entre Occidente y Oriente derrotó a Adolf Hitler y estableció un paradigma, según el cual, las grandes potencias agrupadas en el Consejo de Seguridad de la ONU y facultadas por el Capítulo VII de la Carta para usar la fuerza contra quien alterara la paz, no combatirían entre sí y eran garantes de la paz mundial.

La Carta de la ONU, el principal documento jurídico en la historia de la humanidad, no fue impuesta sino acordada por las naciones libres de entonces. Así aparecieron reglas justas y eficaces para la convivencia internacional. La principal de ellas es la igualdad soberana de los Estados, junto a lo cual se reivindicaron la soberanía nacional y la autodeterminación de los Estados. Se trató de una conquista del proceso civilizatorio.

La ONU y su Carta fueron completadas con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la constitución del Tribunal Internacional de La Haya. La voluntad expresada en aquellos acuerdos fue subrayada por los procesos de Núremberg y Tokio, que convirtieron la agresión y los crímenes contra la humanidad en delitos que los jerarcas nazis y los militaristas japoneses pagaron con la horca y la cárcel.

La ONU y su Carta no pudieron impedir los conflictos locales ni los comportamientos imperialistas de las grandes potencias, pero abrieron una etapa de prosperidad y paz en la cual se consumó la descolonización por la cual más de 40 países afroasiáticos alcanzaron la independencia, se consolidó el campo socialista, China desplegó sus inmensas posibilidades, desaparecieron las dictaduras y se erradicó el apartheid.

La Unión Europea fue una feliz realización y la economía global un reparto de opciones del cual se beneficiaron las economías emergentes y los países en desarrollo.

Otra enseñanza de aquel proceso fue que la Unión Soviética no podía ser retada militarmente, tampoco Occidente. A pesar de la Guerra Fría, la paridad nuclear y el sentido común impusieron la coexistencia pacífica, regida por un enfoque bipolar en el cual, aunque en medio de enormes tensiones, convivieron dos sistemas sociales y dos visiones del mundo.

Hubo grandes confrontaciones armadas, Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, que en conjunto representaron unos 10 millones de muertos. Todas fueron guerras por elección, ninguna por una necesidad histórica.

La remisión del socialismo en Europa y el colapso de la Unión Soviética fue un sacudón de proporciones bíblicas en virtud del cual, sin violencia, sin lucha de clases y sin guerras, los países de Europa Oriental + Mongolia, cambiaron su sistema social y, en los inmensos territorios de la exUnión Soviética, aparecieron 20 nuevos Estados. Se consumó así, el mayor ajuste político desde que el Nuevo Mundo fue incorporado al Occidente global. Rusia conoció la peor crisis de su historia, con la peculiaridad de que ahora no podía culpar a Napoleón Bonaparte ni a Hitler.

No obstante la enorme adversidad, la nación que, a cuenta de decenas de millones de muertos realizó un aporte colosal a la causa de la lucha antifascista, encontró en sí misma el liderazgo y la fuerza que le permitieron renacer y ocupar el lugar que como parte de la Unión Soviética había desempeñado. Por otras razones y con enfoques diferentes, Oriente y Occidente, volvieron a encontrarse en el mismo territorio.

Quisiera creer y creo, que las desavenencias que han llevado al momento presente en el cual la guerra vuelve a convertirse en opción, son parte de un malentendido, aunque gigantesco y peligroso, circunstancial y confío en que alguno de los contendientes avance al encuentro del adversario, no con un misil, sino con un ramo de olivo. Rusia puede hacerlo.

Basta con detener las acciones, abrir caminos al diálogo y dar chances a la diplomacia, protagonizando una retirada estratégica, no para perder la guerra sino para ganar la paz. Moscú tiene la llave.