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Opinión

Democracia plebiscitaria

Zheger Hay Harb comparte su opinión respecto a situación que se vive en Colombia respecto a la gobernabilidad de Gustavo Petro

Cuando el expresidente colombiano Álvaro Uribe alcanzaba cotas muy altas de popularidad durante su presidencia (2002-2010) quiso implantar la teoría del gobierno de opinión. Según el cual, como la opinión pública lo acompañaba, con niveles que superaban el 80 por ciento, eso era una especie de carta blanca para saltarse la ley e imponer su voluntad. Ahora, el presidente Gustavo Petro planteó que, como el pueblo lo eligió, ese “poder constituyente”, debe reemplazar al “poder constituido” y, por tanto, todas sus propuestas deben ser aprobadas.

La inmensa popularidad de Uribe logró en ese entonces que la Corte Constitucional avalara el restablecimiento de la reelección que la Constitución del 1991 había abolido y que el Congreso, en el cual contaba con mayoría absoluta, le concedió. Era un Legislativo que le permitía todo, como la visita de los jefes paramilitares a ese “sagrado recinto” (mientras al mismo tiempo cometían las peores masacres) que Uribe aprobó diciendo que era bueno que les dieran una “pruebita de democracia”.

La sensación de seguridad que produjeron los golpes que le dio a la guerrilla y que indudablemente la debilitaron, había sembrado la idea de que había que permitirle todo al presidente redentor. Y entonces sintió que ya no gobernaba en un Estado social de derecho, como ordena la Constitución, sino en un estado de opinión.

Ahora el presidente Petro, políticamente en las antípodas del expresidente Uribe, parece profesar la misma doctrina cuando argumenta que sus reformas deben ser aprobadas porque el pueblo votó por ellas al elegirlo. Por eso, ante cada tropiezo de su Administración, convoca “al pueblo” a salir a la calle. Sólo que él no cuenta con la inmensa popularidad que disfrutó Uribe.

Es cierto que salió elegido con una plataforma de izquierda con la que sus votantes siguen estando de acuerdo y que su triunfo, después de que el Gobierno que lo antecedió -de Iván Duque- se concentró en borrar todo intento de lograr la paz y atacar a Cuba y Venezuela, fue saludado como la esperanza de que finalmente pudiéramos conocer una vida en armonía bridando a los alzados en armas la posibilidad de abrazar los propósitos de la nación sin más herramientas que la palabra y la razón.

Su desempeño como senador, el mejor en todas las legislaturas en las que participó, fueron una garantía de conocimiento profundo de los problemas, de una vida honesta y un deseo genuino de transformar el país.

En la recta final de las elecciones, cuando quedaron como únicos contendores el hoy presidente y el ingeniero Rodolfo Hernández, una persona errática, impreparada y con sombras éticas en su haber, la mayoría de los votantes de centro abandonaron sus partidos y adhirieron a la campaña de Petro para atajar al que consideraban indeseable. Pero no eran realmente simpatizantes suyos.

Así que, cuando una vez electo presidente ofreció un discurso conciliador llamando a la concertación y a la conformación de un gran acuerdo nacional, se consolidó ese apoyo. El nombramiento en su Gabinete de personas de alto perfil técnico, probada experiencia y reconocimiento en la academia y organismos internacionales, tranquilizó los mercados que veían con preocupación el ascenso de un exguerrillero y ofreció la imagen de un gobierno abierto al diálogo y la concertación.

Pero ese Gabinete de concertación no duró más de seis meses y la inestabilidad del equipo de Gobierno parece ser un sello de esta Administración: no sólo no permanecen los funcionarios que provienen de la socialdemocracia sino también izquierdistas con probada experiencia y capacidad como el saliente director del Departamento Nacional de Planeación, quien, luego de elaborar y lograr la aprobación en el Congreso del Plan Nacional de Desarrollo, fue despedido casi inmediatamente después. Escribió un artículo explicando que aceptaba la validez del programa de Gobierno del presidente Petro, pero que no encontraba en él facticidad, es decir, aterrizaje en la realidad y a eso se había debido su choque.

El presidente mantiene intactos los propósitos políticos y sociales que lo llevaron a la militancia en la insurgencia y luego, en la paz, a buscar la forma de hacerlos realidad y con ellos se postuló a la presidencia y salió victorioso. Es una persona honesta y capaz. El problema está en la realización material de esos propósitos. Y cada día vemos con mayor claridad que sin el concurso de los adherentes de última hora a su campaña y la gente que los apoya le será imposible ganar gobernabilidad y conservarla.

Eso quedó claro en las arrolladoras marchas que la oposición organizó el pasado domingo y de lo cual hablaré en una próxima columna.

 

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