La pérdida de confianza en la institucionalidad y la legalidad que, con base en la ONU, ha regido el orden internacional desde la II Guerra Mundial y que la guerra en Ucrania ha desquiciado, puede conducir a desarreglos globales catastróficos. Entre los más inmediatos figuran las cuestiones nucleares, especialmente la proliferación y la confrontación.
El retroceso es evidente. Aunque obviamente no se concertaron, en los años 50 del siglo pasado el presidente de Estados Unidos Dwight Eisenhower y el líder soviético Iósiv Stalin coincidieron en no estimular la proliferación nuclear, evitando que los países adquirieran capacidades industriales para fabricar tales artefactos.
Estados Unidos hizo excepciones con Gran Bretaña y Francia y la Unión Soviética con China. Para disuadir a los diferentes países de avanzar por su cuenta en ese sector, en el 1953, ante la Asamblea General de la ONU, el presidente Eisenhower propuso el Programa Átomos para la Paz.
Los objetivos revelados de aquella iniciativa fueron, regular la producción, comercio y empleo de sustancias nucleares, especialmente uranio y plutonio, así como la posesión de las tecnologías atómicas.
Un empeño fue asistir a los países interesados en el desarrollo nuclear con fines pacíficos, suministrándoles reactores de investigación y cooperando en la instalación de centrales átomo eléctricas, así como el suministro de uranio para operarlas.
Según trascendidos, se afirma que, antes de que el presidente presentara el Programa ante la ONU, el embajador de Estados Unidos en Moscú comentó con el ministro de Relaciones Exteriores soviético, Viacheslav Molotov, el contenido del discurso que el presidente pronunciaría ante las Naciones Unidas.
Aunque escéptica, la Unión Soviética acogió la idea cuya esencia era diseñar un “orden nuclear internacional”, para lo cual, el primer paso sería crear una entidad multinacional que reuniera a los Estados nucleares de entonces, así como con otros países. En el curso de ese intercambio se elaboró un esbozo del nuevo organismo que resultó ser la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), creada en el 1957.
Tras intensas negociaciones, y fresca la estremecedora experiencia de la Crisis de los Misiles en Cuba (1962), en el 1968 se abrió a la firma el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) que entró en vigor en el 1970.
Aunque no pudo impedir que, después de su adopción y en detrimentos de su eficacia, India (1974), Pakistán (1984) y Corea del Norte (2009) —y presumiblemente Israel— se dotaran de armas nucleares, el Tratado ha sido exitoso. Hasta la fecha sólo nueve países poseen tales armas.
Sin embargo, desde los años 50 ha tenido lugar la llamada proliferación horizontal que consiste en el emplazamiento por las grandes potencias de armas nucleares en el extranjero cosa que, hasta hoy, sólo hacen los Estados Unidos y Rusia. Ese proceder fue facilitado por la creación de la OTAN en el 1949 que dio a Estados Unidos la posibilidad de ubicar armas nucleares fuera de su territorio, lo cual ocurrió en el 1954 cuando las depositó en bases de la OTAN.
En los años siguientes la práctica se extendió a unos diez países del llamado Viejo Continente. La Unión Soviética se abstuvo de hacerlo, hasta el 1962 cuando las envió a Cuba. La expansión de la OTAN, que incluye ahora a varios países exsocialistas de Europa Oriental y algunas repúblicas exsoviéticas, unido a la guerra en Ucrania, la OTAN especula con la instalación de armas nucleares en Polonia, mientras Rusia lo hace en Bielorrusia.
Como en otros tópicos, se trata de un asunto que la humanidad daba por resuelto. Donde antes hubo una garantía para la paz, la guerra por elección ha creado peligros e incertidumbres.