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Julián Assange: En olor de santidad

Jorge Gómez Barata da su opinión respecto a Julian Assange, luego de que se diera a conocer su liberación
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Julian Assange, fundador de WikiLeaks y protagonista de la más trascendental filtración de documentos secretos producidos, utilizados o guardados por una amplia gama de actores, entre otros, gobiernos, principalmente el de Estados Unidos, líderes, organizaciones económicas, financieras y políticas, iglesias, partidos y entidades terroristas. Todo lo revelado se asocia con conflictos armados, espionaje, corrupción, conspiraciones y exponen la doblez y la maldad de sus autores. En conjunto puede tratarse de más de cinco millones de papeles.

Por su obra, comparable a la de un Robin Hood de la era digital, Assange es el más eficaz transgresor del statu quo que, sin otras armas que las computadoras y sin violencia, asaltó los bastiones del poder mundial, exponiendo sus actividades secretas. Los gobiernos y quienes guardan secretos, deberían cuidarse de elogiar a Assange y su linaje porque, si de algo carece WikiLeaks es de límites.

Assange, el más atrevido y eficaz transgresor de los comunicadores o periodistas de todos los tiempos, expuso su vida y su libertad. Conservó la primera, pero ha perdido la segunda. Como mérito o estigma, la notoriedad adquirida lo acompañará para siempre y para él no habrá retiro seguro. Desafiar al sursuncorda del poder es una cosa; paralizarlo, otra.

Tal vez sin proponérselo, Assange ha establecido el más profundo cuestionamiento a uno de los pilares en que se asienta la legitimidad del modelo político y de la democracia estadounidenses; se trata de la Primera Enmienda a la Constitución que data del 1791, según la cual: “El Congreso no podrá hacer ninguna ley… limitando la libertad de expresión, ni de prensa…” ¿Entonces qué ha ocurrido con Julián Assange? ¿Cómo es que una jueza federal, custodia de ese precepto, ha condenado y dejado en libertad a un comunicador a tenor con la Ley de Espionajes del 1917?

La Primera Enmienda es un pilar del mundo moderno que junta factores como: poder, legalidad y libertad, sin los cuales la civilización actual y futura no pudieran existir, entre tanto la Ley de Espionaje, dictada en un momento en que Estados Unidos se involucraba en la Primera Guerra Mundial, fue un recurso válido para la protección del Estado. Todos los Estados se protegen del espionaje, pero no todos cuentan con una Primera Enmienda.

Según el espíritu y la letra de la Ley de Espionaje de los Estados Unidos, su cometido es perseguir los intentos de interferir en las operaciones militares y apoyar a los enemigos de los Estados Unidos. El fondo del asunto, sobre el que ahora es preciso volver, es cómo se asocia o se disocia una de la otra. Preguntada al respecto en el 1919, la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó que la Ley de Espionaje no viola la libertad de expresión.

La Suprema Corte tiene razón porque, en más de 100 años, ¡nunca! la Ley de Espionaje se había aplicado a un periodista o comunicador ni a informaciones publicadas por: The Guardian, The New York Times, Le Monde Der Spiegel y El País, cinco de los más grandes periódicos del mundo.

Julián Assange no entregó la información que obtuvo a gobiernos enemigos de los Estados Unidos, sino a sus ciudadanos; no conspiró contra el Estado americano, sino que lo defendió de quienes horadaban sus bases; no es inocente de haber robado información como tampoco lo era Robin Hood, pero no es culpable de espionaje porque no era espía, como el ídolo de la Inglaterra medieval no era un ladrón, sino un justiciero.

Se trata de un precedente porque, por primera vez, la Ley de Espionaje se aplica a un periodista en ejercicio que obtuvo información que estimó de interés público y la entregó, no a gobiernos enemigos de los Estados Unidos, sino a los diarios.

Finalmente, Julián Assange ha sido doblegado y obligado, después de recibir un duro e inmerecido castigo, a negociar su libertad a cambio de una declaración de culpabilidad ante el poder que denunció y desafió. Para ello el imperio lo ha hecho mentir al declararse, bajo juramento y ante una jueza federal, culpable de algo que no hizo.

Al imperio no le bastó con una declaración escrita, sino que, para instalar un escarmiento, exigió la escenificación de una ceremonia de rendición incondicional, con la cual se dio un tiro en el pie.

Tal vez, en algún momento, a solas con su conciencia, Assange se pregunte si valió la pena el sacrificio. Sólo él puede hacer esta pregunta y sólo él puede responder. Por lo pronto: saludo su libertad, me descubro ante su valor, deseo que disfrute su libertad y sea feliz. Lo hecho, hecho está. “Por tus obras te juzgarán”. Volveré sobre el tema.

(*) El concepto de olor de santidad es, de hecho, “la esencia de todo un modo de vida y pensamiento; una fragancia exquisita y rara, apreciada con santo dolor y éxtasis místico, imposible de distinguir desde los valores secularizados de la modernidad”, según la definición de la escritora e historiadora Constance Classen.

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