Opinión

Jorge Gómez Barata destaca a Pável Durov, quien enfrenta cargos por terrorismo, tráfico de drogas, fraude y blanqueo de dinero

Pável Durov, bon vivant (vive bien), multimillonario nacido en Rusia, francés por naturalización, es también italiano, kittitian, gentilicio de la isla de Saint Kitts cuya ciudadanía posee y emiratí por ser ciudadano de Emiratos Árabes Unidos.

El ahora encartado, pasó su niñez y recibió la primera educación en Italia donde radicaban sus padres que habían emigrado desde la Unión Soviética. De 39 años, radicado en ultramar, graduado de Filología inglesa, fundador y CEO de Telegram, una aplicación de mensajería mundial que cuenta con alrededor de mil millones de usuarios, la mayor parte de ellos de Rusia, los países exsoviéticos, particularmente Ucrania, Estonia, Letonia y Lituania y también en los estados exsocialistas de Europa Oriental, fue detenido por la policía francesa el pasado sábado al arribar al aeropuerto Le Bourget de París, procedente Azerbaiyán.

Presuntamente implicado en una acción judicial que incluye 12 cargos, algunos de ellos abyectos como terrorismo, tráfico de drogas, fraude y blanqueo de dinero, los cuales pudieran acarrearle hasta 20 años de cárcel.

El acusado, inocente hasta que se pruebe lo contrario, dispone de una fortuna calculada en más de 200 millones de dólares, cuenta con un equipo de abogados que harán difícil la labor de la fiscalía francesa. Uno de los argumentos que han trascendido es que Telegram, debido a la norma de gestionar su labor, cifrando los mensajes de extremo a extremo, cosa que hacen o dicen hacer otras plataformas, dificulta las autoridades policiales, rastrear las actividades asociadas con el tráfico de drogas, la pornografía, incluso el terrorismo.

Obviamente, de validar estos argumentos, desaparecería también la inviolabilidad de otras formas de comunicación como la correspondencia, las conversaciones y los textos transmitidos por medios telefónicos y se harían trizas derechos consagrados, entre otras por las leyes francesas y europeas. Nacido ruso en San Petersburgo (la misma ciudad del presidente Vladimir Putin y Yevgueni Prigozhin, fundador del Grupo Wagner, para apoyar a los paramilitares prorrusos en Ucrania.), en el 2013 Pavel Durov creó Telegram.

Un años después, en el 2014 abandonó Rusia, según se afirma por diferencias con el Gobierno por negarse a cerrar cuentas de la oposición en su plataforma de redes sociales VKontakte, que luego vendió. En abril pasado, en entrevista con el periodista estadounidense Tucker Carlson, Durov dijo que dejó Rusia para “ser libre y no recibir órdenes de nadie”.

De ese modo subrayó su compromiso con la libertad de expresión y la privacidad. Horas después de la detención, el presidente francés, Emmanuel Macron, se desmarcó del suceso al declarar que la detención tuvo lugar “…como parte de una investigación judicial y no forma parte de ninguna maniobra política”. Entre tanto, el Kremlin se prepara para la batalla política y diplomática.

Al respecto exige respeto para los derechos del detenido. El vicepresidente del parlamento ruso, Vladislav Davankov, no descartó que el arresto de Durov pueda tener motivos políticos. A su vez, María Zajárova, vocera de la Cancillería rusa, dijo que “…la embajada de Rusia en Francia está tomando cartas en el asunto…”

Desde el inicio de la guerra en Ucrania en el 2022, Telegram ha desempeñado un importante papel en la difusión de contenidos sin filtrar por los censores de todos los bandos sobre el conflicto. También se le tilda de ser fuente de desinformación a favor de unos y otros.

En cualquier caso, la detención de Durov plantea importantes cuestiones sobre el equilibrio entre la libertad de expresión y la necesidad de moderar, regular y transparentar los contenidos en línea.

No encuentro precedentes de una acción semejante en la cual un alto ejecutivo de un medio de difusión de alcance mundial, con alrededor de mil millones de usuarios, sea apresado de un modo tan artero como lo ha sido Durov quien, sin sospechar lo que le esperaba y, sin antecedentes de que corría semejantes riesgos, procedente de Asia Central, plácidamente, como quien regresa a casa, descendió de su avión para ser mansamente apresado por la Policía y autoridades judiciales que realizaron un operativo como si se tratara de un notorio delincuente.

De haber estado advertido, al amparo de sus derechos ciudadanos y de sus millones, Durov que cuenta con abogados y personal de seguridad que, caso de existir señales le hubieran advertido, podía haber permanecido fuera del alcance de las autoridades francesas y hubiera procedido con más cautela.

Es difícil imaginar que Max Zuckerberg, CEO de Meta; Elon Musk, magnate de origen sudafricano que, como el propietario de Telegram, posee varias ciudadanías o cualquiera de los editores del Times, Washington Post o CNN sea apresado de modo semejante. ¿Por qué precisamente un ruso? Sin tener una particular simpatía por el ahora en prisión provisional, de las autoridades francesas, tal vez sea el momento de parafrasear a Voltaire: no estoy de acuerdo con sus ideas, pero defiendo su derecho a no ser atropellado.

Tras la detención, con ironía, Musk ha comunicado: “¿Liberté, liberté, liberté?” Seguramente el affaire conllevará repercusiones profundas a escala mundial, en las plataformas de mensajería, redes sociales e Internet, las cuales, presumiblemente se alinearán al lado del detenido, una especie de adalid de la libertad de expresión cuyo mayor handicap, creo yo, es ser ruso. Seguiremos atentos al culebrón.