Trescientos soldados y cinco policías tras una alambrada de púas con un comandante guerrillero fuertemente armado paseándose frente a ella, casi sonriente: es la foto que nos hizo perder la inocencia para siempre sobre el horror del secuestro y quitó lo que quedaba del aura del guerrillero colombiano como un altruista luchador por la liberación de su pueblo.
Luego de una dura travesía por la cordillera en avión, carro, mula y a pie por selvas espesas, Jorge Enrique Botero, el periodista que acaba de morir, había llegado hasta ese campamento que dirigía el comandante Mono Jojoy, segundo al mando de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quien posó orgulloso frente a la alambrada.
Esas imágenes fueron tan contundentes, que hicieron exclamar horrorizado al comandante Fidel Castro que eso era inhumano, que ellos en la Sierra entregaban los heridos a la Cruz Roja y pidió que los liberaran de inmediato. Por su parte el entonces presidente de Ecuador, Rafael Correa, dijo que si el Che Guevara estuviera vivo se moriría de vergüenza ante esas imágenes. Y Hugo Chávez, que tanto hizo por la liberación de los secuestrados, dijo que si él fuera guerrillero no secuestraría a nadie, que deberían liberarlos a todos.
Como la mayoría de los universitarios de su generación, Botero había participado en el movimiento estudiantil en el que conoció a quienes luego serían los comandantes de las FARC, especialmente a Alfonso Cano, estudiante de Antropología de la Universidad Nacional, muerto en un bombardeo siendo comandante de esa guerrilla cuando ya se había decidido por el camino de la paz. Pero Jorge Enrique nunca se sintió tentado por la vía armada. Lo de él era mostrar la realidad del país con su reportería. Sus únicas armas fueron la palabra y su cámara.
En 2003, su reportaje Cómo voy a olvidarte, sobre la vida del coronel Luis Mendieta, secuestrado por las FARC, le hizo merecedor del premio Cemex-Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano, que le entregó Gabriel García Márquez en Monterrey, México. En él, el militar relata cómo debía arrastrarse en marchas de una dificultad inverosímil para alguien sano, estando con paludismo y casi paralítico, como luego le contaría a la Justicia Especial de Paz (JEP) después de que esa guerrilla se desmovilizó.
Jorge Enrique fue también fundador del canal Telesur de Venezuela, reportero de Prensa Latina, en La Habana, y corresponsal de La Jornada, de México, Premio Rey de España en la categoría de televisión, periodista del noticiero AM-PM que creó el movimiento M19 luego de su desmovilización.
Su obra muestra dos de las caras del secuestro: la de quienes lo realizan y la de quienes lo padecen, y sus familias, caracterizadas por una de las más adineradas y consideradas de prosapia en este país que, con apenas dos siglos contados, pretende tener aristocracias. Y mostró así también la violencia del establecimiento.
Pero su calidad de reportero no se limitó al tema guerrillero. En 1995, en medio del proceso 8000, que la derecha azuzaba contra el presidente Ernesto Samper, cuando en la rueda de prensa el ministro del Interior y el de Defensa afirmaron que conocían la indagatoria a Santiago Medina, extesorero de la campaña presidencial y principal testigo contra el presidente, Jorge Enrique les preguntó quién les había dado esa información. Era confidencial. Hasta el avezado ministro Serpa balbuceó ante la sorpresa para decir que había sido un anónimo. Eso tumbó al ministro de Defensa, quien renunció al día siguiente.
Bajo la Presidencia de Álvaro Uribe, de marcado tinte derechista, Jorge Enrique tuvo que salir nuevamente del país porque sus reportajes lo hacían sospechoso ante el Presidente, que lo acusó de cómplice de la guerrilla. Fue a Washington, donde asistió al juicio contra el exjefe guerrillero Simón Trinidad, enterrado todavía en vida en una cárcel de Estados Unidos y escribió una biografía sobre él.
Regresó a Colombia cuando se adelantaba el proceso de paz con las FARC e hizo un reportaje sobre Jesús Santrich, controvertido comandante de esa guerrilla, quien luego, casi ciego, regresó a la lucha guerrillera armando una de las disidencias de esa organización que aún se resisten a desmovilizarse.
Jorge Enrique fue hasta el fin de sus días un reportero inquieto, preocupado por las nuevas organizaciones armadas, siempre buscando apoyar la esquiva conquista de la paz.