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Yucatán

Celebración de Finados en Yucatán

José Iván Borges Castillo*

U janal pixano´ob

Llega finales de octubre y de nuevo tiene presencia una de las celebraciones más arraigadas en las creencias yucatecas, me refiero al Día de Finados, al tan llamado actualmente Hanal Pixán, dos palabras castellanizadas en su fondo, pero vienen de la frase en maya U janal pixano´ob que vertida dice: la comida de las ánimas.

Cuando ocurrió el duro choque de la conquista hispana, a medio siglo XVI, y fue sembrada la santa cruz en este suelo de piedra y lajas por los hijos de nuestro padre San Francisco, comenzó desde luego, por parte del pueblo sometido y conquistado, un duro proceso de resistencia y a la vez de aceptación del nuevo credo. En todas las celebraciones religiosas, como los santos patronos, novenas, fiestas y súplicas, se mezclaron dos religiones soberbias: la maya y la católica. Sin lugar a dudas la celebración de los finados tiene su origen en ese sincretismo religioso.

La Iglesia Católica, desde el siglo II, exhortaba a rezar por el descanso eterno de las ánimas de aquellos que habían sido bautizados y que, por su vida no tan santa, era posible que apelando a la misericordia divina se encontraran en el purgatorio, dado que no cometieron grandes faltas para ser condenados. Esto lo encontramos en los padres de la Iglesia que predican a favor de oraciones o sufragios por las ánimas. La Iglesia continuó reafirmando su credo en los concilios, siendo capital el Santo Concilio de Trento, realizado cuando en América se estaba ejecutando la gran evangelización.

En el caso de Yucatán, siendo los artífices de la obra los franciscanos, lograron tener presencia en gran parte de los pueblos autóctonos. La evangelización ejecutada por cortos conceptos y extendida en los sermones desde los púlpitos, favoreció a la interpretación de la doctrina y quizá, en consecuencia, a las mezclas de elementos de la antigua religión y de la nueva en las ceremonias.

Cielo, purgatorio e infierno, aparecen en la visión del maya colonial. Se redujeron a tres los espacios divinos y celestes. Por algunos relatos que hemos encontrado y rescatado en nuestro municipio de Tekal, se nos pinta un panorama sobre el pensamiento maya colombino que da al infierno un lugar donde habitaban seres malignos, en tanto el cielo estaba reservado solamente a los seres divinos, quizá las deidades antiguas y, en la Colonia, a los santos católicos, y el purgatorio debió ser el lugar por excelencia donde habita el ánima de los mortales cuando ésta sale del cuerpo. Los lugares eran físicos: la profundidad de la tierra a medias, como cuevas y cavernas era el lugar visible de lo invisible como era el purgatorio, y en el centro de la tierra estaba el infierno con los diablos –según la creencia de los criollos y conquistadores–, en tanto el cielo era el lugar predilecto de los santos y del Dios supremo.

Ya el Chilam Balam de Chumayel hace referencia a esto, cuando menciona: “Gemirán las almas de los muertos en los socavones de la ciudad de piedra de los Itzaes”. Alguna relación debe tener el alma del mortal con el agua del fondo de los pozos. Dice la creencia popular que nadie debe acostarse a dormir en las noches teniendo sed, pues estando el cuerpo en reposo, el alma saldrá del mismo para ir a beber agua en el fondo del pozo. Si esto ocurriera en noviembre, mes en que las ánimas están de visita, el alma del mortal podrá mirar el ánima de los muertos en visita y, quizá, se olvide de regresar al cuerpo, dando como resultado su muerte.

El santoral católico marcaba dos fiestas principales: 1 de noviembre como la Fiesta de Todos los Santos, y el 2 de mismo mes la celebración de oración por los difuntos. El Chilam Balam de Ixil señala ambas fiestas, del primero como de Todos los Santos y el 2 “Conmemoración de los difuntos”.

Fray Diego de Landa en su famosa Relación de las Cosas de Yucatán menciona “que esta gente ha creído siempre en la inmortalidad del alma… que después de la muerte había otra vida más excelente de la cual gozaba el alma en apartándose de cuerpo… decían que se divide en buena y mala vida, en penosa y llena de descanso… la mala… era para los viciosos; y la buena… para los que hubiesen vivido bien en su manera de vivir…” A las celebraciones litúrgicas y devocionales de rezar a lo divino por el descanso de las almas, se unían ajustándose al calendario la ofrenda anual a las ánimas practicada en la privacidad de la casa, lejos de la mirada y censura eclesiástica, combinándose también los rezos, el uso de velas con la antigua ofrenda de los mucbipollos o pib y comidas especiales.

Para el siglo XIX tenemos dos testimonios: el primero del viajero norteamericano John L. Stephens, que visitó Yucatán en 1839 y a pesar, desde luego, de su ignorancia en muchos temas, en su bitácora de viaje escribió: “Era la gran fiesta de Todos los Santos… además de las ceremonias que usan en la Iglesia Católica en todo el mundo, hay una que es peculiar en Yucatán, deriva de la costumbre de los indios, según sus recursos, compran y encienden cierto número de velas benditas en honor de sus parientes difuntos… cuecen debajo de la tierra un pastel hecho de maíz, relleno de puerco y gallina y sazonado con chile… ningún buen yucateco come otra cosa que mucbipoyos… allá en el interior del país, en donde los indios son menos civilizados, colocan religiosamente al aire libre una porción de esta pasta bajo de algún árbol o en algún sitio retirado para que coman sus amigos ya difuntos… esto les hace creer que los difuntos pueden ser atraídos de nuevo a la vida”.

El segundo es de Manuel Barbachano y Tarrazo en su artículo Día de Todos los Santos, publicado antes de 1864, en su descripción particular refiere que a la hora de la oración la gente, como en desbandada, se dispersa. “Las meriendas o cenas de este día joco-fúnebre consiste en mucbipollos, tortas de maíz tierno con frijoles y atole nuevo; los indios y la gente vulgar hacen provisión no sólo para los vivos, sino también para los muertos, pues destinan una cantidad y de bebida para éstos, que ponen detrás de sus casas, en los árboles o junto de las llamadas albarradas, costumbre que es sin duda un resto de las antiguas creencias religiosas de los aborígenes…”

Con la llegada de la imprenta a Yucatán en el siglo XIX, se favoreció la impresión de novenas, entre ellas a las “atormentadas almas de purgatorio”, obra del clérigo Domingo Martinez Iñezca, de Losca, que gozo desde entonces de amplia popularidad en la piedad yucateca.

El Día de Finados en el Yucatán actual y con sus múltiples manifestaciones, según sea la región de la Península y pueblo, comisaria o hacienda donde se realiza, se expone con sus propias particularidades y características, no hay un patrón a seguir de lo que deben o no llevar los altares.

Nueve días antes da comienzo el novenario de bienvenida, pues comenzaría a llegar la medianoche del 31 de octubre, cuando el purgatorio se abría, saliendo primero las almas de los niños, los “mejen pixán”, y en la noche del primero las almas de los adultos, los “nojoch pixán”. Se reza el rosario en la madrugada y, mientras se canta el “Salgan, salgan , salgan, ánimas de pena que el rosario santo rompa sus cadenas…”, las ánimas van saliendo del purgatorio en solemne procesión y van entrando al pueblo. Y no falta el incrédulo que haya visto con asombro la procesión de llegada, en escarmiento atroz por su indiferencia.

A la par del novenario se efectúa la limpieza de las casas, los patios, pintura blanca a las albarradas, preparar manteles y objetos que servirán en el altar. La noche en que se cree llegarán, las puertas de las casas son adornadas con flores como el Xpujuc, amor seco y árnica. Y las albarradas se iluminan con la luz de infinidad de velas para que las ánimas vean el camino de llegada.

El 31 de octubre, el altar está dedicado a las ánimas “chicas”. El mantel es de colores con bordados de animales, juguetes o canastitas. Las comidas no deben ser condimentadas por el temor que les haga daño, puede ser puchero de gallina, pollo asado con caldo, frijol colado con calabacita, entre otras viandas. Alrededor del altar se colocan juguetes como cochinitos, trompillos y gallitos de barro para que los niños se entretengan. Las velas del altar deben ser de colores variados y su número depende de los niños muertos en la familia. Los dulces de papaya, nance, ciricote, calabaza, mazapanes y demás forman parte de las ofrendas. Los panes deben ser en forma de muñecos. También frutas, tamales con cool de achiote y una jícara de agua, este elemento es indispensable para calmar la sed de las ánimas visitantes.

El altar normalmente es de una sola mesa, con mantel. En el extremo superior van las imágenes sagradas de devoción familiar, una cruz verde e imágenes de la Virgen María. En varios casos se recicla el altar cotidiano que tiene lugar en las casas yucatecas, en tanto que sólo se reviste de nuevos elementos. Después de las imágenes religiosas se colocan las ofrendas de comida y bebidas, y en el suelo en una varilla de madera se colocan las velas, o candeleros desde el altar. La luz de las velas encendidas simboliza a las ánimas purgantes y el humo del incienso la oración que se eleva y sirve para atraer a las ánimas al convite.

El altar de las ánimas de los adultos poco varía del de las ánimas de niños, deben contener la fotografía de los difuntos, el mantel debe ser blanco con bordados en colores más modestos, las comidas son relleno negro, escabeche oriental, mechado de pavo, tamales de espelón y mucbipollos o pibes, panes dulces variados como mazapanes, manjar blanco y dulce de calabaza. Las velas son blancas o negras, una por cada miembro de la familia muerto. Entre las bebidas destacan el xtabentún, el pozole, el atole y el chocolate. Todas las comidas deben ser colocadas recién cocinadas para que las ánimas puedan recoger la “gracia”, la esencia y sabor de las mismas. Se pueden colocar bebidas o elementos relacionados con los difuntos de la familia como son una botella de ron, cigarros, etc. Las flores representan con sus colores vivos la vida y ayudan a extender la luz de las velas para que iluminen el altar. La cruz verde es la alusión al Dios de los cristianos, aunque su color verde representa al árbol sagrado de la ceiba o del maíz. Los pibes o mucbipollos deben ser tres en caso que la ofrenda sea para una mujer y cuatro para un hombre difunto, porque el tres representa a la mujer: tres las piedras del fogón y tres los pies de la banqueta, y cuatro al hombre: cuatro los puntos de la milpa, cuatro los extremos de la cruz y cuatro los puntos cardinales.

Sobre los “pibes” se dice que los hombres que tienen las manos frías, llamados en maya “sil-k´ab”, no deben estar presentes cuando se entierran los “pibes”, porque éstos no tendrán el calor suficiente para su cocimiento. Cada “pib” debe tener una manera especial de ser depositado en el entierro, una piedra cada uno, abajo y arriba. La carne que contiene debe ser solamente de gallina, nada de gallo, ya que su canto asusta a las ánimas.

El rito de enterrarlo, de hacerlo “pib” como se dice en lengua maya, es un símbolo del ciclo de la vida, que muere y vuelve a germinar en la vida en lo oscuro de la tierra, vuelve a la vida y todo se renueva, carne muerta de animales y envueltos por la masa del maíz, regresan siempre a nosotros en otra forma, vitalizados y renovados. Si en el lapso del año murió algún miembro de su familia, ésta no debe hacer pibes porque, al hacerlo, quemaría el cuerpo del difunto que está recién enterrado, volverán a hacer los pibes el año siguiente.

Según marca la piedad popular, el rezo de las ánimas “chicas” o “mejen pixan” es el Trisagio, la alabanza a la Santísima Trinidad, pues se creen que las ánimas de los niños que recibieron el bautismo pero murieron, al no tener pecado, se vuelven angelitos que eternamente alaban a Dios y forman parte del séquito celestial de la Virgen María. En cambio, los niños que nacieron muertos o que no recibieron el bautismo en vida, se van al “limbo” donde forman parte de los preferidos de la Virgen Santísima, pero no tienen alas. La Iglesia Católica ha definido, en época contemporánea, que el “limbo” no existe y que todos los niños muertos se van al cielo por no tener pecado, en todo caso con mayor prudencia se deja a la misericordia divina.

Por eso el 31 de octubre, según marca la piedad popular, muy de mañana se rezará el Trisagio y se cantarán los gozos de alabanza a la Augusta Trinidad que dice al coro: Dios uno, y Trino a quien tanto, ángeles y serafines dicen Santo, Santo, Santo. En tanto que a las ánimas grandes se reza el rosario cantándose los lamentos y alabanzas a Dios. Antiguamente los rezos del mediodía se hacían acompañados de la serafina, un pequeño instrumento musical de viento, el armonio.

En las albarradas o en un lugar aparte dentro de la casa se coloca un pequeño altar con comida y agua para las ánimas solas u olvidadas por su parientes. A los bebés se les pone un hilo negro o rojo en la muñeca, pues existe la creencia de que, al no estar marcados, los difuntos podrían llevárselos. A los niños en tierna edad se les pone cintas de color en los tobillos para que no se confundan con las almas que, a veces, vienen en forma de niños. Las ánimas de los que murieron durante el año no salen del purgatorio a la celebración, solamente el último día del mes de noviembre cuando las ánimas se van, ellos cargarán las velas y pibes que se llevarán de alimento por un año.

Infinidad de significados y creencias giran en torno a esta celebración y son de dominio del pueblo yucateco, cada familia tiene su propia, peculiar tradición de colocar su altar y los elementos de ella con significados diferentes, todo bajo la concordia de celebrar el “U janal pixano´ob”, la comida de las ánimas o de los finados.

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