Como si acabara de suceder, el poeta Javier Sicilia todavía siente en el pecho y los hombros el último abrazo de su hijo, la encendida nostalgia de su recuerdo. Habían jugado una partida de dominó en casa de los padrinos del muchacho. Cerca de las once de la noche se despidieron. “Que te vaya bien, pa´”, le dijo. Entonces el joven se subió a su carro. Acordaron verse dos semanas después. Nunca hubo otro abrazo.
Tras el asesinato de Juan Francisco Sicilia Ortega en marzo de 2011 a manos de células del Cártel del Pacífico Sur, el escritor se convirtió desde ese momento en uno de los mayores activistas de México. No tardó en alzar la palabra, su palabra, para transformarla en hechos: fundó así el “Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad”.
-Pues como dice la Biblia: antes de ser, era palabra, y de esa forma la palabra se convirtió en carne; por lo mismo, de nada sirve el verbo si no está encarnado en la historia, si no se transforma y encara la vida –explica frente a la audiencia que ayer lo escuchó en el aula magna de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Yucatán, como parte del ciclo “Que te lo cuente”, un programa que reúne a creadores en diálogo con los estudiantes. En el acto, el ensayista estuvo acompañado por el poeta y académico Tomás Ramos, quien se encargó de presentarlo y moderar la charla.
Autor de los poemarios Permanencia en los puertos, Lectio, Vigilias, Tríptico del desierto y Vestigios, así como de las novelas El reflejo de lo oscuro y El Deshabitado, entre otras obras, Javier Sicilia Zardain es un intelectual que días tras día intenta aportar nuevas claves en materia de derechos humanos, de justicia, de paz y de libertad en la sociedad mexicana. Suele sostener una postura crítica, por lo regular inclinada en favor de la mayoría.
“Quizá por ello, sentimos que por primera vez estamos trabajando con el Estado y no contra el Estado”, dice en entrevista.
-Por cierto, usted de alguna manera rechazó el ofrecimiento que le hizo el presidente electo para formar parte de la Comisión de Desaparecidos ¿Cuál es actualmente su participación en el gobierno entrante?
-Yo he estado en una interacción fuerte, muy fuerte, sobre todo con el próximo aparato de gobernación, en especial con Alejandro Encinas y con Olga Sánchez Cordero, porque desde el principio nos opusimos o al menos yo me opuse y fui muy férreo a que el tema de la justicia estuviera del lado de la Secretaría de Seguridad. Por eso hicimos esos diálogos paralelos al foro. Hicimos un primer diálogo, primero con los candidatos, y quien ganara se comprometió a un segundo diálogo incluso con Andrés Manuel López Obrador. Esto fue ahí en el Centro Cultural Tlatelolco. Y así establecimos ya las bases para crear una política de estado y ahora estamos con las mesas para construir la justicia transicional. Yo acabo de entregar un estudio para la atención a las víctimas a la Secretaría de Gobernación. Ahí digo por qué no está funcionando la Comisión de Atención a las Víctimas. Explico también qué es lo que se tiene que hacer. Más que nada en eso ha consistido mi interlocución con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Más allá de lo mediático, a mí me interesa que se haga la cosa, pues. Me importa mucho generar los tejidos necesarios para crear esa política de estado sin la cual no podrá enfrentarse bien el tema de la justicia y de la paz.
Te funciono más afuera que adentro
-Entonces sí está usted colaborando directamente…
-He estado trabajando con ellos, pero no como parte de ellos. Por primera vez sentimos que estamos trabajando con el Estado y no contra el Estado. Pero a ver hasta dónde. Porque ha costado mucho trabajo que puedan entenderlo y que podamos ir construyendo esa política de Estado. Y como le dije un día a Andrés Manuel: yo no quiero ser parte de tu gabinete, porque ya me conozco: te funciono más afuera que adentro, pues tengo toda la libertad para criticar y toda la libertad para aportar.
-A propósito de libertad ¿Cuál es su prospección sobre la caravana de migrantes?
-Híjole: yo espero que alguien los acoja, ya sea en Estados Unidos o en México, en nuestro país. Y que se les den las mínimas condiciones de dignidad civil, cívica, no sólo humana. Espero que puedan tener la oportunidad de encontrar un trabajo y la posibilidad de tener una protección civil y política por parte del Estado. En realidad, este tema es ambiguo de origen en los fundamentos del derecho humano, el cual tenemos que romper: el concepto de Estado-Nación ya no puede funcionar, entró en crisis, tenemos que poner en el centro a la vida humana con todos sus derechos, no sólo los humanos –que es el derecho a ser tratado humanamente- sino los derechos que te protegen en toda tu dignidad y tu libertad y en toda tu capacidad para vivir, producir y llevar alimento a tu familia. Es un tema espinoso. No sólo le pertenece a México, sino al mundo. Apenas ayer estaban recogiendo cadáveres en España; entonces tenemos que enfrentarlo con toda seriedad y sentido humano y político. Como el tema de los desaparecidos, de los crímenes en este país. Ese tiene que ser el tema central, prioritario de tu gobierno, le decía yo a Andrés Manuel López Obrador. No puede ser otro. Sin paz y sin justicia no habrá país.
-A partir de la muerte de Juanelo, su hijo, usted anunció que dejaría la poesía. De hecho, escribió un poema acerca de él. Luego leyó ese texto en el zócalo de Cuernavaca.
-Lo que pasa es que la poesía es una forma de mirar. Dejé, eso sí, el ejercicio de la fabricación del poema, de escribir el poema, pero la poesía es una forma de mirar, es un don, una gracia o una desgracia. Una manera de sentir. Una forma de observar.
El mejor poema es el que no está escrito
-Sin embargo, en 2013 publicó otro libro de poemas llamado Vestigios.
-Eran poemas sueltos, dispersos. Un día la poeta Marcela Uribe me pidió el libro, me dijo que lo concluyera. Así lo hice. El libro cierra con el poema a mi hijo. Para dejar de escribir poesía llamé, como siempre, a George Steinner en mi ayuda. Steinner dice: “En épocas donde los significados están en crisis y el lenguaje se usa para mentir, entonces el mejor poema es el que no está escrito”… Esa es una forma de protesta, de preservación de la palabra, de darle su sentido sagrado. La palabra no puede ser lanzada a un universo que no tiene la capacidad de entender esto por la degradación de su lenguaje.
-Usted señaló alguna vez que Jaime Sabines escribía con el hígado, los pulmones y la desdicha… ¿Así creó su novela autobiográfica El Deshabitado?
-Con todo eso y tal vez más. ¿Por qué?... Porque es parte de una experiencia. Sabines hablaba de su propia experiencia y supo entender el eco de este país. Nadie ha expresado mejor el alma de México que Jaime Sabines, pero no vivió estos tiempos ni tuvo que padecer el horror de la pérdida de un hijo, y en ese sentido eso está peor. La experiencia de la deshabitación, de estar deshabitado por este acto atroz, brutal, cruel, antinatural… Imagínate: traer hijos al mundo para verlos morir es algo espantoso, debería ser al revés; es antinatural en todos los sentidos y es algo que tenemos y padecemos muchos padres y madres de este país. Sin duda, El Deshabitado fue lo más duro que he tenido que escribir en mi vida. Fue revivir, fue tratar de explicar lo inexplicable, darle sentido y ceñirlo a través de la palabra. Marcar límites a lo que ya no tiene límites. Revisé el sufrimiento, el movimiento de la pérdida; examiné mi vida con mi hija porque ella también padeció mucho, porque ese dolor está en todos los niveles: histórico, sociológico, filosófico, íntimo, espiritual; un drama de esta naturaleza obliga a reordenar todo. Eso significó ese libro.
El deshabitado (2016) es un libro magnético por su capacidad de evocar la vida a través de la tristeza y de la impotencia ante el arrebato de la pérdida. Es, asimismo, una reflexión sobre la impunidad y una denuncia contra la injusticia. “Son los restos de un naufragio”, definió el autor al presentar esta pieza literaria en la Ciudad de México hace un par de años.
-También fue otro modo de conversar con su hijo.
-Sí. Una manera de dialogar con él. Se la debía. Fue una forma no tanto de sanar la herida, sino de evitar que la llaga fuese más purulenta.
-Usted estaba en Filipinas cuando él fue asesinado. ¿En qué circunstancias se vieron por última vez, qué le dijo?
-Jugamos una partida de dominó con mis compadres, como cada jueves. Al día siguiente yo me iba a Filipinas. Esa noche salimos y nos dimos un abrazo; él se subió a su carro. Quedamos en vernos dos semanas más tarde. Pero ya no lo volví a ver. Unos días antes había ido a comer a la casa. Estuvimos platicando. Juanelo tenía mucho sentido del humor, tenía un gran amor a la vida… De esa noche final recuerdo aquel abrazo, recuerdo su voz: “Que te vaya bien, pa´”.
Termina la conversación. Javier Sicilia se pone de pie, posa para las fotografías con alumnos y personal docente de la universidad. Observa el libro del cual ha hablado durante estos minutos. Contempla la portada. Sabe que adentro, en el camino de esas páginas, él y Juanelo seguirán abrazados, llenos el uno del otro, habitados por la poesía para siempre.
(Joaquín Tamayo)