En el marco del Primer Festival Internacional de la Trova, Roberto Mac Swiney Salgado recibió “un modesto reconocimiento del gobierno de Mauricio Vila y de la SEDECULTA”.
Todo fue breve y sencillo. Quizá por la amistad que une al homenajeado con las organizadoras del evento. Y la palabra “modesto reconocimiento” fue dicha igual y revolcada con muchas glamorosas sonrisas y en tono de voz educadísima y mesurada.
Él, sentado en la primera fila, fue invitado a subir al escenario y entonces Erika Millet Corona, Secretaria de la Cultura y las Artes, le entregó un pequeño marco encristalado con un documento en su interior. Era el emotivo reconocimiento que don Roberto agradeció sincero y emocionado y lo dijo cruzando las manos en actitud mística. Y entonces habló. Pero lo narrado por don Roberto es conocido por todos, pues su vida casi es vox populli, porque se ha difundido amplia y puntualmente por POR ESTO!; la ha contado en entrevistas que ha brindado a todo tipo de medios y además porque lleva más de medio siglo en andares y caminares por nuestra ciudad, otras del interior del estado, del sureste mexicano, de nuestra patria y del extranjero, haciendo la marcha, su ruta y la escribanía de la cultura de la música trovera yucateca que tanto engancha a propios y extraños. Todo eso dijo él, y con antelación –y con semejantes palabras-, lo había dicho Verónica Carrillo, quien leyó las palabras alusivas al ingeniero, dedicado al rebuscamiento de datos de nuestra trova para desentrañarle su historia, y que hizo tarea cultural cuando fue el jefe de extensión cultural de universidad nuestra.
En ese exacto punto, no se hizo mención de algo que considero lo más importante en esa etapa de la vida profesional del joven ingeniero Roberto Mac Swinney: sus reuniones públicas para hablar de ¿Qué pasa con la cultura en Yucatán? Esa es una pregunta fundamental, por qué la validez que tuvo en el siglo XX se mantiene a la fecha del XXI. En esas reuniones (que hoy se llamarían coloquios) se dieron cita todos los personajes de las distintas ramas del arte en Mérida. Las participaciones tuvieron bastante sentido crítico y dieron una visión pública de la realidad cultural de esos momentos. Corrieron un velo que cubría muchos renglones del hacer cultural en la entidad. Pero además, con esa pregunta, vemos a un investigador cultural incipiente.
Hay un dato curioso, que convertiría al ingeniero –como le dice la gente y sus amigos-, en un personaje particular de nuestro horizonte cultural: anda mucho a pie, caminando rápido cargando un maletín negro que luce panzudo de tan atiborrado de cosas (supongo papeles) que le mete su dueño. Lo he visto escasamente en vehículo motorizado y lo única imagen vehicular que retiene mi memoria es la de él en un “Volchito”.
Su persona es la amabilidad instalada. Nunca le falta un sonrisa en el rostro y muchos menos las palabras amables ante cualquier encuentro callejero. Viaja. Lo hace a menudo. Es una pasión que va junto con la trova yucateca, porque a donde vaya lo hace para conferenciar, investigar, intercambiar, inaugurar o recoger un documento o cosa musical relacionada con nuestra música vernácula.
A él no lo honran los premios o reconocimientos, él honra esos eventos, porque su trayectoria se encuentra avalada por frutos que encontramos en cada sesgo de su persona y tareas culturales.
No se nos posibilitó sostener una amistad porque nuestras esferas laborales son distintas y de tiempos inconciliables, pero nos unen esos misteriosos vasos comunicantes que solo existen en la cultura y que nos hace sabernos de memoria, como si nos viéramos en la vida diaria.
Desde estas páginas, a través de estas letras quiero que vea a mi persona gozosa y feliz de verlo tan feliz ante un auditorio lleno de gente brindándole muchos, pero mucho aplausos.
(Víctor Salas)