[gallery link="file" size="large" jnewsslider="true" jnewsslider_ads="true" ids="132327,132328,132329,132330,132331,132332,132333,132334,132335"]
Enriquito Núñez Rodríguez
De un negro profundo, inquebrantable y cristalino, como las puntas de las lanzas con que los guerreros mayas penetraban las corazas de los conquistadores, es la sensación que me provoca la obra de Eduardo Roca Salazar, conocido como “Choco”, pintor y grabador cubano, nacido en Santiago de Cuba en 1949. Y es que en su obra los colores surgen de su corazón y saltan de sus negras y fuertes manos.
Graduado de la primera promoción de pintura y grabado de la Escuela Nacional de Arte, y Licenciado en Historia del Arte de la Universidad de La Habana, el hoy Premio Nacional de Artes Plásticas 2017, ha consolidado una ascendente carrera que le ha llevado a los más altos planos del quehacer creativo en Cuba entre todas las manifestaciones del arte. Su obra es ampliamente conocida en el mundo entero, y ha sido expuesta en el Museo de África en Chicago, Museo de la Estampa en México, el Museo Kochi de Japón, la Fundación Miró en Palma de Mallorca, España, entre otros espacios del circuito mundial de pintura y grabado. También ha impartido talleres y cursos de grabado y colagrafía en diversas ciudades del extranjero, y ha desarrollado una intensa labor docente en Cuba, contribuyendo a la formación de decenas de artistas plásticos. “Choco” es uno de los creadores más reconocidos y admirados de su generación, a la que pertenecen, entre otros, Roberto Fabelo, Nelson Domínguez, y Flora Fong, por solo mencionar tres estrellas en la constelación de las artes visuales cubanas de los últimos 50 años.
En la tarde de este viernes 14 de Diciembre, y con motivo del Día del Trabajador de la Cultura, que se celebra en Cuba cada aniversario del natalicio del joven poeta y mártir del Moncada Raúl Gómez García, fue inaugurada en el edificio de la Colección Cubana del Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana, una exposición con el título “Choco, con los pies en la tierra” que recoge trece obras del artista, siete de ellas firmadas en 2018. Óleos sobre tela, colagrafías, litografías, e instalaciones, integran la muestra que podrá ser apreciada durante todo un año en la Sala Transitoria del tercer piso del museo. Un año en el que la poderosa obra de “Choco” convivirá a solo unos pasos con la de gigantes de la vanguardia cubana del siglo XX, como Wifredo Lam, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, y Amelia Peláez. Y es que Eduardo Roca “Choco” lo merece a todas luces. Un Premio Nacional de Artes Plásticas más que esperado por todos desde hacía mucho tiempo -también en opinión de este autor- y una sala de Bellas Artes dedicada a su obra son el coherente y felíz colofón a una vida consagrada a la creación y la docencia en su país y el extranjero. Hay que agradecer a Laura Arañó Arencibia la muy acertada curadoría de la muestra, y a su equipo el fino montaje de las obras expuestas desde hoy en Bellas Artes.
Estaban presentes en la actividad el Ministro de Cultura de Cuba, Alpidio Alonso, la Presidenta del Consejo Nacional de las Artes Plásticas, Norma Rodríguez Derivet, quien pronunció las palabras inaugurales, y sobre todo, decenas de colegas de “Choco”, artistas de todas las manifestaciones, sus discípulos y mucha gente del pueblo, de este pueblo que ha hecho suya la obra del artista. Yo también estuve allí. No me lo podía perder de ninguna manera, y es que aparte de ser uno entre sus millones de admiradores, lo conocí cuando éramos muy jóvenes, y he podido disfrutar muchísimas veces de su cariñoso abrazo y su legendaria sonrisa, que es –todos lo saben– como una blanca luna menguante, horizontal y gigantesca en la negrura insondable de la noche caribeña. La misma que regaló esta tarde a quienes fuimos a compartir su alegría.
Hace miles de años, del magma ardiente de la Tierra emergió hasta el cráter de un volcán en África una roca de obsidiana. Un guerrero africano talló en ella la punta de su lanza de cazar. La tenía consigo cuando lo arrancaron de su tierra y atravesó el océano en un barco negrero para ser esclavizado en Cuba. El guerrero la conservó, colgada en su cuello, bajo el collar de acero que le desgarró la vida. Una negra noche, de una blanquísima luna menguante lo enterraron junto con su amuleto en Santiago de Cuba, tras sucumbir a la más cruel de las injusticias que haya conocido la humanidad. El niño Eduardo Roca Salazar la encontró tres siglos después cuando buscaba algo con que grabar sus primeros dibujos en la tierra que lo vio nacer.
Roca de obsidiana, que resume el tránsito cósmico y ancestral en la vida y la obra de “Choco”.- (Fotos del Autor)