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Yucatán

Un soplo en el tiempo

Por Ariel Avilés Marín “Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, Cuando quiero llorar no lloro, y a veces lloro sin querer”.

Rubén Darío

El tiempo es una dimensión cuyo paso inexorable ejerce su acción sobre nosotros, sobre nuestras vidas, sobre nuestros corazones; el tiempo es un giro permanente que avanza siempre en el mismo sentido y no posee entre sus cualidades la posibilidad de girar en sentido contrario. Este giro siempre en el sentido de las fatídicas manecillas del reloj se va llevando un día sí y otro también, un pedazo de nosotros mismos, el cual sabemos que no hemos de recuperar jamás.

Hoy, ambos estamos viejos y cansados, caminamos lentamente y con bastón, tosemos a la menor provocación y tenemos que cuidarnos del aire frío, so pena de tener que guardar varios días de reposo y cama y, sobre todo, lo más doloroso, no salir a la calle a ver pasar la vida. ¡Qué barbaridad, a qué hora nos sucedió esto! Pero, no se crea que esto fue siempre así.

Fernando Muñoz Castillo y Ariel Avilés Marín se encontraron por vez primera el día 2 de septiembre de 1958, hace la friolera de sesenta años, fue en el salón de la maestra Lucrecita Vadillo Rivas, que era el que correspondía al segundo de primaria; ambos eran alumnos del primer año de primaria, pero la profesora Socorrito Castilla había renunciado al iniciar el curso, y no habiéndose nombrado a quien la iba a sustituir, pues los niños de primero fuimos alojados provisionalmente con Lucrecita; unos días después, se presentaría ante nosotros Telma Rosa Patrón Góngora, recién egresada de la Escuela Normal y a quien le tocaría estrenarse en la docencia con nuestro grupo. Así inició nuestro camino en la primaria de la Escuela Modelo. Ese mismo año, el Presidente de la República, Lic. Adolfo López Mateos, nombraba para ocupar por segunda vez la importante cartera de la Secretaría de Educación Pública, al Mtro. Jaime Torres Bodet, y la acción bienhechora de este inolvidable educador mexicano incidiría en la formación cultural temprana de estos niños de entonces, protagonistas de esta historia.

Muy pronto la SEP, bajo la dirección de Torres Bodet, empezó a publicar semanalmente una serie de revistas con formato de comic bajo el título común de “Lecturas Para Todos, Cuadernos Educativos”, y así, ante la vista de estos niños de entre seis y siete años, empezó a desfilar un mundo nuevo, lleno de color y fantasía. Sin tener conciencia de ello nos fuimos adentrando en la lectura de los clásicos. Semana a semana una gran obra era presentada de forma sencilla y amena y, sin saberlo, fuimos conociendo La Ilíada, La Odisea, El Cantar de Mío Cid, Romeo y Julieta, El Anillo de los Nibelungos, y muchas, muchas obras más, que hicieron dispararse nuestra febril imaginación que nos llevaría años después al inmenso placer de arrastrar la pluma con cierta destreza. Recuerdo especialmente una mañana, ya en segundo de primaria, en la que Lucrecita se acercó alarmada a nosotros para increparnos por una acalorada discusión: “Muñoz y Avilés, ¿qué sucede, por qué esta riña en el salón de clase?”, tú respondiste: “Lucre, es que Ariel dice que el Cid le dio la limosna de su mano a un leproso en un bosque y yo sé que fue en la vereda, en un camino”, Lucrecita tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar la risa y nos dijo: “Pues vayan y consulten su libro y ahí estará la respuesta”. Así, en esos términos, que no eran comunes a todos los niños se nos fue el primer chorro de tiempo en la primaria.

Y llegó la secundaria, y con ella la adolescencia, con un cambio profundo en nuestra visión de la vida, con el nacimiento de nuevos y variados intereses. ¿Recuerdas, Fernando? La emoción por la prohibida lectura de las obras de José María Vargas Vila, Ibis, Aura o las Violetas, Flor de Fango y Las Rosas de la Tarde. Todavía ocupa un lugar especial en mis libreros el viejo volumen, empastado en percalina verde, de Flor de Fango, que me regalaste una tarde en el campo de fútbol de la Modelo. La deliciosa lectura de Salomé, de Oscar Wilde. Vinieron luego otras lecturas más serias y profundas, en la trastienda de La Ciudad Luz, la antigua tienda de tu abuelo ya ausente, y con la amorosa complicidad de “Mamá Linda”. “41, o el Muchacho que Soñaba con Fantasmas” de Paolo Po, o la de “Fabrizio Lupo”, de Carlo Coccioli, que vinieron a darnos nuevas perspectivas de la vida. Por aquellos días el respeto se había alejado un tanto de nuestro camino, y las plumas mordaces empezaron a cantar en tonos poco amables; y se esgrimieron mordaces contra todo aquello que, según la perspectiva de esos días, merecía ser fustigado con el silicio de siete zarcillos. ¡Y no dejábamos títere con cabeza ni espalda sin desollar, y nos reíamos mucho, mucho, como creo que no hemos vuelto a reír en la vida! Pancha Marrana, Casiopea Casiolada ¡Qué divertido de verdad!

Después de la secundaria se da un quiebre de caminos; yo sigo en la Modelo, tú, pasas brevemente por el CUM y entras a la Normal “Rodolfo Menéndez de la Peña”, el contacto con tus compañeras y compañeros de la normal, nos abrió nuevas rutas en la vida, otras formas de vivir y de pensar entraron en contacto con nuestras costumbres, a estas circunstancias hay que agregarles el viejo coche Chevrolet 49 de mi casa, que aprendo a conducir, y que vendría a poner nuevas formas y elementos a los caminos que nos llevarían por las nuevas aventuras de la vida. “Los Caifanes”, la inmortal película de Juan Ibáñez, nos provoca una revolución en las ideas, y en el viejo coche nos asumimos los caifanes meridanos y empezamos a “desfacer entuertos” en nuestra conservadora sociedad provinciana. Mérida atestiguó en la Plaza Grande el primer performance efectuado aquí, en esta ciudad, el pórtico de la gárgola sufrió la cálida visita nocturna de los caifanes meridanos, las inconcebibles ocurrencias de Carlos Lores, pusieron sal, pimienta y mucho chile a las jornadas nocturnas de travesuras juveniles; la vida daba giros embriagantes como de “Les Valseuses”.

Empezamos a caminar por la cultura. Una inquietud te asalta el alma: la sala de conciertos “José Jacinto Cuevas” está en un deplorable estado lastimoso, ¡hay que rescatarla! Convocamos, y la respuesta fue maravillosa, muchos artistas, creadores de tantas disciplinas, se anotan voluntariamente en el proyecto. Con sala llena el festival se efectúa en el Teatro del Seguro Social y es un éxito total, se reúne una considerable cantidad de dinero que se entrega a quien debe corresponder la responsabilidad del rescate. ¡No se compró para la sala de conciertos ni siquiera una bombilla eléctrica de 15 watts! ¡Pero el dinero fue gastado! ¡PRIMERA GRAN DECEPCION EN LA VIDA!

Empiezas a caminar por la que ha de ser la senda de tus amores más profundos: el teatro. En el otoño de 1970, un mes tú y al siguiente José Antonio Castellanos, remueven lo más profundo del alma de la impávida sociedad yucateca con dos escándalos teatrales. Nace “Eugenio”, como obra y como grupo que pervive hasta nuestros días actuales, este escándalo teatral marca el inicio de tu largo y fructífero camino por las salas de teatro, y posteriormente por el de la investigación, que te ha de llevar a niveles insospechados en la materia.

Marchas a la capital. Yo, ya he abordado la docencia como camino mayor en la vida; tú te vas alejando en tu rica senda por el teatro. El contacto físico deja de ser frecuente, pero el espíritu no conoce barreras. En cada visita tuya a Mérida, Carlos, tú y yo éramos capaces de sentarnos alrededor de una mesa y, como Fray Luis de León, exclamar: “Decíamos ayer”. En la capital haces brillante carrera como autor y como investigador. Muchas veces, por los rotativos, voy dando seguimiento a lo que vas haciendo y logrando, poco a poco te vas haciendo de un nombre que va sonando, y va sonando fuerte. Van llegando los premios y reconocimientos. El Premio de Investigación de Teatro Histórico del IMSS “Vicente T. Velázquez” por tu primera investigación de nuestro Teatro Regional; el Premio Nacional de Teatro Histórico, por “El Dragón de los Ojos Verdes”, sobre Felipe Carrillo Puerto.

Al fin, llegan los dos tomos de “Doscientos Años de Historia del Teatro Regional Yucateco” y tu profunda investigación sobre nuestra máxima figura: Héctor Herrera “Cholo”, y te consagras desde entonces y hasta ahora como la primera autoridad en el Teatro Regional Yucateco.

Hoy y aquí, que has vuelto a tu tierra, se te está haciendo un justo y merecido reconocimiento. Hoy, que ya estamos viejos y cansados, que caminamos lentamente y con bastón. Todo esto no ha sido más que un soplo en el tiempo, porque el alma aún está joven y agitada. Todavía quedan muchas noches para la energía de los caifanes meridanos, para seguir ahora y para siempre este camino de vida que nos ha unido indisolublemente como hermanos.

* Palabras pronunciadas por el autor en el homenaje al Mtro. Fernando Muñoz en el Salón de Cabildo del Ayuntamiento de Mérida, la noche del 17 de diciembre.

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