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Yucatán

Desapariciones sin reclamo

Víctor Salas

“En un jacalito de cal y de arena, nació Jesucristo para Noche Buena. A la media noche un gallo cantó y en su canto dijo ya Cristo Nació”. Ese fragmento de canción se interpretaba portando en las manos unos farolitos chinos cuyo contenido era una vela que alumbraba el camino de un grupo de niños y adolescentes cantores. Uno de ellos cargaba una rama de árbol adornada con motivos de las fiestas decembrinas y en una caja de zapatos se hacía la reproducción de las figuras de la virgen María, san José y el niño Dios. Se iba de puerta en puerta con la anterior canción y siempre se esperaba un regalo económico después de ella. Si un domiciliado ponía algunas monedas en la alcancía, se cantaba: “ya se va la rama hoy agradecida, porque en esta casa fue bien recibida. Por el contrario, cuando por la ranura de la alcancía no pasaba moneda alguna, entonces se entonaba que “ya se va la rama con patas de alambre porque en esta casa están muerto de hambre”: Así, por todos los rumbos de la ciudad de entonces.

Era bonito ver, a lo lejos, la oscuridad de las calles con el resplandor de las velas en el interior del farol de papel.

Esa bonita tradición, ya no ha tenido presencia de unos años a la fecha.

La antigua cena navideña ha sufrido el mismo colapso. De antes (como decían los yucatecos), se sancochaba un pavo de patio, con mucho orégano y para darle buen sabor al caldo se utilizaba para varias cosas. El ave se asaba al carbón y se hacía una ensalada consistente en remolacha, calabaza y papa sancochada, cortadas en rodajas, a la que se le daba vista con hojas de lechuga del país, local o yucateca. También se abultaba dicha cena con una sopa seca de macarrones muy bien entomatada y con queso de sopa (queso Chiapas) encima de ella.

Como había la costumbre de las visitas a distintos domicilios después de las doce de la noche familiar, las mamás preparaban una buena tanda (esto, equivalente a gran cantidad) de sándwiches de pavo deshebrado, untando al pan frijol refrito y aderezando todo con cebolla roja curtida y lechuga yucateca. Este alimento era guardado en ollas tamaleras o vaporeras cubierto su interior con paños muy blancos que conservaban a buena temperatura los sándwiches. Cualquier familia visitante, recibía su sándwich de pavo y su vaso de cerveza Carta Clara.

Obviamente, después de los abrazos, felicitaciones alusivas a la temporada, breve cruce de palabras, “¡jala!, vámonos para otra casa”. Así hasta casi el amanecer.

No había voladores, luces de bengala, globos de cantoya, bombitas ni nada de juegos explosivos de pólvora.

Ni la rama, ni la cena navideña yucateca existen hoy en día. En su lugar, las barbas de Santa Claus ocupan las fachadas domiciliarias, los leds enriquecen y alegran las calles, la pierna envinada, el espagueti, la ensalada rusa o la navideña se han entronizado en cenas navideñas familiares, creando una atmósfera menos emocional y arraigada en el velero que cruza los mares de nuestro cerebro, llevando los recuerdos de lo vivido.

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