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El exceso de cultura atrofia

Por Eliseo Martín Burgos

El erudito inglés James Mill sometió a una férrea disciplina a su hijo John Stuart. A los tres años le enseñó griego; a los cuatro, historia; a los ocho, latín, geometría y álgebra. A los doce años ya conocía las obras de Ovidio, Virgilio, Terencio, Horacio, Sófocles, Cicerón, Homero y demás figuras de la cultura greco-romana, leídas en su lengua original. Por desgracia esto le produjo una gran depresión existencial de la que salió gracias a la lectura de las obras de William Wordsworth que atemperó su caudal cultural. “Un clavo sacó otro clavo”.

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