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Periodismo gonzo

Faulo M. Sánchez Novelo

Miedo y asco en Las Vegas y Los Ángeles del Infierno. Una extraña y terrible saga fueron las obras que hicieron de Hunter S. Thompson el portaestandarte del periodismo gonzo, una derivación del nuevo periodismo que protagonizaron de manera indisputable Tom Wolfe, Norman Mailer, Truman Capote y Gay Talese, entre otros.

A finales del año pasado llegó a las librerías del país Antigua sabiduría gonzo, que recoge 47 entrevistas hechas a Thompson por varios colegas, así como algunas de sus intervenciones ante públicos diversos, durante un lapso que va de 1967 hasta 2004.

La traducción de esta compilación de textos publicada por el Instituto Veracruzano de la Cultura y la editorial Sextopiso, estuvo a cargo de Javier Guerrero y tiene un prólogo de Carlos Velázquez. Consta de 519 páginas.

Donde quiera que se paraba Thompson una de las preguntas inevitables era esta: qué significaba periodismo gonzo, de dónde había surgido aquel extraño calificativo que lo acompañó prácticamente toda su vida.

En la obra queda claro que Bill Cardoso, entonces director del Boston Globe Sunday Magazine, fue quien lo aplicó por primera vez al tipo de periodismo de Thompson. Significa: “un poco loco y disparatado”. Una especie de subidón loco. Locura demente [p. 78]; también se puede interpretar como “descabellado” [p. 118].

Asimismo le preguntaban si había alguna diferencia entre el periodismo gonzo y el nuevo periodismo.

Thompson admitía que efectivamente no eran lo mismo:

—A diferencia de Tom Wolf o Gay Talese, por ejemplo, casi nunca trato de reconstruir una historia [...] [Ellos] Tienden a volver y recrear historias que ya han ocurrido, mientras que a mí me gusta meterme en medio de lo que esté escribiendo, de implicarme personalmente lo máximo posible. Hay mucho de eso, pero si hemos de hacer una distinción, supongo que es una forma muy segura de empezar. [p. 58]

Thompson llegó a decir que si bien en un principio el calificativo de gonzo lo divertía, al final terminó enfadándolo, sobre todo cuando se daba a entender que se refería a un relato de una persona borracha y drogada a la que no se debería prestar demasiada atención.

Según la versión del propio Thompson, el periodismo gonzo era aquel que recogía las primeras impresiones del reportero, es decir, de un primer y único borrador, que no debía revisarse o reescribirse.

Miedo y asco en Las Vegas es, en efecto, un relato alucinante en primera persona que narra las peripecias de Thompson en algunos casinos de esa ciudad de Nevada, donde permaneció varios días. Lo sorprendente es que lo escribió en un estado “alterado”, es decir, cuando corrían por su torrente sanguíneo agresivas drogas en volumen suficiente como para tumbar a un elefante. En cuanto a Los Ángeles del Infierno es un hecho cierto que este periodista, después de ganarse la confianza del líder de este atemorizante grupo, anduvo con ellos una temporada, atestiguó y documentó sus excesos y abusos y también que sufrió una severa paliza cuando trató de calmar a un hombre de esta tribu que golpeaba con singular alegría a su compañera de juerga.

Nuestro personaje era honesto cuando afirmaba:

—Las drogas por lo general potencian o fortalecen mis percepciones y reacciones para bien o para mal. Me han proporcionado la resistencia que necesitaba para aguantar los repetidos embates que recibió mi glándula de la inocencia. La realidad brutal de la política probablemente sería intolerable sin drogas. Las drogas me han dado la fortaleza para tratar con esas realidades desconcertantes con garantías de hacer añicos las creencias de cualquier en el tabú más idealista de nuestro tiempo y el “siglo americano”. [...] Además, disfruto de las drogas. El único problema que me han dado es la gente que trata de impedirme utilizarlas. [...] [p. 230]

Sin embargo, se cuidó siempre de hacer una apología del consumo o de recomendarlas de manera indiscriminada.

Como muchos otros periodistas y escritores norteamericanos, Thompson vivió al tope la década de los sesenta y también las posteriores, pero sobrevivió contra todo pronóstico.

En febrero de 1989 sostuvo:

[...] Ya he vivido mucho más tiempo de lo que planeé... Tengo 51 años ahora, menos 27....Mmm, en realidad, ya he vivido 24 años más de lo que planeaba vivir. Pensaba que moriría a los 27. Bueno, lo había planeado. Trabajé en ello [...] [p. 208].

En varias ocasiones afirmó que desde joven había planeado que su existencia fuera lo más breve posible y también que desde los 16 años supo de manera cierta que se ganaría la vida escribiendo.

Entre locura y locura, Thompson se encargó de mostrar a sus contemporáneos que el “sueño americano” era en realidad una pesadilla de la que había que huir y, asimismo, hizo todo lo que estuvo a su alcance para convencer a sus conciudadanos que los políticos de Washington no merecían ningún gramo de credibilidad y respeto porque la mayoría eran sujetos indecentes.

Luego de los ataques terroristas a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, cuando prácticamente toda la prensa estadounidense cerró filas en torno al “eje del mal” dibujado por George W. Bush, Thompson fue de los primeros y escasos periodistas que desafiaron el “espíritu patriótico” norteamericano, al criticar al presidente.

Asimismo, lamentaba que el pueblo estadounidense hubiera perdido esa sensación de orgullo de sacar a los presidente corruptos de la Casa Blanca, como la que experimentó el propio Thompson cuando en 1974 vio partir a Richard Nixon con la cola entre las patas, después del escándalo de Watergate.

En varias ocasiones Thompson dijo que, en un principio, él no quería ser ni se consideraba periodista sino escritor porque creía que el segundo oficio le daba más prestigio que el primero. Pronto cambió de opinión.

Asimismo fue víctima de una paradoja: él, que en su momento fue considerado un claro ejemplo de escritor contracultural, desde hace tiempo es estudiado como un “clásico” en las carreras de letras de las universidades de su país.

En septiembre de 1994, Thompson aceptó someterse al “Cuestionario Proust” de la revista Vanity Fair:

Vanity Fair: ¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?

H. S. T.: La moderación.

Vanity Fair: ¿Cómo le gustaría morir?

H. S. T.: Explotando. [...] [p. 238]

Hunter Stockton Thompson, fanático de los deportes y de las armas, fue congruente hasta el final: el 20 de febrero de 2005 se dio un tiro para acabar con su vida.

La revista Rolling Stones, de la que Thompson fue colaborador destacado, publicó bajo el título de La temporada de fútbol ha acabado, esta carta que el periodista había escrito cuatro días antes:

“No más juegos. No más bombas. No más paseos. No más diversión. No más nadar. 67 años. Han pasado 17 de los 50. Son 17 años más de los que yo quería o necesitaba. Aburrido. Estoy siempre insoportable. No soy divertido para nadie. Te estás volviendo codicioso. Compórtate de acuerdo con tu avanzada edad. Relájate, no te va a doler”.

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