Por Conrado Roche Reyes
A Mario R. Menéndez Rodríguez, con quien sostenía sabrosas y largas conversaciones, un gran charlista, en su día.
En un principio, poco después de su invención, el teléfono celular era un símbolo de poder. Solamente lo usaban los grandes empresarios, políticos, industriales y banqueros, pero como predijera el gran escritor y filósofo inglés Aldous Huxley, en su libro Un mundo Feliz, escrito hace ya muchos años, llegará el día en que podremos hablar por teléfono desde cualquier lugar sin necesidad de cables, es decir, personales y los usuarios tendrán la opción de mirar a la persona con la que están hablando. Tanto esta, como muchísimas de las situaciones y cuestiones futurista que describe en dicho excelente libro (recomiendo a quien no lo haya leído, que lo haga) son hoy día una realidad. Confieso que cuando lo leí me pareció uno de ciencia ficción, y en realidad lo era en aquellos convulsos años.
Durante un tiempo la cuestión –los celulares– continuó así, pero a partir de la masificación de los mismos, se ha convertido en algo yo diría más que indispensable para una inmensa parte de la población. Digo sin temor a equivocarme que existen seres humanos, mayores y especialmente jóvenes, que se sienten desnudos cuando no tienen su móvil. Literalmente es ya un problema de salud, ya que la adicción al aparatito de marras provoca una adicción tan terrible como la que usted me quiera y mande decir a cualquier droga o actitud durante la vida. Va un dato escalofriante. ¿Sabía usted que existen más teléfonos celulares, en sus diversas ramas, que habitantes del planeta tierra? Este es un dato muy preocupante. Seguramente usted amigo lector/a, a reprendido a sus hijos por el exceso en el uso de las diversas aplicaciones del celular, pero usted... con su aparatito en la mano.
Literalmente, toda la población posee uno y le da uso diaro durante ocho o más horas. Es indudable que como todo avance tecnológico nos permiten estar conectados, organizados y entretenidos (en las combis y camiones meridanos, el 70 % o más de los usuarios están prendidos a su celular o hablando “solos”). Sin embargo, las consecuencias de la adicción al celular producen asimismo efectos negativos tanto a nivel físico como psicológico. El gran uso del celular incide negativamente en nuestros niveles de estrés, depresión, trastornos del sueño. El uso excesivo del celular se ha llegado a vincular con el cáncer, afecta el sistema inmunológico, el dolor crónico, problemas de visión, etc.
Y en el aspecto social, ha reducido en más de cincuenta por ciento la comunicación verbal y la interacción física entre las personas. Los jóvenes de hoy no conocen muchísimas palabras y solamente emplean una buena parte del hermoso y vasto lenguaje que nos dejaron nuestros mayores, limitados a un vocabulario mínimo. Esa más, se esta perdiendo, si no es que ya se ha perdido, el arte de la conversación.
Todo esto trajo sus consecuencias y en España, país en donde más se utiliza en el mundo, se están comenzando a tomar medidas para intentar recuperar aquella sana convivencia llamémosle cara a cara.
Comenzó en algunos restaurantes, bares y centros de reunión en dicho país, con dueños o gerentes preocupados por la total falta de comunicación y convivencia. Tomaron la siguiente medida, que no es coercitiva ni obligatoria: a la entrada de los establecimientos sugieren a los clientes a dejar sus celulares. Las caras de asombro fueron superlativas, algunos se negaron y otros incluso se enojaron, pero otros aceptaron la apuesta “a ver qué pasa”. Ni hay que decir que esos clientes durante los primeros minutos se quedaron nudos. No sabían qué decir sin tener el celular en la mano, y así, acostumbrados a sostener dos y hasta tres charlas, la convivencia se le hizo imposible. Sin embargo, después de esa primera sorpresa, después de años de no departir sanamente, de platicar y practicar el lenguaje hablado, la mayoría a comenzó a hacerlo, llegando a contarse sus magníficas, jocosas o tristes realidades cara a cara. La sana convivencia y recuperación de la charla. Alguno hubo que no pudo más y regreso a recoger su “cel”.
Esto prendió, y se extendió a todo el país en muchos establecimientos. Fue tal la satisfacción de la gente, que la misma política se comenzó a emplear en las casas particulares. El anfitrión pedía a sus invitados cortésmente que dejasen sus móviles a la entrada para practicar la convivencia. Todo mundo quedó encantado al recuperar aquello que estamos perdiendo: la fraternidad y fidelidad por medio del lenguaje.
La medida ha llegado a varios países, incluso en nuestra ciudad, aunque aún es muy leve la tentativa, y mucha gente no soporta el estar sin eso que ya es una extensión de sus manos, pero que al intentar el experimento, se dan cuenta de lo agradable, hermoso que es decir las cosas cara a cara. No en la “valentía” de no estar físicamente presentes, por ejemplo, para decirle a una mujer lo hermosa que es. Eso que llaman el esparcimiento y la semántica. Y como en España y en otras partes del mundo, este maravillosos y bello intento por recuperar el idioma más hermoso del mundo, aquí en nuestras ciudad, algunos pocos establecimientos están poniendo en práctica dicha medida que repetimos, no es obligatoria.
Me comentaba un amigo muy cercano, al que cual veo casi todos los días, que asistió a una reunión de amigos con sus respectivas esposas, mismo que pidió que por favor dejasen sus celulares en la sala para así poder convivir, lo que es sentir la calidez fraterna de viva voz. Y así, me comenta que se la pasaron muy felizmente, las risa, los cuentos, en pocas palabras: la sana convivencia refrescó sus vidas. Él mismo reconoce que en un principio “No se hallaba”, pero que finalmente se dio cuenta de lo asombrosamente contentos que todos estaban practicando el viejo arte de conversar en el idioma de Cervantes.