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Yucatán

México y Venezuela, dos naciones de Nuestra América

Ariel Avilés Marín

En enero de 1891 José Martí publica “Nuestra América”, un ensayo filosófico de una profundidad apabullante y demoledora. Este ensayo de valor universal debe ser un código de principios que todos los países que están comprendidos en este concepto deben, o más bien deberían seguir. La esencia de esta obra es la solidaridad entre estos pueblos con una historia común, con una lengua común, con una filosofía común. Somos pueblos hermanos que debemos unirnos y defendernos de las intromisiones que atenten contra cualquiera de nosotros.

El antecedente de Martí lo encontramos en el pensamiento de Simón Bolívar, cuyo sueño trascendente fue la unión de todos los pueblos de la América Hispana. Ambos próceres, Bolívar y Martí, percibieron con toda claridad un enemigo común: Los intereses del imperio que se empezaba a formar en los Estados Unidos de Norteamérica, y cuyos fines le llevaban a tender la mirada sobre los pueblos de esa otra América, la que como Martí dijo, habla en español y le reza a Jesucristo.

Estos intereses, básicamente de índole económica, han llevado al imperio a quitar y poner gobernantes a su antojo; sosteniendo en algunos casos a verdaderos bastardos que ensangrentaron los suelos de sus naciones por servir los intereses de sus amos. Tristes ejemplos de esto tuvimos en las dictaduras de Somoza, Trujillo, Batista o Pinochet. Tristemente célebre se hizo la respuesta que Dwigth D. Eisenhower dio al cuestionamiento de sus propios senadores por el apoyo a la infame dictadura de Anastasio Somoza en Nicaragua, que subiendo el tono de la discusión le plantearon: “Es que Somoza es un hijo de puta”. A lo que Eisenhower, con todos cinismo, respondió: “Si, pero es nuestro hijo de puta”.

Quien no se somete a la voluntad del águila imperial corre el riesgo, real y muy probable, de ser derrocado a cualquier precio; ahí está el trágico y lamentable ejemplo del derrocamiento, por medio de un violento y sangriento golpe de estado militar, al gobierno socialista, democráticamente electo, de Salvador Allende en septiembre de 1973, para imponer a una de las dictaduras más deleznables en la historia de Nuestra América, como fue la del infame Augusto Pinochet, sostenido por el imperio a capa y espada. El móvil de este crimen lo fue el cobre chileno, codiciado por las garras del ave de rapiña.

Caso excepcional ha sido el del heroico pueblo cubano, que se ha mantenido en pie, con toda dignidad, pero que ha sido sometido al genocidio más largo en la historia de la humanidad, el inhumano bloqueo de ya más de sesenta años. Claro que en el caso de Cuba el intento golpista tratado de perpetrar en Playa Girón, encontró la respuesta contundente del pueblo cubano en pleno, con el Comandante en Jefe a la cabeza, tripulando personalmente un tanque de guerra, derribando a varios aviones de los fallidos invasores, y poniendo en evidencia a John F. Kennedy ante la mirada del mundo. El precio ha sido alto, las carencias impuestas por el bloqueo, han sido suplidas con la dignidad y el respeto que Cuba se ha ganado de la comunidad internacional, y del propio imperio.

Hoy, las garras afiladas del águila imperial, se están hundiendo en la carne del pueblo venezolano. Con todas las artimañas el imperio ha creado una situación de crisis en Venezuela, manejada y orquestada desde el exterior. El móvil es muy claro: El petróleo venezolano. En Venezuela se está viviendo una situación de crisis como no la había habido antes. El poder del imperio es muy grande. Es muy probable que logren su objetivo y el gobierno bolivariano caiga también, como el de Allende; que la fuerza apabullante del imperio se imponga, aún a sangre y fuego. Pero hay que recordarles las palabras contundes de Miguel de Unamuno a la falange española franquista, otra tristemente recordada dictadura: “Podéis vencer, pero no convencer, porque la razón no está de vuestro lado”.

La actitud del gobierno mexicano, hacia el caso de Venezuela, ha sido la correcta, esta nuestra patria ha practicado siempre la Doctrina Estrada y así debe ser. La postura de México hacia Venezuela es la de una nación de Nuestra América hacia otra nación hermana. Además, esta posición tiene antecedentes. En 1961 el gobierno norteamericano pidió, materialmente exigió, a todos los gobiernos de América, romper relaciones con Cuba, al declararse su gobierno socialista, violando de esta manera el derecho de autodeterminación de los pueblos. La respuesta del presidente mexicano, Lic. Adolfo López Mateos fue contundente: “México no romperá relaciones con Cuba”.

Desvergüenza es la que deja una mancha sobre los gobiernos que rápidamente se han aprestado a reconocer sin demora a un gobierno emanado de una asonada, que su origen viciado es público y notorio, que su ilegalidad es clara y sin duda de ninguna especie y, sin embargo, para complacer al águila imperial, apoyan sin condiciones a quien será un títere en las manos del imperio. Reconocer a un gobierno emanado de la ilegalidad es totalmente reprobable. Estamos en los albores de la instauración de un gobierno al servicio de los intereses del águila imperial.

Esperemos que el gobierno bolivariano, con el apoyo de su pueblo, logre salir airoso de esta asonada violenta y vergonzosa. Suceda lo que suceda, México y Venezuela, son pueblos de Nuestra América y deberán seguir siendo hermanos. A los golpistas hay que decirles muy claro, con Unamuno: Podrán vencer, porque tiene la fuerza y el poder que les apoya en la sombra, pero no convencer, porque no les asiste la razón, y la historia no les absolverá.

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