Síguenos

Última hora

Llegan más de 29 mil 950 boletas electorales para la presidencia municipal de Chichimilá e Izamal

Yucatán

No perdiste a nadie… te perdieron a ti

Ana María Ancona Teigell “Mientras tú haces llorar a tu madre, muchos desearían tener una.”

Anónimo.

Todas las tardes la veo sentada en el parque con su elegante vestido de lino blanco, con un liguero rubor en las mejillas y sus labios pintados de un rosa palo, que resalta el verde de sus ojos.

Siempre a la misma hora, seis de la tarde, sólo la acompaña un precioso perro Alaska que se acuesta a sus pies y de vez en cuando levanta la cabeza para mirarla y saber que está bien.

La observo mientras leo (me encanta salir al aire libre acompañada de un buen libro), rodeada de la naturaleza con flamboyanes rojos y amarillos, con jardines llenos de rosas blancas, que hablan de la pureza de su alma. Debe tener como setenta años y una piel lozana como la porcelana. Es una mujer bella, con una mirada tranquila y serena.

Cuando se sienta en unas de las bancas, abre su hermoso bolso de mano, saca su celular, lo enciende y comienza a llorar. Su fiel compañero inmediatamente se levanta, sube sus patas sobre sus piernas y con su lengua seca las lágrimas que ruedan por sus mejillas, mientras acaricia con su cabeza el rostro de su dueña. Ella esboza una leve sonrisa y rasca con su temblorosa mano las orejas de su perro amado.

Son tantos los meses que he pasado de alguna manera a su lado sonriéndole y saludándola, que me acerco a ella y le pregunto porque se pone tan triste cada vez que mira su celular.

Me enseña la foto de sus tres hijos y sus seis nietos, se los queda mirando como si fuera una eternidad y en voz baja me dice: “Ya no me quieren ver porque según ellos tengo inestabilidad emocional. Me dicen que unos días estoy bien y otros mal, que a mis nietos los altera y que no les dejo de regañar y pegar.

Pobres, no saben, no entienden que a mis nietos los he cuidado desde niños, cuando ellos viajaban, cuando se iban a bodas y a fiestas y que nunca les he puesto una mano encima. Sí los castigo y regaño, pero ellos me adoran, bueno, ya no me van a visitar, los entiendo, yo también fui joven y quería comerme el mundo. Pero ¿ellos?, ¿mis hijos?, la verdad que no los entiendo. ¿Por qué me hacen esto? Si su padre y yo les dimos todo nuestro amor, tiempo y entrega, tratamos siempre de darles lo mejor. Sabes, él hace tres años que murió, era un hombre encantador, un gran esposo y muy buen padre. Y, mírame, aquí estoy, solita con Kira que es mi mascota y amiga. Con la que hablo, como y duermo, porque mis polluelos ya crecieron y no tienen tiempo para ir a visitarme, para sentarse una tarde en la mecedora del jardín y compartan con su madre todo lo que tienen aquí, y lleva su mano al corazón. A uno de ellos lo rescaté de las drogas y el alcohol, gracias a Dios mi lucha lo liberó de esos malos vicios que hoy abundan tanto. Al otro mi esposo y yo le regalamos su casa cuando se casó, y a mi niña la mandamos a Europa a estudiar, ahí conoció a un francés que no la deja venir a verme porque ya estoy vieja y yo no puedo ir porque en su departamento no hay lugar para mí.

Como no les quiero repartir la herencia que su padre me dejó, mira que me escribieron: “Mientras más alejada estés de nosotros mejor, quédate con tú dinero porque desde que papá murió, solo nos has traídos decepciones y problemas. El hecho de que seas nuestra madre no quiere decir que te tengamos que amar o idolatrar. Si nos hubieran dicho si queríamos los padres que tuvimos, no estaríamos aquí. Ya no formas parte de nuestro clan, ni de nuestro círculo de amor. Te has pasado la vida haciéndote la víctima y sacando provecho de esto. Nos has fallado como madre porque te estás gastando todo lo que nuestro padre dejó para nosotros.

“Si quieres sigue rezando y bendiciéndonos, para nosotros ya dejaste de estar en nuestras vidas. No nos respondas, no nos busques, no hables de nosotros, bórranos de tú mente y sigue con tú vida.”

¿Sabes? Yo fui catedrática de Filosofía y Letras de una gran universidad y mi esposo amado, era poeta y escritor. No sé qué fue lo que pasó, éramos una familia muy unida. ¡Tan felices! Fuimos padres consagrados a nuestros hijos, ahora los padres no son así.

Comenzó de nuevo a llorar, con suavidad le quité el celular de las manos, lo apagué y lo puse dentro de su bolsa de mano.

Y, como estas historias hay miles, de hijos que no conocen la ¡gratitud! Que no saben agradecer el solo hecho de que sus madres los hayan llevado en sus vientres y les hayan dado la vida, su mayor tesoro.

Que mientras ofenden, dejan en el abandono, hacen llorar y sufrir a sus madres, hay muchos que darían la vida por tenerlas vivas y llenarlas de cuidados, besos y caricias.

Antes de irme, besé su tierna frente, le di un fuerte abrazo y le dije: “¡Tú no perdiste a nadie! Ellos siempre serán los hijos de tú amor… ¡Ellos te perdieron a ti! Porque despreciaron y pisotearon el regalo más sagrado que un día Dios les ofrendó, tener una buena madre que tantos años de su vida les consagró. Eso, sí es una pena, y nunca lo olvide: “Se van arrepentir.”

Siguiente noticia

'El Chapo” y su familia buscan construir primera Universidad Indígena en Sinaloa