Víctor Salas
Del director español Nuno Coelho podría escribirse mucho. Por ejemplo, su mano izquierda (desposeída de la batuta) tiene la capacidad enorme y continua de exhortar a las más disímbolas emociones, mientras la derecha, en posesión de la batuta, indica con filo al espacio la sonoridad que el director desea de la comunidad de músicos, quienes lucen satisfechos del trabajo que desempeñan ora forte, ora brillante.
Nuno Coelho luce joven y menudo, de rostro feliz. Los trazos de sus brazos dibujan lo que sería una concreción de la música y es asombrosa la definición de ellos por su multiplicidad.
Nos brindó una amplia gama de su dominio musical, porque no hubo concertista o solista invitado. Y se ganó el favor del público, quien supo justipreciar cada interpretación. Por ejemplo, la Obertura de Don Giovanni, de Mozart, obtuvo un aplauso casi frío y la Sinfonía de Haydn, de no haber sido por reconocibles bravos surgidos de la parte trasera del teatro, nadie hubiera manifestado mayor efusividad que una buena andanada de aplausos.
Esa actitud del respetable debe haberse debido al repertorio basado en Mozart y Haydn. E incluso la asistencia mermó bastante con relación al concierto de la semana pasada. Insistiré en que las “grandes obras de los grandes maestros”, ya no resultan un señuelo para atraer multitudes. La fórmula de la mixtura de compositores le ha dado resultados positivos a la OSY, que ya debe tener elementos de juicio para saber por dónde andar en su programación.
La Sinfonía No. 7 de Dvorak fue otro cantar. Esa es una obra que remonta al espíritu del hombre del siglo XXI hasta lugares insospechados, esos donde el placer apela tanto a la inteligencia como a los sentidos, brindando goces terrenales y otros ubicados en las constelaciones del espacio sideral. El contento con esa obra era colectivo. Los intérpretes, el director y los asistentes comunicaban el solo sentimiento de la algarabía y la altura sentimental. Al final, como era de esperarse, el público manifestó su total satisfacción con la interpretación del director huésped y de los músicos de la orquesta, que han estado mostrando y demostrando su calidad ante la diversidad de obras y lo apremiante de los ensayos para cada presentación musical.
No hay duda, o queda cada vez menos de ella, que el nivel de los músicos de la orquesta yucateca es tan satisfactorio, que necesita aires nuevos para vivir del entusiasmo y no de la tabla rasa del quietismo.