Una jornada intensa, de ventas, sobre todo por la mañanita, de productos para elaborar los pibes, vivió ayer, en el Día de Todos los Santos, el mercado Lucas de Gálvez y sus alrededores, donde la mayor sorpresa fue el repentino incremento de varios precios.
No fueron alzas desmedidas, sino de uno o dos pesos respecto de los precios que dimos en nuestra edición de ayer, de modo que casi nadie se percató de la situación, pues por la mañana el mercado lució con un gran movimiento de personas, especialmente de señoras que fueron por los ingredientes del mucbipollo.
El mercado y sus alrededores cobran vida desde las tres de la mañana, cuando arriban los camiones con los productos que vienen de las Centrales de Abastos de Mérida, México y Oxkutzcab. A la par, en el puesto de “La Tía” la cochinita calientita comienza a sentirse, despertando el apetito.
En el pasillo principal, las mestizas que proceden de Kanasín y de colonias del Oriente de Mérida, así como de otros pueblos circunvecinos, se instalan para vender lo que esté de temporada, lo que sirve para el momento.
Con precisión de relojería suiza y cual empresas de marketing, estas mestizas no requieren asesorías de emprendedurismo, pues saben qué es lo que el marchante requiere, necesita, qué es lo que se vende en el momento y la hora precisa.
Así, uno encuentra desde masa lista para el mucbipollo hasta los espelones listos, desenvainados, lavados, hasta el epazote limpio, pasando por las recién pulidas hojas de plátano para que usted nada más agarre y lo lleve a su casa.
“¡Pásele, pásele!”
Apenas amanece, el alba despunta, cada primer día de noviembre el mercado Lucas de Gálvez se manifiesta en una jornada que parece no tener fin, pero para quienes conocen el vaivén de marchantes, saben que todo es temprano, porque para ellos a las diez de la mañana ya es “muy tarde”.
Es muy claro el movimiento, la gente se concentra en el área de carnes, donde están las mestizas con los tomates, las cebollas, el epazote, la hoja de plátano, los molinos donde se vende la masa y la zona de los recados, por aquello de no te espantes si ves vacío donde están las zapaterías o las ferreterías.
Pero ayer ni siquiera los puestos de revistas de segunda mano o de libros de viejo estaban vacíos, era como si todo el mundo a la vez hubiera dicho “vamos al mercado”, porque a eso de las 7 de la mañana ya resultaba de un caminar lento por los pasillos, en medio de los gritos de “¡Pásele, pásele, son de a diez, son de a diez! ¡Llévelo, llévelo, llévelo, espelón a 25 y a 30, llévelo!”.
Entre los olores de la cochinita, de los recados, de las hierbas, de la fruta, el sudor de los trabajadores, la fetidez de las coladeras, el ruido de los camiones de pasaje urbano, el ir y venir de miles de personas que atraviesan el mercado porque ahí tienen su paradero, las mestizas expenden las chinas recién peladas, las mandarinas jugosas e incluso los dulces de papaya y los cocoyoles.
Por entre el rojo de los tomates y de las cebollas, los señores fruteros van embolsando rápidamente. Pida, lleve, prepare el dinero, “Joven, ¿no tiene un billete más chico?”. Además, la quincena cae requetebién en estos momentos porque hay para el pib y para el “xec”.
“¿Un ramito ‘pal difunto?”
La abundancia se observa hasta con las floristas, que vendieron muy bien de todo y para todos. “¿Un ramito ‘pal difunto?”. Las señoras cargaban las bolsas con las compras y el ramo de flores. “Ojalá llegue bien pa mi abuelito, es que el camionero zangolotea mucho el camión”.
El mercado Lucas de Gálvez es un reflejo preciso de la economía y de la cultura, de la identidad de un pueblo. No es solamente un sitio más en la escenografía urbana del Centro Histórico, sino la definición de un pueblo que conmemora a sus muertos desde la víspera de los Fieles Difuntos, de modo que se espera igual movimiento hoy, 2 de noviembre, cuando ya el fin de año acecha detrás de la Feria de X’Matkuil.
(Rafael Gómez Chi)