Pilar Faller Menéndez
Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, los Señores del Inframundo de la mitología azteca
En tiempos prehispánicos, antes de que gobernara Cuauhtémoc la gran Tenochtitlan y se formara la Nueva España, tras la conquista de los españoles, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl eran los Señores del Inframundo, también conocido con el nombre de Mictlán, que era el lugar sagrado de los descarnados, los cuales se representaban con un esqueleto y eran venerados desde entonces.
Cuando llegaron los españoles, ejercían una estricta vigilancia a través de las órdenes monásticas de la Iglesia Romana sobre los habitantes de estas tierras, motivo por el cual se han perdido los testimonios originales sobre el culto que se rendían a estas deidades ante la destrucción de los templos prehispánicos. Lo poco que se conoce, es que para nuestros antepasados, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl representaban el paso de la noche sobre Mesoamérica.
Los antecedentes más remotos de las creencias de los pueblos prehispánicos, en especial el culto que los aztecas rendían al dios de la muerte, Mictlantecuhtli, a quien caracterizaban por tener la cara de una calavera y lo relacionaban con animales como arañas, murciélagos y búhos, es que él gobernaba el Mictán, y se creía que tenía poder sobre las almas de los muertos.
Mictecacíhuatl era la esposa del dios de la muerte, la cual se encargaba del noveno nivel del Mictlán, en el cual las almas desaparecían y se le representaba frecuentemente trabajando con su esposo. Su principal función era proteger los huesos de los muertos.
Este culto se ha mantenido hasta nuestros días. En la actualidad es llamado “La Santa Muerte” y representa un sincretismo entre la religión católica y la cultura prehispánica, en una especie de conciliación entre estas dos posturas: la conservadora de la Iglesia Católica, y los creyentes de la Santa Muerte.
El Mictlan o Mitlán proviene del náhuatl “Miqui” que quiere decir morir. En la mitología mexica era en la tierra de los muertos el nivel inferior y se encontraba al norte. Tanto los guerreros muertos en batalla o la mujeres que morían durante el parto, no iban al Mictlan sino al Ilhuicatl Tonatiuh que quiere decir “Camino del Sol”, aquellos que habían muerto ahogados, o por el acumulamiento anormal de líquido en alguna cavidad o bien tocados por un rayo, se iban a Tlalocan. Los pequeños muertos antes de nacer regresaban al Chichihuacauhco. que era conocido como el “Lugar del árbol amamantador”. Era preciso realizar un duro viaje desde la Tierra del Mictlan para lograr llegar al descanso eterno.
En ese peregrinar recibían la ayuda del guardián del más allá que era un perro gigante llamado Xólot. El Mictlan se conformaba por 9 lugares, de los cuales 8 representaban pasar duros retos para los muertos y era hasta el noveno lugar, cuando por fin podían alcanzar el descanso eterno.
Las nueve dimensiones del Mictlan estaban conformadas por la Apanohuaia o Itzcuintlán, donde había un río caudaloso y la única manera de poder cruzarlo, requería de la ayuda de Xólotl. Solamente quien en vida había tratado bien a un perro podía pasar. La segunda dimensión, llamada Tepectli Monamictlan, era conocida como el lugar donde los cerros chocaban entre sí, seguido por la tercera, llamada Iztepetl, que era un cerro de navajas y cuyo lugar estaba erizado por pedernales.
La cuarta dimensión, llamada Izteecayan, era un lugar donde soplaba el viento de navajas, y en este sitio se alzaba una sierra compuesta de ocho colinas en las cuales siempre nevaba copiosamente. Paniecatacoyan, la quinta dimensión, era un lugar donde los cuerpos flotaban como banderas y se encontraba al pie de la cuarta colina del Itzteecayan, donde comenzaba una zona desértica muy fría y había ocho páramos los cuales había que recorrer.
La Timiminaloayan, la sexta dimensión, era un lugar donde se decía que era un sendero en el que por ambos lados, manos invisibles lanzaban flechas puntiagudas con el fin de acribillar a los que intentaban pasar. La séptima dimensión llamada Teocoyocualloa, era el lugar donde las fieras alimentaban sus corazones, y en este lugar, una fiera salvaje abría el pecho al difunto para comerle el corazón, ya que sin él, caía en un charco donde un caimán la perseguía ferozmente.
El Izmiclan Apochcalolca era la octava y última dimensión que había que recorrer para alcanzar el descanso mortal. Era un camino de niebla que enceguecía, y había que atravesar nueve ríos a pie, para llegar a la Chicunamictan, que era la novena dimensión en donde las almas encontraban ese descanso anhelado. Era el lugar más profundo de los señores de la muerte, quienes después de vencer los obstáculos liberaban su tetonalli, que era su alma, la cual debía realizar un viaje que duraba cuatro años.
Retomando las creencias de otros pueblos y religiones, se puede concluir que para alcanzar el descanso eterno, es necesario purificar el alma, ya que el hombre desde tiempos antiguos busca purificar su alma, para llegar y compartir con sus dioses, la salvación de su alma.