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Yucatán

Cuando el silencio se vuelve más violento que las palabras

Pilar Faller Menéndez “Cuesta más responder con gracia y mansedumbre,

que callar con desprecio. El silencio es a veces una mala respuesta,

una respuesta amarguísima”. Gar Mar

¿Qué tan eficaz resulta el método de dejar de hablarle a alguien para expresarle nuestro enfado? ¿Qué implicaciones tiene esta decisión cuando hay un rencor que arde en el plano psicológico?

Cuando existe un conflicto entre personas, establecer un diálogo no es fácil, cuando éste parece no tener una solución, pero si en lugar de abordar directamente el tema optamos por establecer lo que se conoce como “ley de hielo”, estamos creando una tensión adicional a la existente. Cada pleito o conflicto no resuelto puede llegar a convertirse en una incubadora de veneno. Sócrates decía: “Habla para que yo te conozca”.

El rechazar el diálogo como forma para resolver el conflicto es un deseo de someter a la otra persona a su propio punto de vista, motivo por el cual utilizan el silencio como un castigo para lograr que el otro se doblegue. Esta es una actitud infantil que genera en quien no quiere hablar una gratificación egoísta, que no resuelve nada.

El músico Miles Davis dijo una vez: “El silencio es el ruido más fuerte”. Algunas veces nos servimos de éste como un recurso que hemos aprendido y es habitual entre nosotros, aunque muchas veces, se produce con el fin de no discutir más, ya que existen conflictos que no nos van a llevar a ningún lado y con el fin de no hacerlos más grandes utilizamos el silencio para ponerle final. Es en estos casos una estrategia adecuada. Sin embargo, hay personas que dejan de hablar con el fin de infligir daño a otros, ya que no tiene otros recursos psicológicos que le permitan lidiar con la situación.

El silencio se utiliza muchas veces como una estrategia para enfrentar un conflicto, y es una forma de manejar los problemas y diferencias para ciertas personas que piensan que al hacerlo podrán lograr evitar una discusión en la que se intercambien insultos, o probablemente crean que si la otra persona no le hace caso, no tiene sentido hablar. Probablemente estén esperando una disculpa ante algo que dijo, no hizo o no dijo, y hasta que esto no ocurra en silencio continuará.

Muchos piensan que al hablar siempre se va a llegar al mismo punto, y no están dispuestos a ceder. En todos los casos anteriores la persona que guarda silencio considera la palabra ineficaz, y de esto se desprende una gran inmadurez emocional, la cual debemos aceptar los que actuamos de esta forma.

El silencio puede tener una multitud de significados, es un recurso habitual en la manipulación emocional, es una actitud pasivo-agresiva que violenta a la otra persona de manera implícita. Aunque parezca lo contrario, este tipo de actitudes pueden llegar a ser más nocivas que una agresión directa, porque el silencio es un gran vacío que puede interpretarse de muchas formas.

El silencio alarga las distancias y éstas no ayudan para comprender al otro o restaurar relaciones rotas o dañadas, sino que ahonda más las diferencias. Momentáneamente puede que el silencio pueda funcionar y la otra persona regrese para disculparse y hacer los cambios que deseamos, pero, desgraciadamente, termina por ir creando una bola de nieve de pequeños rencores que pueden crecer. El silencio, entonces, no es un paso a una solución, es simplemente un encubrimiento.

A pesar de que esta forma de reaccionar sea aprendida y haya constituido un rol familiar que vivimos desde nuestra infancia, podemos y tenemos la elección de trabajar en dejar de reaccionar de esta forma, la cual no será fácil de erradicar, pero valdrá la pena intentarlo, buscando mejores condiciones para dialogar, así como diferentes formas de expresar aquello que nos molesta en un lugar cálido y amable. Hablar desde el corazón sobre lo que sentimos, y no lo que suponemos que siente el otro, es una forma efectiva de arreglar los problemas y que no suele fallar.

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