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Aquellos nuestros miedos

Roger Aguilar Cachón

No cabe la menor duda que con el paso de los años y la entrada a un nuevo siglo, hay muchas cosas que cambian y nos detienen a pensar la manera en que nuestra vida da un vuelco. Todo tiene progreso y desarrollo en cualquiera etapa de nuestra vida. Al igual que la modernidad nos permite conocer nuevas maneras de vivir y hacer nuestra labor diaria más cómoda, hay también otros eventos que en algunos casos permanecen y en otros se suplen por otras cosas, en este caso me refiero a aquellos miedos que teníamos cuando estábamos en nuestra infancia y juventud.

El miedo o los miedos han ido cambiando al paso de los años y en la práctica docente y social nos permite ver la manera en que aquellos miedos que los de la añada del de la letra eran algo que nos paralizaban, hoy día éstos han variado o cambiado y lo que para nosotros era algo muy temido para los niños y jóvenes del siglo XXI es cosa del pasado.

De niños el miedo nos acompaña desde que se tiene la edad de saber qué es lo bueno y lo malo, pero las personas mayores que conforman nuestra familia y vida son los que propician que se les tenga miedo a determinadas cosas, en líneas abajo se hará referencia a aquello que en verdad nos provocaba un miedo hasta el temblor y tener los ojos abiertos en las noches. El miedo hacia lo desconocido pero mucho más a lo conocido.

Desde niños nos inculcaban de manera directa e indirecta al miedo a la oscuridad, ya que no sabíamos qué podía haber dentro de la misma, por ejemplo, por la casa del de la tinta en aquellos años de su niñez, aproximadamente los setenta, habían esquinas sin asfaltar (adoquinar) y sin luz, en las noches era tal la lobreguez y el silencio que sólo se cortaba con las lucecitas de las luciérnagas y en épocas de lluvia del canto de las ranas, que al dar la vuelta a la esquina dábamos una carrera de aquellas para poder llegar al otro lado de la calle donde si había luz. Era mucho miedo, pero sobre todo cuando se encharcaban las calles, ya que si bien es cierto el miedo milenario a la oscuridad estaba latente, lo que realmente hacía que corriéramos era el temor que una rana nos orinara en los ojos y nos dejara ciegos, eso sí era miedo.

Poco a poco vamos creciendo y nuestros miedos ya van más allá de lo descrito, en época de estudiantes, el miedo grande era el que sacáramos u obtuviéramos malas calificaciones, ya que de seguro nos haríamos acreedores a una buena limpia, regaño y el castigo de que nos cortaran el pelo por Mochis de “pelada alta” o crosh. O bien ver a nuestra mamá en la escuela para ir a preguntar por nuestras calificaciones.

Caminando por la calle también teníamos miedo que se nos asomara una húngara o nos topáramos con algún borrachín, era tal el miedo que no nos quedábamos parados, corríamos o bien cruzábamos la calle para estar en la otra escarpa. Miedo también a que nos topáramos con un perro, y sobre todo que nos mordiera o nos correteara, el miedo era que nos alcanzara.

También las frutas en ocasiones nos causaban miedo, por ejemplo, el comer cocoyol o chupar una huaya era sin lugar a duda una actividad de alto riesgo, ya que de un momento a otro podíamos tragar ese esférico fruto y provocarnos asfixia y la consiguiente muerte. Recuerdo en una ocasión que una prima se atragantó con una de estas huayas y por poquito se nos petatea, pero la pronta acción de los tíos hizo que la expulsara. Creo que mi miedo a esa fruta tiene una relación directa con lo vivido.

Otro de los miedos era el que ya adolescentes llegáramos tarde a la casa por la noche, ya que de seguro no nos salvábamos de un bien chancletazo o bien pasar la vergüenza que nuestra mamá nos fuera a buscar cuando estábamos con los amigos en la esquina. Los miedos van evolucionando conforme crecemos. No podemos dejar a un lado el miedo que nos producía el presentar un examen, pero ese era leve al pasar a la prepa y tener la necesidad de presentar un examen oral y pasar con los maestros en sus grandes sillas en los corredores o salones de la Prepa 1 (bueno, en aquellos años sólo se llamaba Prepa ya que no existía otra).

Los miedos se trasladaban ya adolescentes a las fiestas de los quince años de las compañeritas, ya que nos sudaban no sólo las manos, sino todo el cuerpo, cuando al comenzar la música íbamos a “sacar” a bailar a la niña que nos gustaba, el miedo en sí era que no quisiera bailar con nosotros y en ese momento, el miedo se transformaba en vergüenza ante los amigos que estaban en la fiesta.

Secundaria y preparatoria eran épocas en donde nuestro cuerpo va sufriendo cambios en nosotros y uno de ellos más allá de la voz era el que un día despertáramos con un granito en la cara, en la nariz o en la frente. Eso sí era un temor acercarnos al espejo y ver ese gran cúmulo de pus exponerse en nuestras caras. La única salida era deshacernos de él pero en ocasiones salía peor la cura que la enfermedad.

La petición a la niña de ser nuestra novia también era motivo de miedo -no como ahora que hasta por medio de whatsaap– ya que desde días antes estábamos ensayando cómo decírselo y al llegar el momento, muchas veces desistíamos y lo íbamos postergando, pero eso no hacía que el miedo se fuera.

Nuestros miedos ahora en pleno siglo XXI vemos que ahora podrían ser considerados como cándidos e inocentes. Ahora siempre hay niños que tienen miedo a algo, al chancletazo, a la burla, a lo desconocido o bien a lo conocido. Hoy día el miedo se traslada a los centros comerciales o a las terminales de tarjetas de crédito. En el mayor de los casos hay miedo a que la tarjeta no pase cuando se paga la compra de la quincena, el miedo a que nos detenga la policía y no saber qué delito hemos cometido, el miedo en sí ha cambiado y evolucionado, pero sin lugar a dudas mis caros y caras lectoras, he de decirles que el miedo en la actualidad que puede causar incluso terror, es “quedarse sin sistema en nuestros celulares”, eso sí es miedo del bueno, eso se debe a que ya la mayoría de la sociedad se ha vuelto un consumidor y un esclavo de la tecnología, todo puede pasarle y buscarán la manera de salir adelante, pero el quedarse sin señal, es casi casi la muerte misma.

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