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Effy Luz Vázquez López*

Siempre he sido una enamorada de la vida; no importa qué avatares tengamos que afrontar en ella. El hálito maravilloso que nos permite mirar las primeras luces de la aurora que nos impulsa a laborar con afán y saborear la tarea, que nos da la oportunidad de relajarnos y recrearnos después del deber cumplido, que nos regala a veces una familia solidaria y amorosa o que nos da la fuerza de espíritu suficiente para afrontar actitudes atípicas de propios y extraños que pudieran causarnos algún dolor.

Vivir plenamente cada etapa de nuestra existencia no significa caer en excesos que lesionen nuestra salud mental o física, tampoco el hacer cosas que dañen nuestro prestigio ciudadano y con él nuestra dignidad por el afán de poseer bienes materiales.

Vivir plenamente significa acumular buenos recuerdos de la infancia, el haber podido y sabido aprender de tus mayores fórmulas del buen vivir, del bien hacer, del buen ser y practicarlas después.

Si esto no se diera, por alguna razón, o múltiples razones, tener sin embargo impulsos resilientes que nos permitan reflexionar en que todo aquello vivido, no quisiera que le ocurriera a nadie más. Que contigo se detengan esas malas actitudes, aquellas negatividades, porque tú no significaste aquellas como buenas. Tu yo interno quedó intacto y eso te permitió servir de fortaleza a los demás y ser tu propio referente.

En lo personal, he aprendido que nada es eterno, que en cualquier momento tu realidad de ahora puede truncarse y ponerte a prueba. En ese momento se tiene que echar mano de toda aquella bonhomía y positivos sentimientos de seguridad en ti mismo y esgrimirlos como escudo para sobrellavar la nueva situación, si ésta fuera negativa.

Si por el contrario se trata de un golpe de suerte, de algo benéfico para ti o los tuyos, agradecerle a la vida esta situación con buenas acciones y una actitud más solidaria y afectuosa para con los demás. En mi camino, el arte y la lectura han sido el paliativo de mis malos momentos.

Afortunadamente, en el mundo ha existido gente que ha escrito sobre todos los temas que han sustentado a la humanidad y le han permitido hacerle llegar al mundo entero sus ideas, sus vivencias, sus investigaciones, sus creencias y sus emociones de toda índole. Los lectores vocacionales como yo les agradecemos a todos ellos que nos permitan compartir esa parte de sus vidas y nos amplíen cada vez más el menú de donde escoger lecturas para todos los gustos y necesidades anímicas.

Estamos por concluir un año más de vida sobre el planeta, este planeta que, como la ciencia ha descubierto y estudiado, es sólo una minúscula parte del espacio infinito, pero al que amamos y al que le debemos nuestra existencia. Cuidarlo, pues, debe ser nuestra tarea cotidiana.

Y la Navidad, algo simbólico para todos los pueblos del mundo, creyentes o no, pero con una misma filosofía, de un mismo sentimiento profundo de hermandad, de solidaridad humana, porque al fin y al cabo eso es lo que somos todos los seres racionales, sin mengua de color, raza, cultura, tipo de culto y demás. Somos los humanos, con las mismas virtudes y defectos, sentimientos, positivos o negativos, anhelos e ilusiones, amores y desamores.

En algún lugar leí que el gran Einsten creía que la reencarnación que sostienen los hindúes como verdaderos, podía ser cierta, ya que la materia no muere, sólo se transforma.

Con esta teoría podría entonces decirse que la vida es eterna.

A mí querido y respetado amigo, el Lic. Roldán Peniche Barrera, le deseo fervientemente un pronto restablecimiento y le anticipo mis parabienes en estas fiestas de fin de año.

*Coordinadora de la Casa de la Historia de la Educación de Yucatán

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