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TIZIMIN, Yucatán, 16 de diciembre.- Con solo recordar la hambruna, su mirada se perdió mientras relataba uno de los episodios más dolorosos que la presente generación no ha vivido, lo que se siente tener hambre y no haya nada que comer, fue lo que causó la presencia de millones de langostas que devastaron todo a su paso, incluyendo las casas de huano, los humanos chocaban con ellas y laceraban sus pieles con sus grandes patas dentadas.

A sus 91 años aún recuerda con dolor este episodio que vivió en carne propia don Maximiliano Balam León, quien narró ese episodio de su vida.

“Estaba la fiesta de San Isidro Labrador un 15 de mayo hace 80 años; nunca se había hecho la fiesta, es la primera vez que se hacía y se tomó el acuerdo para que se haga como se hace el de Los Santos Reyes, entonces se construyó un tablado, había puestos como se ponen en la fiesta del mes de enero.

“Como a las tres de la tarde, empezando la corrida, escuchamos un ruido raro, una enorme nube negra avanzaba rápidamente y se veía de lejos; una hora después estábamos invadidos por millones de langostas. Hasta la corrida se suspendió, los que estaban en barandal de primera no aguantaron porque las langostas estaban grandes y sus enormes patas dentadas lastimaban y se golpeaban contra las personas.

“A las cinco de la tarde todo Tizimín estaba lleno de estos insectos, y cuando entró la noche se posaron; la langosta vino con hambre, entonces había más casas de paja con techos de huano. Cuando amaneció las casas tenían huecos, ya se habían devorado las palmas.

“Para ahuyentarlas empezamos a aporrear latas, para defender los injertos; cuando nos dimos cuenta los árboles frutales ya no tenían hojas”, narró.

“Los insectos permanecieron un mes entero, luego se fueron y como al mes volvieron a regresar, mi papá Maximiliano Balam (+) en ese entonces hacía mucha milpa, aprovechamos sembrar porque no había ni yerbas, se las habían comido todas. Después salió el elote, estaba como de 20 centímetros y se lo devoraron, entonces las langostas empezaron a ovar, hicieron huecos y se metían ahí. A los ocho días empezaron a eclosionar, brotaban como gusanos, a los 15 días o al mes las langostas ya saltaban y andaban por las calles, la ciudad se llenó de ellas.

“Conforme pasaban los días las provisiones se agotaban, no había nada qué comer, la gente se estaba muriendo de hambre. El Alcalde en ese entonces dijo que le compraría la langosta a la gente que las recoja, por ello muchos llenaban sacos con los acrídidos, incluso los niños los llenaban rápidamente. Los insectos terminaron quemados en la zanjas del solar del Palacio Municipal.

“Después los insectos empezaron a volar y se alejaron, nosotros sembramos la milpa nuevamente, mi papá trabajaba muchas hectáreas, metíamos toneladas de maíz, no había tecnología, lo acarreábamos con carros. Entonces el Alcalde habló con mi papá para decirle que lo vendiera, para evitar que la gente se alborote.

“La gente iba a pelar el elote, porque teníamos casas llenas de mazorcas, en carros iban a buscar el maíz, incluso desde las 3 o 4 de la mañana había gente esperando, pero se racionaba, sólo se vendía un kilo por $1, no había báscula, por eso lo calculaban con un “mut”.

“La gente en ese entonces no necesitaba dinero, necesitaba el maíz para comer, entonces les dábamos un kilo, y a veces poníamos a las señoras a hacer atole porque escuchábamos que los niños no tenían qué comer”, aseguró.

Mientras relataba este episodio, los ojos del entrevistado se llenaron de lágrimas, y posteriormente continuó con su historia.

“Las señoras salcochaban el maíz y se regalaba, priorizando a los niños, todos estaban trabajando, barrían o desgranaban; los señores estaban en la milpa cosechando, para después traer el maíz completo y comenzar a pelarlo.

“La langosta permaneció tres años, no había nada qué comer, entonces los señores plantaron maíz, como 100 mecates, y muchos sólo aceptaban la comida, pues en ese entonces era muy común escuchar que el dinero no se comía”, relató.

“Un mes después de eso la langosta regresó, pero en esta ocasión les avisaron que estaba por Sucopó, y gran parte del maíz ya estaba listo para salcochar; sin embargo, y pese a todos los esfuerzos, los acrídidos lograron entrar otra vez y se comieron todo.

“Las langostas se posaban en los árboles y un día que llovía se pudo ver a uno de ellos ladeado por el peso de los insectos; ya entrada la noche, todos se metieron y comenzaron a soplar vientos muy fuertes, no lo van a creer, era un huracán.

“El ciclón tiró las casas, había barrido todo el elote y las langostas fueron azotadas, entonces llegaron miles de pajaritos, no se sabe de dónde, pero se comieron a todos los insectos; pero de eso ya han pasado muchos años y también muchos huracanes, como el ‘Beulah’, ‘San Luis’ ‘San Bartolo’ y ‘Gilberto”, culminó.

Al terminar el relato miró al cielo como agradeciendo a Dios por haberle permitido vivir más de 9 décadas.

La langosta es uno de los insectos que más daño causa, ha provocado grandes hambrunas en la faz de la tierra y cuya extinción total está lejos de ser una realidad.

La langosta ha afectado de forma importante la actividad agraria desde hace milenios, con un efecto añadido que puede emigrar a grandes distancias diezmando zonas de cultivos en busca de alimento, a través de miles de kilómetros.

Cada puesta es de alrededor de cien huevos que se convierten en cien potenciales langostas y que, al formar enjambres volando, se ha calculado que pueden llegar a ser hasta de 30 mil millones de ejemplares.

Muy poca gente de Tizimín como don Maximiliano aún vive para contar este doloroso episodio donde la gente se desesperaba en buscar qué comer ya que escarbaban hasta en los troncos de los cocoyoles en busca del meollo de estos.

Comieron incluso el bolote (bacal molido) del maíz, la yuca, el macal y hasta la raíz del bonete y de la papaya silvestre, todo estaba devastado y había que sobrevivir.

(Efraín Valencia)

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