Roldán Peniche Barrera
Yucatán Insólito
Término de aprobación o de interés de una de las partes en una conversación
Desde los tiempos del grabador Picheta y seguramente al mediar la Epoca Colonial, nuestros antecesores ya practicaban la voz “¡Ajá!” durante sus conversaciones rutinarias. No podemos hablar de su uso gráfico en aquellos lejanos siglos por no contar entonces con imprentas en la península y no existir periódicos ni revistas (lo que nos relata D. Justo Sierra en “La Hija del Judío”) acerca de la existencia de una imprenta yucateca funcionando en el siglo XVII le damos el beneficio de la duda, pues lo mismo puede tratarse de una imprenta bien resguardada de los frailes de entonces, que una original invención del maestro Sierra O’Reilly para apuntalar los pormenores de su estupenda novela. Recordemos que los poetas y narradores han gozado illo tempore de la imperecedera licencia literaria (enriquecedora de la creatividad) y si los escritores del Siglo de Oro se aprovecharon de ella a placer, no vemos por qué un novelista yucateco del siglo XIX no tendría derecho a gozar de las mismas prebendas.
La interjección “¡Ajá!”, con la que aprobamos lo que nos está informando o revelando nuestro/a interlocutor/a (o por lo menos, fingimos aprobar), se emplea ampliamente en nuestra época y pensamos que llegó para quedarse.
Veamos un breve ejemplo:
En la tienda de la esquina de don Sera:
–Oye, Pito, no porque seas chofer del Dr. Peniche tengas que llegar a mi negocio como partiendo plaza… ¿Qué te pasa, zoquete?
–¡Ajá! –murmura el otro mientras come su sándwich.
–¿Cómo que “ajá”, chafirete? ¡Largo, largo de aquí! ¡Y págame tu desayuno, bribón…!