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El Pasaje de la Revolución, que se construyó entre lo que fue el Palacio del Arzobispado y la Catedral de Mérida, no sólo fue un pasaje comercial, sino que se buscaba fuera un modelo de transformación social y una obra revolucionaria, con sus arcos del triunfo de la Revolución, destacó ayer el Dr. Marco Díaz Güémez, historiador y académico de la ESAY.

Díaz Güémez participó ayer, con el maestro Guillermo Hülsz Piccone, arquitecto y escritor, en la conferencia “Pasaje de la Revolución: los pasos hacia el camino de la transformación”, y se llevó a cabo en el Museo Fernando García Ponce.

El académico de la ESAY expuso que la idea de los pasajes comerciales nació en París, Francia, en 1822 y se les puede considerar algo así como el “abuelo” de los centros comerciales actuales, como un elemento de la modernidad que se llevaba a las ciudades.

Los pasajes, dijo, se multiplicaron y en los años 30 ese año ya se habían multiplicado por decenas en París y otras partes de Francia y Europa. Destacó que los pasajes creaban una nueva dinámica comercial y, en este sentido, tuvieron importancia como un dispositivo de transformación social y política, más allá de su valor comercial.

Salvador Alvarado

En el caso del Pasaje de la Revolución de Mérida, destacó que éste se llevó a cabo en el período de Salvador Alvarado y coincide con la creación del Ateneo Peninsular, una agrupación conformada por intelectuales.

El Gobierno de Salvador Alvarado, expuso, incauta el edificio del Palacio del Arzobispado y se entrega al Grupo del Ateneo el inmueble y, más tarde, se pide al arquitecto Manuel Amábilis que creara el edificio que sería el Ateneo Peninsular y que fue considerado para la Escuela de Bellas Artes que estuvo en este lugar de 1915 a 1916.

El Gobierno contrató entonces a Giacomo (Santiago) Piccone para hacer el Pasaje de la Revolución y en 1916 se empezó su construcción, entre la Catedral y el ex Palacio del Arzobispado.

Destacó que en este período, Piccone entró en contacto con sindicalistas y masones. La construcción duró dos años y el 5 de mayo de 1918 fue inaugurado por el gobernador socialista Carlos Castro Morales y con un discurso de Antonio Mediz Bolio.

Como los de París

“Querían que fuera un pasaje comercial como los de París y una propuesta de arte revolucionario neoclásico, pero también buscaban un dispositivo de transformación social y que significaba también el protagonismo que el gobierno socialista de Salvador Alvarado había quitado a la Iglesia Católica”, expuso.

Dijo que, por desgracia, luego pasó a ser propiedad del Gobierno Federal, incautado por el Ejército Constitucionalista, pero cayó en desuso y se fue deteriorando. Entonces se desmanteló la techumbre de acero y los cristales que eran muy caros e importados, además que se demolieron los arcos.

El último suceso que se llevó a cabo en el lugar, comentó, fue el 6 de enero de 1946, cuando la Liga de Acción Social llevó a cabo una vaquería por los 400 años de la fundación de Mérida.

El que es hoy el Pasaje de la Revolución se convirtió nuevamente en un callejón y fue hasta los años 90 del siglo pasado cuando se empezó a hablar de su reconstrucción. En el año 2000 se reconstruyeron los arcos y 7 años después se colocó la techumbre que hoy tiene.

Su historia

Guillermo Hülsz Piccone, nieto de Santiago Piccone, constructor del Pasaje de la Revolución, expuso que éste llegó a México en 1909 y participó en la construcción de Teatro Nacional que es hoy Bellas Artes y, posteriormente, lo contrató Salvador Alvarado para la construcción del Pasaje de la Revolución, como ingeniero civil y arquitecto y con un sueldo de 400 pesos mensuales.

Así inició la construcción del pasaje que cuenta con 103.50 metros de largo, 12.60 metros de ancho, y 16.90 de alto. De los dos arcos, expuso que el que da a la calle 60 significa el inicio de la Revolución Mexicana y el que da a la calle 58 hace referencia al fin de la Revolución. En su momento la techumbre tuvo 2 mil 760 cristales que fueron traídos de Estados Unidos.

(David Rico)

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