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Yucatán

Conrado Roche Reyes

La inteligencia no esta reñida con la belleza. Como pocas veces, esto se puso de manifiesto en un campeonato femenil efectuado en una comunidad argentina enclavada entre elevadas sierras y el melodioso trinar de pájaros.

Este campeonato se efectuó en la población de Estancia Grande, a poco más de 900 Km de la capital Buenos Aires. Esta población acogió la más fuerte competencia femenil de Argentina y la mayor hazaña jamás registrada en su historia.

Con una actuación de ensueño (nueve victorias en igual número de rondas), una bella y talentosa bonaerense de 21 años se corono de un modo contundente. Florencia Hernández logró su pase al Mundial de la especialidad.

Para dar una idea del alto mérito de la guapa seguidora de la diosa Caissa, basta señalar que en el campeonato nacional, el número 66 de las gauchitas, participaron del 1 al 8, dos grandes maestras: Claudia Amura y Carolina Luján, quienes cayeron ante el juego audaz y creativo de Florencia.

¿ Y qué interés tiene para los yucatecos un torneo femenil realizado en un lugar tan distante como el cono sur? No sólo el atractivo visual de las competidoras, algo frecuente en esta tierra, sino la elevada calidad de los estratégicos combates, su buena organización y la hospitalidad de la gente, que hace recordar a la nuestra.

Lo primero que llama la atención, al ver la galería de las participantes, es la singular belleza de varias de las 16 sesudas jugadoras.

Es evidente que al menos la mitad de ellas podrían participar con éxito en concursos de belleza. Fue un derroche no sólo de ingenio, sino de glamour frente a los tableros.

Carlos Llardo, considerado por muchos como el mejor cronista del juego-ciencia en Latinoamérica, refiere que en el historial del Campeonato Nacional Femenil de Argentina, que comenzó en 1938, no hay antecedentes de alguien que se haya coronado con un récord perfecto.

Si la motivación fue la clave en el esplendoroso papel de esta amazona del tablero, probablemente haya que atribuirle la responsabilidad al novio de la chamaca, el maestro internacional brasileño, Santiago Yago de Moura, el tipo que, pienso, fue el más envidiado durante el evento. Eso de entrenador, guarura y consejero.

No es la primera vez que Florencia se ciñe la corona femenil en Argentina. Antes, a los 17 abriles, ganó, aunque no de un modo tan convincente como ahora. A ver si el Patronato del Torneo Carlos Torre se pone las pilas y nos trae a esta belleza.

Otra pampera, la mencionada GM Carolina Luján, otra chica tan atractiva como inteligente (es la primera rankeada de su país y terminó como subcampeona), ya visitó Mérida en el 2008 cuando jugó en el Carlos Torre.

Tan pródiga es Argentina en ajedrecistas bellas que hasta la máxima dirigente del juego-ciencia en la Federación San Luis La Punta, a donde pertenece Estancia Grande, es un cromo. Cintia Ramírez, la mujer más alta entre los asistentes, parece una modelo, si es que no lo es.

Hasta nombres sugerentes se dieron entre las competidoras, como el caso de Guadalupe Besso, toda una estampa frente a los trebejos, cuya sola mención de su apellido estimula la imaginación de los varones.

Alguna vez escuché por la caja idiota, perdón, el televisor, una exclamación que en su momento me hizo desternillarme de risa: “Entre las mujeres podemos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño”.

Después de escuchar las reacciones de las suramericanas al término del torneo, durante el cual se pegaron hasta con la cubeta sobre los tableros, no pude menos que recordar lo oído por el enajenante artefacto.

En contraste con lo que suele suceder en competencias masculinas, en vez de criticar y justificar, las víctimas de la flamante reina soltaron elogios. La elegante GM Claudia Amura, quien antes de casarse con el GM mexicano Gilberto Hernández, estuvo a punto de convertirse en monja, da muestras de elevada calidad moral con su comentario: “Obviamente no me pone feliz no haberlo ganado, pero Florencia fue una justa ganadora. Me alegra su triunfo porque lo merece…”

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