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Yucatán

Por la igualdad: Ruth Bader Ginsburg

Rosely R. Quijano León

El estreno de la película “La voz de la igualdad” (2018), de la directora Mimi Leder, llega para difundir la importancia del legado jurídico de la jueza estadounidense Ruth Bader Ginsburg (1933) por la igualdad de derechos por género, completando el ciclo de la popularidad que los jóvenes a través de una campaña en redes sociales han impulsado y que ha sido también motivo del documental, nominado a los premios Óscar de este año, y titulado “RGB” (Directores: Betsy West y Julie Cohen) por sus iniciales y el mote con que los jóvenes la han bautizado: “Notorious RGB” (haciendo alusión al rapero “Notoriuos B.I.G).

Desde 1993 es Jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos, la segunda mujer en ese país en ocupar ese cargo, y a lo largo de su extensa y larga carrera, ha destacado por sus aportaciones jurídicas para transformar las leyes que discriminan por cuestiones de género. Fue una de las 8 mujeres de su clase de 500 admitidos para estudiar Derecho en la Universidad de Harvard, y fue, por supuesto, siempre de las alumnas más destacadas. Ahí conoció a Martin D. Ginsburg, con quien contrajo matrimonio y una relación profesional y amorosa de la más larga, leal y fructífera de las que puede existir entre un hombre y una mujer con la misma profesión que se admiran y apoyan mutuamente. Martin fue siempre un gran compañero que impulsó los estudios de Ruth, quien además de estudiante destacada, era madre y esposa al mismo tiempo, algo totalmente fuera de los estándares para las mujeres de su época.

Pero no se trata de contar a detalle su vida, pues es lo que precisamente exponen tanto la película como el documental antes mencionados, sino de invitar a la reflexión de cómo esta mujer extraordinaria, pequeña y callada, pero brutalmente inteligente e incansable luchadora, logró el cambio, la transformación desde las leyes para una sociedad más igualitaria para hombres y mujeres: en salarios, en prestaciones, en oportunidades de trabajo, en reconocimiento a su profesión y a la desaparición de los únicos roles impuestos a las mujeres por siglos, el ser esposa, ama de casa y madre. Aún hoy en día, a sus más de 85 años, continúa impulsando leyes más justas y tocando los temas más controversiales, como son el aborto y los derechos de los homosexuales, en un país y contra un presidente que han demostrado ser ultraconservadores, pese a lo que puedan en apariencia mostrar las redes sociales y los movimientos a favor de estos casos.

Nuestros tiempos actuales que nos comunican globalmente en segundos nos demuestran que el ser humano no ha desarrollado con esa misma rapidez ni eficacia el pensamiento y, por lo tanto, la tolerancia a la diversidad y a la igualdad entre hombres y mujeres siguen siendo temas vigentes, pero también preocupantes y que no será, sino a través de las leyes que un verdadero cambio puede darse, como lo demuestra precisamente el trabajo incansable de Ruth Bader Ginsburg. Las leyes son, finalmente, las que sientan el precedente para que una sociedad vaya cambiando, aunque hemos pensando que es al revés; los abogados tienen en sus manos esas transformaciones que, cultural o intelectualmente, están llevando muchos años y generaciones para poder consolidarse. En el caso de las mujeres se han dado grandes avances, desde el momento en que se nos permitió votar por primera vez, poder trabajar sin la autorización del padre o el marido y tener igualdad en salarios, pero la realidad sigue estando un tanto lejana de esa tan anhelada igualdad en todos los sentidos.

Todavía seguimos viviendo cotidianamente expresiones de misoginia o machismo, en muchos hombres aún prevalece ese sentido de superioridad y de falsa valentía cuando se trata de ponerse frente a una mujer. El lenguaje, por ejemplo, sin duda coincido en que discrimina y es una de las mejores evidencias de ese sexismo imperante, pero no por el hecho de decir todas y todos, sino cuando es usado en su doble construcción de significado, como que antes de una frase para desmeritarte empiecen por decir: A ver “muñequita”…. O, mira “mujer”…, entre otras que seguro reconocen.

Hoy los hombres tal vez nos miran como divididas entre las feministas, las feministas radicales y las que no protestan ni hablan sobre sus derechos y la igualdad, y con ello estamos cayendo en el descrédito a lo verdaderamente fundamental y que incumbe a todas las mujeres por igual. Pero siempre ha sucedido lo mismo, las Sufragistas igualmente fueron vistas como un peligro para los hombres y mujeres de su época. Lo importante es no restar el mérito a quienes alzan la voz, a las que deciden luchar por la igualdad y el respeto a las mujeres, las que ya no están dispuestas a permitir que sigan muriendo más mujeres a causa de la violencia del hombre y la agresión sexual que viven miles, incluso dentro de sus propios hogares, a que cualquier mujer pueda salir y vestirse libremente, a ejercer su sexualidad de igual forma que un hombre y a decidir un matrimonio o un divorcio sin la necesidad de pasar por más procesos administrativos o una carga moral y emocional más fuerte que el hombre. Las mujeres de hoy, en su mayoría siguen queriendo a un hombre como compañero, una relación de amor y de lealtad en la que ambos se complementen, estas ideas erróneas de que la mujer y su amor propio no necesitan a nadie más, sólo crean la falsa imagen de “mujeres empoderadas” que no necesitan del amor y el afecto, del abrazo y el beso de una pareja con quien compartir finalmente su vida. Lo cierto es que el amor y el afecto, sí, tanto propio como hacia otro ser humano, seguirá siendo la cuerda que mueve al mundo, porque no se trata de dividir, ni de anular la posibilidad de crecer y desarrollarse en pareja, de convivir armónicamente en una sociedad en que ni las mujeres tengan que morir a causa de la violencia ejercida por un hombre, ni los hombres tengan temor de expresar genuinamente sus emociones y sentimientos hacia una mujer porque pueda considerarse acoso o violencia.

En la era de la inmediatez comunicativa, la moral y las formas de pensar tienen que actualizarse, así como lo hacen nuestros teléfonos inteligentes cada vez que hay una nueva función para ellos, pero lo cierto es que seguimos usando la primera versión caduca mientras estos temas no se sienten a dialogar en espacios donde quepan todas las voces y las reflexiones desde la razón y la congruencia, no en las redes sociales que sólo exponen con mucha vergüenza la ignorancia y la intolerancia que domina estos espacios.

Más historias como la de Ruth Bader Ginsburg hay en todo el mundo y en nuestro país, abramos los ojos y nuestra mente para escuchar las voces de hombres y mujeres que luchan por la igualdad, sin prejuicios, sin estigmas ni dogmas, sólo con la conciencia que este mundo se mueve incansablemente y nuestro paso por él no es más que un punto insignificante en el que podemos dejar una pequeña huella favorable o dejarlo intacto, y eso va desde las pequeñas acciones de todos los días, desde cómo eres como conductor(a), como ciudadano(a), vecino(a), padre o madre de familia, trabajador(a), empleado(a), jefe(a), político, en fin, cada quien desde su lugar en este mundo sabrá si al concluir el día fue el que dio la mano y apartó la piedra del camino, como diría Gabriela Mistral, o el que discrimina, violenta o amedrante y se acuesta con la satisfacción de haber hecho sentir menos a alguien. Ojalá que los primeros cada día sobresalgan y que más buenas acciones como las de Ginsburg, nos lleven a sembrar más semillas de igualdad para todos.

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