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Semana Santa, tiempo de reflexión

Ana María Ancona Teigell

“No fueron los clavos los que

sostuvieron a Jesús en la cruz,

fue el amor… el amor por ti,

por mí”.

Anónimo

¡Dios es amor! La Semana Santa es un tiempo para reflexionar, meditar y acompañar a la Madre Dolorosa y a su amadísimo Hijo Jesús.

Su Pasión y Muerte fueron una obra de amor por todos y cada uno de nosotros. Siempre lo he sentido así y en cada paso que doy El está conmigo. Por eso un día estando en el Santísimo y contemplando a mi Dios crucificado, le hice una promesa que he cumplido hasta el día de hoy. Le dije: “Si Tú un día apostaste por mí, creíste en mí, me amaste tanto que ofrendaste Tu preciosa vida por mi salvación, te prometo que cuando mi vida sienta que no tiene sentido, que nada vale la pena, ante una enfermedad o accidente, yo voy a apostar por Ti, a seguir creyendo y mantener mi fe, porque para mí sí valió la pena Tu Pasión y Muerte”.

Los años me han enseñado que la vida no es fácil para nadie, que yo no soy la única que ha tenido pérdidas de seres amados, problemas, accidentes, momentos difíciles que quebrantan el espíritu y sólo la fe en Dios te levanta y te saca adelante.

La mayoría de las personas a veces vivimos en automático, dando por sentado que somos privilegiados porque nos lo merecemos, queriendo tener el control de todo, sin darnos cuenta que no tenemos el control de nada más que de nosotros mismos, nuestras actitudes, acciones y pensamientos.

Nos olvidamos de vivir el presente y que la muerte nos acompaña desde el día en que nacimos y no sabemos en qué momento nos sorprenderá. Dejamos de agradecer el estar vivos; muchas veces perdemos la fe, dejamos a un lado a Dios, Universo o como quieras llamarlo, porque permitió que algo malo nos pasara, culpándolo de nuestras desgracias. Y nuestra vida se vuelve un caos que nos arrastra a veces a la depresión, desesperanza, suicidio, tristeza, melancolía. Dejamos de disfrutar las cosas bellas y nada nos satisface o ilusiona.

Por eso la Semana Santa revive una vez más en nosotros la presencia de un Dios hecho hombre, de nombre Jesús, que vino a la Tierra a predicar el amor y la hermandad; la humildad, que hablaba de su grandeza, su infinita espiritualidad que lo mantenía en unión perfecta con su Padre Celestial, y su Santidad que le otorgaba todo el poder para sanar y perdonar.

Nos recuerda a un Dios que prometió que nunca nos abandonaría y que siempre estaría con y en nosotros cada vez que oráramos e invocáramos al Espíritu Santo. Que los planes del Creador del Universo para cada uno de nosotros son Divinos y Perfectos, que sus tiempos no son los nuestros y que sólo la fe nos mantendrá de pie.

Nos sensibiliza el corazón para acompañar a su Madre amada, adorada, que lo cuidó y acompañó durante 33 años. Que vivió el horror de la Pasión, el Calvario y la Crucifixión de su niño amado, al que acunó en sus brazos, cuyo único delito fue decir que era Hijo de Dios.

Es para todos esa luz de esperanza que permanece eternamente encendida en nuestras vidas para guiarnos y consolarnos, para iluminar nuestra oscuridad, para acompañar nuestra soledad y para inundar nuestra esencia de gloria, paz y felicidad.

Jesús está en el camino, El nos espera siempre aunque no lo veamos ni escuchemos; nunca se cansa, porque quiere que nuestra fe desborde confianza.

Esta Semana Santa demostrémosle nuestro amor y agradecimiento por su dolorosa pasión, que sepa que no murió en vano, sino que resucitó en cada uno de nosotros.

Y, como dijo el Papa Francisco: “Cristo por amor, se entregó hasta el final para salvarte. Sus brazos abiertos en la Cruz son el signo más precioso de un amigo capaz de llegar hasta el extremo”.

¡Acompañémoslo… seamos sus Cirineos!

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