Ana María Ancona Teigell “Lo que uno ama en la infancia
se queda en el corazón para
Siempre”.
Jackes Rousseau
La niñez se sitúa entre los 4 y 12 años, es el comienzo del camino que forja el futuro de los niños. Es el nacimiento de nuevas esperanzas, de sueños e ilusiones que colman el corazón de los pequeños para convertirlos en hombres y mujeres felices o infelices, equilibrados o desequilibrados. Todo depende del amor, la protección, los valores y límites que le inculquen sus padres.
Todos guardamos recuerdos de nuestra infancia que nos acompañarán hasta el último momento de nuestras vidas. ¿Quién no recuerda aquellos bellos momentos? En los que las preocupaciones parecían superfluas, el cielo cada mañana resplandecía con el sol y en las noches brillaba con las estrellas.
Nuestros más preciados tesoros eran los juguetes de madera, las muñecas, las bicicletas o una deliciosa paleta. La risa era nuestra eterna amiga y compañera, y todos valíamos por lo que éramos y no por lo que teníamos. Las heridas en las rodillas o codos las presumíamos en lugar de esconderlas. Desayunábamos, comíamos y cenábamos con papá, mamá y los hermanos, esperando el domingo para ir al parque o pasear a Progreso. ¡Qué etapa tan bella!
Hay que esforzarnos mucho como padres del siglo XXI y darles a nuestros hijos lo que nuestros padres nos dieron a nosotros. Amor, unión, hermandad, convivencia, respeto, que nos dieron fuerza para enfrentar la vida y ser personas de bien.
Hoy en día hay muchos niños que pierden su infancia en una tableta, en un celular o entre los pleitos de sus padres, quienes no se dan cuenta que un niño es inocente y que será moldeado por las costumbres de ellos, sus acciones, comentarios, palabras, actitudes.
El niño descubre el mundo de la mano de sus progenitores y juega con él, desarrolla sus habilidades creativas, imaginativas, intelectuales y motoras, sin tener que preocuparse por satisfacer las necesidades básicas de sustento. Por otro lado, se enfrentan a un mundo consumista que degenera su pensamiento crítico con mentiras que debe creer sin cuestionar, ya sea de los padres, abuelos, tíos, primos, amigos, medios de comunicación, redes sociales, tecnología y las campañas publicitarias que los bombardean día con día.
George Carlín dice: “los niños tienen absolutamente todo el derecho a saber la verdad y es nuestra obligación decírselas; tienen todo el derecho a saber que muchas mentiras van a serles dichas a lo largo de su vida, para que su pensamiento crítico les sirva de defensa, logren una identidad propia e íntegra y sean verdaderos adultos”.
La infancia no sólo es una de las etapas más bellas del ser humano, sino también llena de juegos, alegría y felicidad. Según Montaigne: “los juegos de los niños deberían considerarse como sus actos más serios. El juego espontáneo está lleno de significado, porque surge con motivo de procesos internos, que aunque nosotros no entendamos debemos respetar. Si se desea conocer a los niños -su mundo consciente e inconsciente- es necesario comprender sus juegos; observando estos descubrimos sus adquisiciones evolutivas, sus inquietudes, sus miedos, aquellas necesidades y deseos que no pueden expresar con palabras y que encuentran salida a través del juego”.
Los padres tenemos esa valiosa misión, que nuestros hijos tengan una infancia llena de amor, cuidados, protección, alegría, felicidad y juegos. Porque educar a niños dichosos los ayuda a mantener una actitud optimista y llena de esperanza a lo largo de su vida.