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Yucatán

Ir y venir de una biblioteca: del CAIHY a la Yucatanense y al CAIHLY

Joed Amílcar Peña Alcocer*

En el ya lejano diciembre de 1993 aconteció un hecho importante, fue fundado el Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán (CAIHY). Por disposición gubernamental se creó un espacio de conservación y difusión del patrimonio documental peninsular, el CAIHY unificó las amplias colecciones de la Hemeroteca José María Pino Suárez y de la Biblioteca Crescencio Carrillo y Ancona.

La iniciativa de reunir ambos acervos significó un acto de dignificación, la Biblioteca había sufrido un parcial desmembramiento (buena parte de sus publicaciones periódicas sirvieron como base de la Hemeroteca) y había peregrinado por el Palacio Cantón, la Casa de la Cultura y la Biblioteca Cepeda Peraza. El CAIHY proporcionó áreas de lectura, de resguardo y laborales adecuadas para ese momento. El reconocimiento paulatino de esos libros, periódicos, folletos y manuscritos como patrimonio de los yucatecos había iniciado.

El antiguo edificio del Registro Civil, en el barrio de San Juan, fue el sitio elegido para instalar la Hemeroteca y la Biblioteca. Se formó un Fondo Reservado, en el año 2000, con las publicaciones más antiguas de la Biblioteca que no fueran libros y más tarde se agregó el Fondo Audiovisual cuya colección de origen fue el archivo fotográfico del Diario del Sureste. Las colecciones se desarrollaron con el paso de los años, por compra y donación.

Tratando de integrar al Centro de Apoyo a la Investigación Histórica de Yucatán a las tendencias más recientes de conservación se diseñó un proyecto de digitalización, su primera etapa abarcó hemerografía decimonónica, las subsiguientes sirvieron para migrar a formatos digitales los manuscritos, folletos, fotografías, una amplia variedad de revistas y periódicos. Nació la Biblioteca Virtual de Yucatán. El avance fue significativo, se adquirió equipo especializado que dio como resultado cientos de miles de imágenes digitalizadas a una resolución excelente, se contrató a Janium para proveer de un catálogo en línea con objetos digitales integrados, al mismo tiempo se desarrolló un amplio proceso de profesionalización del personal. Pero el edificio ya desmerecía la importancia del CAIHY y sus proyectos.

No se podía esperar mucho de un edificio centenario que no había pasado por una restauración exhaustiva: techos húmedos y goteantes, paredes que perdían revoco e instalaciones eléctricas viejas. Se intentó solucionar esta situación a través del Programa de infraestructura cultural de los estados, unos años antes de la digitalización, el 29 de julio de 2005 se entregó el edificio rehabilitado, pero pronto regresaron los problemas. Súmese a eso que, a pesar de la ingente labor de digitalización, el CAIHY sólo era reconocido por una comunidad de usuarios tendiente a la especialización: estudiantes de historia e investigadores. Fuera de ese reducido grupo casi todos le llamaban “la hemeroteca”. A ojos del ciudadano de a pie el CAIHY no era más que la hemeroteca, e incluso algunos de sus usuarios especializados la llamaban así. Había un problema de identidad, de presencia en la comunidad, agravado por las malas condiciones del inmueble que ponían en riesgo a los trabajadores y al acervo.

La cercanía del Bicentenario de la independencia nacional y Centenario de la Revolución llevó a las autoridades locales a proyectar la Biblioteca del Bicentenario, institución que haría partícipe a Yucatán del concierto conmemorativo y podría servir para albergar, en mejores condiciones, las colecciones del CAIHY. De esto se habló mucho, incluso existieron planos (o borradores) que indicaban la construcción de un nuevo edificio adecuado a las funciones de un archivo y biblioteca de libro antiguo. Llegaron y se fueron las conmemoraciones patrias del 2010, no hubo Biblioteca del Bicentenario. Se reformuló la idea, no habría edificio nuevo, se eligió el local que ocupó el Diario del Sureste para refundar al CAIHY. Pasó a llamarse Biblioteca Yucatanense, para muchos simplemente “La Yucatanense”, fue inaugurada a mediados del año 2012.

Un reformado edificio del Diario del Sureste acogió en espacios más adecuados a los documentos del CAIHY, las salas de lectura eran más amplias y agradables, había mejores condiciones de conservación, los empleados tenían un espacio de trabajo más cómodo y funcional. La trunca dignificación iniciada hace casi dos décadas parecía ser plena. El acomodo del material tardó un par de meses. Los primeros dos años fueron muy positivos: digitalización constante, publicaciones digitales, visitas guiadas, donaciones frecuentes, proyectos de divulgación a través de la prensa (por casi tres años consecutivos) y diversas actividades de mejoras catalográficas. Aunque no podemos negar que paulatinamente el edificio presentó varios problemas, muchos de ellos aún no solucionados y que suponen un potencial riesgo para la estabilidad de algunas colecciones. Se ganó identidad bajo el nombre de Biblioteca Yucatanense, la institución era visible y reconocible.

Hace un par de meses la Biblioteca Yucatanense dejó de existir, en el Diario Oficial se refirieron a ella como Centro de Apoyo a la Investigación Histórica y Literaria de Yucatán (CAHILY), sin que sus usuarios se enteraran de ello. El nombre tiene algo de nostálgico, pero también revive el recuerdo de la invisibilidad que acompañó al CAIHY.

Fueron poco más de seis años de forjar la identidad de la Biblioteca Yucatanense, de posicionarla entre el público y la comunidad de profesionales de la información locales. Nos preocupamos poco por dar identidad amigable a nuestros centros de información, pero debería ser un punto de especial atención. Hacerlo, a través de sus nombres y actividades, permite que las bibliotecas tengan presencia en la conversación del ciudadano, que se vuelvan referentes espaciales de la ciudad, que se entiendan como parte del entorno. Esto podría traer más lectores, o no, pero indudablemente ayuda a integrar a la institución como parte del paisaje que ven los ciudadanos, otorga un lugar a la biblioteca.

La Biblioteca Yucatanense consiguió lo anterior, el cambio de nombre conlleva perder parte de lo ganado. ¿Ahora la biblioteca sólo estará enfocada a la investigación? Seguro que no, pero así se entiende. El nuevo nombre no responde a la dinámica de la institución en los últimos años, si bien se trata de una biblioteca especializada (en ello encontrarán la justicia del nuevo nombre) había conseguido lo que pocas de su tipo: tener presencia y ser reconocida por el público no especializado, sin caer en detrimento de sus labores de resguardo de nuestro patrimonio. El agregado de investigación literaria no parece adecuado en tanto que las fuentes que se conservan ahí no son utilizadas para investigación meramente literaria (de la forma, fondo, estructura, paratextualidad, símbolos o estrategias de escritura de nuestra literatura), por otra parte, la ex Biblioteca Yucatanense es un recurso de información principal en casi todas las obras sobre la historia de la literatura local y sus personajes.

De aquellos días del CAIHY ha pasado mucho tiempo, que la vuelta del nombre no implique el regreso a las desatenciones en la infraestructura y seguridad de sus colecciones. Seguro las autoridades pronto brindarán condiciones laborales óptimas a los bibliotecarios y atenderán con prontitud las necesidades de uno de los acervos históricos más importantes de la península, que resguarda, según declaró la UNESCO, parte de la memoria del mundo.

* Integrante del Colectivo Disyuntivas

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